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El callejón del gato

Farol de portal ajeno

La semana pasada fallecía Fidel Castro y aunque no era oficialmente creyente vamos a asistir a las exequias desde el tercer día, séptimo y trigésimo al más puro estilo católico, apostólico y romano.

Bajó de Sierra Maestra, donde dejó un reguero de víctimas por mor de la revolución y con el tiempo acabó con las libertades para poder perpetuarse en el poder cuarenta y tantos años. Ha finalizado siendo una dictablanda que maquilla el panorama desolador que padece la Perla del Caribe desde hace varias décadas. Lo curioso del asunto es que la figura mítica de Fidel tiene más predicamento fuera del país que dentro.

Cuba, que ha pasado de la dependencia de Estados Unidos en la era de Batista a la dependencia de la Unión Soviética hasta la caída del muro de Berlín que terminó con el suministro de petróleo y una economía subsidiada. Lo que todos deseamos ahora es que la comunidad internacional propicie una transición incruenta donde se respeten las libertades y los derechos humanos. ¿Cómo se puede pasar de los pesos cubanos que no sirven sino para la cartilla de racionamiento a los pesos convertibles con los que se pueden comprar el resto de las cosas? Otra incógnita por resolver.

Mis buenos amigos, ya fallecidos, los hermanos Cifuentes, dueños de la fabrica de tabacos Partagas sólo pudieron, después de financiar en los primeros momentos la Revolución cubana, recibir como gran cosa veinticuatro horas de margen para salir de la isla y ponerse a salvo en Miami; como ellos fueron miles los que salieron huyendo de la quema.

Sin duda, Fidel, que fue un referente en toda América Latina cara a lo que se llamaría la descolonización americana. Este indómito personaje tenía buena planta y al igual que Groucho Marx ha pasado a ser de los más imitados en fiestas y carnavales, al más puro estilo de la fiesta del chivo que no pudo ser a pesar que lo intentaron. Hay que añadir a su currículum que acabó, en el buen sentido de la palabra, con once presidentes norteamericanos dando una idea de lo mucho que duran los dictadores, es decir, la mayoría mueren en la cama.

El problema fundamental al que se enfrenta actualmente Cuba es la fractura cívica, porque los ciudadanos se debaten entre la obediencia al régimen o la transformación del mismo, tras casi seis décadas de adiestramiento, con una educación teledirigida y las ansias de apertura al resto del mundo. Al final una dictadura, ya sea de izquierdas o de derechas termina con una condena unánime por parte del resto del mundo. Ni Cuba es un paraíso ni tampoco es un infierno, a pesar de no poder contar, en muchos casos, con tener cubiertas las necesidades más básicas.

Mi buen amigo Pepe, cuando veía acercarse a la parca en su última hora , me dijo: "No lloréis por mí, yo estuve en Cuba". Aun tengo esa asignatura pendiente.

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