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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

El rito del maratón

Jerónimo Saavedra ha perdido su habitual flema por vía maratoniana. La invasión de Vegueta por corredores le impidió llegar a tiempo a la ópera La Favorita, con la rasquera de cien euros tirados a la basura y un buen disgusto plasmado en un artículo de opinión en este periódico. El diputado del Común, vecino de Vegueta, daba cuenta de la dificultad para salir de su casa dado los males de la edad. Su caso se repitió en circunstancias distintas: trabajadores que llegaron tarde; conductores que no atinaban para alcanzar el Puerto; garajes incomunicados; falta de información... El cronista oficial, Juan José Laforet, también maratoniano, le contestó a Saavedra por las redes sociales con imágenes de maratones masivos en el Vaticano o en el centro de París. El argumento no aporta mucho: no todas las ciudades son iguales ni tienen la misma trama, ni tampoco cuentan con el mismo aparato organizativo ni de asistencia policial. El asunto no es rechazar los maratones ni a los practicantes del sano ejercicio, ni tampoco esas edificantes carreras en bicicleta, es decir, ninguno de los actos dirigidos a la diversión y el happening ciudadano. Pero el problema es que hay gente que tiene el día clave que cumplir con obligaciones o seguir con su agenda, y los maratones parece que lo hacen imposible. Una ciudad no puede ser de nadie en exclusiva cada dos o tres semanas, es necesario tirar del equilibrio y permitir que las dinámicas habituales se complementen: sin ir más lejos, un maratón no puede obligar a los viandantes a meterse en un zaguán para evitar un golpe porque los entusiastas corredores han ocupado la acera. La afición de correr a la manera de un rito colectivo se ha oficializado, y como tal necesita de unas normas y un área para hacerlo. Saavedra tiene razón y Laforet también. Seguro que existe un intermedio para que la LPGC no sea sólo para los maratonianos.

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