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Reflexión

Más hondo que el derecho a la pereza

Alguna vez leí, en mi juventud, la reivindicación del derecho a la pereza. Creo recordar, que fue el cuñado de C. Marx, Paul Lafargue en 1880 quien defendía este derecho. Y mira por dónde, muchos años después, vuelve al candelero, formulado de otra manera, la renta mínima básica. La iniciativa, no ratificada en referéndum popular por de los ciudadanos, garantizaba un ingreso para todos los residentes en Suiza, durante toda la vida, aunque sólo en la medida en que la persona no dispusiese de un ingreso mensual equivalente. También se beneficiarían de esta cantidad los extranjeros que llevaran viviendo en el país al menos cinco años. Además, la propuesta añadía 650 francos suizos (585 euros) cada mes por cada hijo menor. Esto ocurría en un estado que representa el modelo del estado de bienestar y no dejó impasible a nadie. Y su debate tiene una enorme profundidad. A lo mejor, la razón última de los suizos para su rechazo no está en el argumento del rechazo a una sociedad que fomentaría la aparición de los vagos. Su objetivo era poder llevar "una vida digna" ante la creciente robotización de la industria y eliminación de empleos. Por ello, aquellos que refuerzan el discurso de los vagos no dejan de insistir en clave electoral interna. Probablemente, su rechazo está más próximo al miedo a que los logros alcanzados en esa sociedad, al compartirlos en un contexto de fragilidad de las economías estatales y su probable foco de atracción para los más débiles del mundo, haría que la extensión masiva de la medida, pondría en riesgo lo conseguido por las diferentes generaciones. El concepto de ingreso mínimo universal no perderá vigencia; otros países, como Finlandia, estudian planes similares. Y el debate acaba de empezar. Y esta iniciativa se difunde como un producto de la insensatez. ¿No será porque desde hace dos siglos, torturan a la triste humanidad por esa locura del amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, que llega hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo? Y si hubiera otra manera de ejercer la libertad individual, que haga del trabajo una elección personal que permita a las personas despojarse de la máquina productiva con la que es mirada por esta vieja civilización. Y las personas liberándose de esta obligación para garantizar unas condiciones de vida dignas, dedicándose a desarrollar el homo creativus. Claro, esto significaría que la humanidad y sus organismos deberían establecer una nueva distribución de la riqueza para todas las personas del planeta.

El 1% más rico tiene tanto patrimonio como el resto del mundo junto. La brecha, lejos de suturarse, se ha ampliado desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008. En La gran brecha, qué hacer con las sociedades desiguales (Taurus, 2015) de Joseph E. Stiglitz, el Nobel de Economía utiliza una poderosa imagen de Oxfam para ilustrar la dimensión del problema de la desigualdad en el mundo: un autobús que transporte a 85 de los mayores multimillonarios mundiales contiene tanta riqueza como la mitad más pobre de la población global. Hoy, a esta impactante imagen, plenamente vigente, se añaden otras que dejan patente la creciente inequidad entre los privilegiados y el resto del mundo: uno de cada cien habitantes del mundo tiene tanto como los 99 restantes; el 0,7% de la población mundial acapara el 45,2% de la riqueza total y el 10% más acaudalado tiene el 88% de los activos totales, según la nueva edición del estudio anual de riqueza hecho público -curiosamente-por el banco suizo Credit Suisse, elaborado con los datos de patrimonio de 4.800 millones de adultos de más de 200 países. La brecha de los salarios medios de los españoles, según datos recientes Eurostate, es mayor con relación a la población europea, 15,8 euros la hora a 22 euros la hora en zona euro, o sea en el 2015 el salario medio es un 39% menor. Y si se analiza la carga fiscal de las familia se comprueba que cuanto más pobre es un hogar destina mayor porcentaje de renta a gasto gravado por IVA. Y, si fuese, poco aun, uno de cada siete españoles es pobre.

Por ello, su viabilidad requeriría acumular más fuerza en el tiempo. Pero seguirá activándose esta propuesta cuando pueda ser explicada en marcos no electorales. Por esto, una medida como así requiere una nueva distribución de la riqueza mundial, un acuerdo mundial por la defensa de la condición humana en sus condiciones dignas de vida, unos valores que contemplen al sujeto, no como máquina productiva y consumista, sino como sujeto deliberativo no esclavo del estatuto del trabajador, y un mundo donde la innovación y los valores vayan de la mano. Quizás, aún quedan utópicos que ensalzan el ocio como Lafargue y siguen proponiendo la revolución social y la consagración de nuestro tiempo personal a las ciencias, el arte y la satisfacción de las necesidades espirituales. No es por pereza sino unas condiciones dignas para todos.

(*) Profesor titular Psiquiatría ULL

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