La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tropezones

Percances IV

Al pasar la película de incidencias sufridas a lo largo de los años, constato con cierto rubor que sólo me he parado a referir las que pusieron en peligro mi integridad física, cuando a la postre otras personas me acompañaron en mis aventuras convirtiéndose en involuntarias víctimas pasivas de mis iniciativas.

Por todo ello, permítanme que me limite hoy a la crónica de un episodio que no llegó a poner en serio peligro mi vida. Pero sí la de mi madre.

Todo deriva de mi temprano interés por la química aplicada. O sea de cómo aplicar algunas de las reacciones químicas que nos enseñaban en el colegio, a nuestras correrías de adolescentes. El experimento de laboratorio respondía a la fórmula aproximada Na + H2O = H2 + NaOH, más o menos, oigan, que no estamos impartiendo clase. A efectos prácticos, si en una cubeta llena de agua echamos un pedacito de sodio metal (tiene un aspecto plateado y la consistencia del queso), al cabo de unos momentos se desprende hidrógeno que no tarda en entrar en combustión espontánea, y lo que queda es básicamente sosa cáustica. Pues bien, la aplicación ideada consistía en llenar con algo de agua una botella de gaseosa de las que tienen un cierre hermético, echar dentro un buen pedazo de sodio metal, cerrar rápidamente la botella, y echar a correr, ante la inminente y gozosa explosión. El éxito depende de las cantidades de los ingredientes, que me perdonarán no recuerde en este momento, y de la rapidez en asegurar el cierre, pues podría malograrse el efecto si la botella vuela en pedazos antes de tiempo. Mi ya proverbial ángel de la guarda se encargó de nuevo de que no nos ocurriera nada ni a mí ni a mis cómplices químicos.

Pero no estuvo al loro en el posterior desarrollo de acontecimientos, de lo que habrá que disculparle, pues pasaron unos años hasta que mi madre un día decidiera vaciar el laboratorio de su hijo, a la sazón cursando estudios universitarios en otro país. Entre los variados frascos y redomas destacaba un gran bote de cristal oscuro, con varias barras de sodio metal guardadas en petróleo, al abrigo de cualquier presencia de la peligrosa humedad. Una tentación para cualquier ama de casa ávida de limpieza y desescombro como mi madre, que procedió a volcar el contenido del frasco en el fregadero bajo un abundante chorro de agua.

No voy a entrar en detalles: explosiones, pérdida de conocimiento recuperado in extremis, vecinos movilizados, ambulancia, y obligada estancia hospitalaria.

Una estancia que milagrosamente se saldó sin secuela, tras un accidente que pudo terminar con esquela.

Compartir el artículo

stats