Todavía recuerdo a aquel prócer editorialista que aseguraba apodícticamente que las aguas canarias albergaban "infinitas riquezas", por lo que cualquier preocupación sobre el futuro económico de las Islas y sus habitantes era casi estrafalaria. Se refería principal pero no exclusivamente al petróleo, porque con toda seguridad Nuestro Señor había sembrado munificentes prodigios todavía por descubrir. Y así ha sido. Gracias a una investigación conjunta del Centro Oceanográfico del Reino Unido y el Instituto Geológico y Minero de España se ha descubierto un yacimiento de telurio, calculado en más de 2.600 toneladas, y situado en un monte submarino a unas 250 millas al sur de El Hierro. El telurio es un metal cuya creciente demanda mantiene a un precio elevado y que tiene numerosas aplicaciones, desde los paneles solares a los discos compactos. Nuestro nuevo -y fugaz- talismán contra el futuro.

Llevamos ya dos generaciones, más de treinta años, charloteando ineficazmente sobre la imperiosa necesidad de la diversificación económica y, más recientemente, sobre la introducción de una economía del conocimiento que complementara y asegurara una situación competitiva (y no una desconexión progresiva) en el proceso de globalización económica. Pues al carajo. Basta con que asome la promesa de petróleo o telurio (como si es kriptonita) para que todo se olvide, se achinen los ojos por la codiciosa ambición y se comience a soñar, por enésima ocasión, en un maná que la Madre Naturaleza nos regalará para alejarnos definitivamente de la miseria sin necesidad de mayores esfuerzos. Caña de azúcar, viñedos, tomates, plátanos, turismo, petróleo, telonio. Se descubre este valioso metal a una distancia respetable y todo el mundo comienza a ponerse cachondo. Canarias, potencia mundial en producción de telurio, y aquí que cada cual tome lo que quiera que yo pago esta ronda. Es tan intensa esta forma de estupidez colectiva, esta comezón por conseguir el premio gordo de una lotería geológica, que llueven los artículos de prensa, comienzan a esbozarse modelos de explotación, se avanzan diagnósticos que apuntan a una negociación entre la Comunidad autonómica, el Gobierno central y un consorcio público-privado que explotaría el yacimiento, y algunos diputados anuncian que pedirán información al Ejecutivo regional, cuyo presidente, como es obvio, no tiene ni puede tener en este momento ninguna.

Ocurre algo similar con las energías renovables. Otra solución portentosa para los problemas económicos y sociales de Canarias y para su viabilidad futura como proyecto político, institucional, convivencial. Las energías renovables, según sus sonrientes evangelistas, no solo nos proporcionaría la satisfacción de ser limpios, justos y beneméritos: se podría vender al exterior -imagino que en mecheros recargables- y crearían miles de puestos de trabajo. Reacciones retóricas y variedades de pensamiento mágico que atraviesas los discursos políticos de derecha a izquierda y que tienen en común esa alergia tan sentidamente isleña contra la a veces agotadora complejidad de lo real.