La Provincia - Diario de Las Palmas

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Mirando a África

Saint-Exupéry y Tarfaya

Uno de las sorpresas más notables de quienes visitan la ciudad de Tarfaya, en la costa del sur de Marruecos, enfrente de Fuerteventura, es el hallazgo de un pequeño monumento, una escultura en bronce de un avión biplano de hélice, y todo un museo, dedicados a la memoria de Antoine de Saint-Exupéry. Pero no al Saint-Exupéry literato, el autor de El Principito, sino al aviador, que vivió en esa localidad, cuando estaba bajo administración española, de 1927 a 1929.

En esta historia hay que remontarse a 1918, al principio de la historia del mundo de la aviación comercial, justo después de la Primera Guerra Mundial. Un francés, Pierre-Georges Latécoère, fundó en el aeropuerto de Toulouse el grupo empresarial Latécoère, la primera empresa de correo aéreo mundial, más tarde llamada Compañía General Aéropostale.

En 1927 la empresa inició una línea aérea de correo que partía de Toulouse, pasaba por Casablanca y terminaba en Dakar previas las correspondientes escalas en Agadir, Cabo Juby (la actual Tarfaya), Villa Cisneros (Dajla), Port Etienne (Nuadibú) y Saint Louis.

Saint-Exupéry comenzó a trabajar para la compañía Latécoère en 1926 y al año siguiente fue destinado como jefe de escala para el reabastecimiento de los biplanos Breguet XIV en Cabo Juby, por entonces un enclave español, con fuerte y destacamento militar, en la costa del Sahara, a medio camino del resto del mundo.

Hasta 1929, año en que fue destinado a Sudamérica, donde siguió trabajando en el correo aéreo organizando la red de ese continente, Saint-Exupéry debió llevar una vida apacible en Tarfaya, cuatro casas y un cuartel, por no decir tremendamente aburrida. Hay quien asegura que las horas vacías al borde del desierto lo determinaron a llenarlas con literatura. Sus biógrafos mantienen que ese aislamiento inspiró no solo la importante correspondencia con su madre (publicadas como Cartas a su madre, en 1955) sino también los materiales para su primera novela, Courrier Sude, publicada en 1929.

La vida cotidiana, caracterizada por el trato con los militares españoles y con los pobladores saharauis, apenas se vio alterada por alguna que otra anécdota, como su papel como negociador en la liberación de unos pilotos franceses cuyo avión había caído al desierto y se encontraban retenidos por una tribu local.

Saint-Exupéry murió a finales de la Segunda Guerra Mundial y su figura fue recordada por haber escrito la obra universal El Principito, tan recomendada a los niños para iniciarse en la lectura. Por esas cosas de la vida, un buen día, a la Fundación Pierre Georges Latécoère y Aéropostale se le ocurrió la idea de levantar un museo en Cabo Juby, en la actual Tarfaya. Dicho y, en poco tiempo, hecho. En 2004 se fundó el Museo de Saint-Exupéry justo donde comenzaba la antigua pista del aeródromo, a unos cien metros de la pintoresca playa de la ciudad. El museo trata de informar al visitante sobre la historia de Aéropostale y de su famoso aviador- escritor, con modelos de aviones a escala, fotografías, carteles, documentos de la época, paneles de información y, cosa curiosa, una copia original de fragmentos de El Principito, escrito de puño y letra del autor.

La poca atención que en África suele darse a los museos hace que esta iniciativa destaque como un faro en la oscuridad. El museo de Saint-Exupéry no lo es tanto del hombre en sí, sino más de una época en que los pioneros de la aviación se jugaban la vida cada vez que se subían a un aeroplano, un momento de la Historia en que el mundo empequeñeció a marchas forzadas, al ritmo de los récords de aviación que se sucedían un año tras otro. Es un tributo al progreso, a la comunicación entre los pueblos, un pequeño hito de la Historia de la Humanidad que levantaron juntos franceses, españoles y saharauis. Ahí está, enfrente de Fuerteventura. Si pasan por Tarfaya, no duden en visitarlo.

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