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Opinión

Eastwood, Trump y sus inmunidades

Que Clint Eastwood representa un perfil poco ortodoxo entre la incendiada clientela habitual del Partido Republicano norteamericano es tan cierto como su bien acreditada fama de cineasta excelso, sutil y batallador. Sin embargo, en su faceta de actor, por la que disfruta de una gran popularidad en todo el mundo, no reviste tanta admiración ni sus éxitos en este campo han provocado tanta unanimidad y reconocimiento. Al contrario, en no pocos casos, ha conseguido protagonizar sonoras controversias y desatar el rechazo visceral de muchos espectadores que, pese a sus innegables méritos como director, han visto en su rocosa e inmutable figura el paradigma del héroe justiciero, solitario, violento y vengador en la que tanto se ha prodigado a lo largo de su historia el cine estadounidense, el mismo modelo que, años atrás, representaron en innumerables filmes otros actores del mismo corte político, como los ya fallecidos John Wayne, Charlton Heston, Charles Bronson o Robert Taylor, por citar a los genuinos portadores de dichos valores en el Hollywood clásico.

Traemos este asunto a colación a propósito de un reportaje aparecido en este mismo periódico el pasado viernes donde Eastwood, más convencido que nunca, nos ofrece otra de sus conocidas perlas políticas apoyando abiertamente, y sin la menor reserva, la candidatura de Donald Trump a la presidencia de la nación. Sí, el mismo hombre que ha prometido levantar una valla fronteriza con México para frenar el flujo de inmigrantes; el que ha declarado virtualmente la guerra a los pueblos musulmanes, causantes, según sus afirmaciones, de todos los infortunios que padece Occidente; el que no muestra el menor decoro democrático cuando insulta y afea a sus propios compañeros de filas; el que exhibe su descomunal ignorancia en política exterior; el que se podría convertir, si nadie lo remedia, en el máximo responsable del mayor arsenal nuclear del planeta es, según el veterano cineasta, el hombre que necesita América para que ésta "vuelva a ser grande y temida en el mundo".

Nuevamente, el respetado autor de Sin perdón (Unforgiven, 1992), Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995), Bird (Bird, 1988) o Mystic River (Mystic River, 2003), mentor del clasicismo en un Hollywood cada vez más monitorizado, ha vuelto a prestar su apoyo político, como lo hizo en 1952 con Dwight D. Eisenhower, en 1972 con Nixon, y en 1980 con Reagan, al candidato conservador que aspira el próximo mes de noviembre a sustituir a Barak Obama en el sillón presidencial. Y lo ha hecho con la certeza de que Trump responderá a las expectativas depositadas en él por millones de votantes enardecidos por sus continuas soflamas contra un establishment "excesivamente tibio a la hora de resolver los problemas que asolan nuestra patria".

Eastwood, cuyas controvertidas posiciones ideológicas han generado, desde tiempos inmemoriales, las divisiones de opinión más variopintas, sigue alimentando la polémica entre quienes anteponen su militancia conservadora como estigma inherente a su personalidad y quienes, pese a admitir su credo reaccionario y resaltar las ostentosas contradicciones que socavan su larga trayectoria artística, continúan instalados en la convicción de que el suyo, salvo algunas flagrantes excepciones, es un cine de gran complejidad, inteligente, observador, crítico y a veces incluso de efectos sociales demoledores, como queda bien patente en, pongamos por caso, Medianoche en el jardín del bien y del mal (Midnight in the Garden of Good and Evil, 1997), un turbio y enigmático melodrama donde se muestra, sin ambages, el lado más devastador de la moral burguesa en medio de un misterioso caso de asesinato acaecido en la localidad sureña de Savannah, o en Gran Torino (Gran Torino, 2008) cuya trama pivota sobre los avatares de un veterano de la Guerra de Corea, xenófobo, violento e irascible cuando, jubilado, se enfrenta a la realidad de un mundo sometido a cambios continuos que escapan a su control y comprensión.

Teóricamente, son historias que aborrecería sin duda el inefable aspirante republicano a la Casa Blanca si siguiera al pie de la letra su furibundo y desnortado programa electoral, una retahíla de reivindicaciones ultraconservadoras que han conseguido enemistarle con una parte importante de la cúpula derechista americana. Así pues, llega entonces la pregunta irremediable: ¿cómo un director de la sensibilidad y apertura de miras de Eastwood a quien hemos visto hincarle el diente a proyectos cinematográficos de una hondura, modernidad y valentía inconmensurables, puede aconsejar abiertamente el voto para un personaje tan desconectado del mundo real, del arte y de la cultura más elementales? ¿Qué puntos en común podrá tener un sujeto rematadamente procaz, arrogante y marrullero con un personaje que ha llevado felizmente a la pantalla algunos de los guiones más inteligentes, sensibles y penetrantes de las últimas décadas?

No compensa, ni intelectual ni moralmente, proclamar en público la idoneidad de un político tan desgastado y nocivo como Trump; sólo por un apego extremo a unas siglas que representaron en el pasado estadistas del calado moral de Abraham Lincoln o Theodore Roosevelt pueden explicarse las reprobables declaraciones de nuestro apreciado cineasta en su empeño, al parecer inquebrantable, de mantenerse fiel a las más puras esencias del republicanismo norteamericano.

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