La Provincia - Diario de Las Palmas

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Abrecaminos

Me trasladaba un amigo el otro día su apreciación que muchas veces nuestra sociedad avanzaba, paradójicamente, merced a la innovación y el talento de personajes que sin ser claramente antisociales, sí presentaban síntomas de falta de integración cuando no pura incompetencia social y hasta indicios de autismo. Aun asumiendo que la idiosincrasia de muchos genios conlleva el aislamiento social que facilita su creatividad, yo preferí poner en valor la competencia como motor esencial en la apertura de nuevas sendas de bienestar.

Como primer ejemplo me vino a la mente el fructífero pique en el desarrollo de la aviación entre los hermanos Orville y Wilbur Wright y Glenn Curtiss. Los primeros con el bautismo del aire de su prototipo de alas flexibles, el segundo con la mejora de maniobrabilidad gracias a la incorporación de los alerones, y todos los perfeccionamientos subsiguientes de ambos equipos en un clima de constantes pleitos por las patentes, que los hermanos querían monopolizar aplicándolas a cualquier ingenio volador. La primera contienda mundial puso fin a la guerra de patentes rebajando los enormes royalties a los hermanos Wright en aras del interés nacional. Pero el enfrentamiento no finalizó ni con la muerte de Orville, sino que fue años más tarde cuando se fusionaron los mutuos intereses en una sola empresa, la Wright Curtiss.

Otro ejemplo que se me ocurría, éste en el campo de los grandes descubrimientos, era la pugna inmisericorde entre el noruego Roald Amundsen y el inglés Robert Scott, por llegar al polo sur. En este caso fue literalmente una lucha a muerte, pues Amundsen al escoger trineos tirados por perros que a medida que iban muriendo servían de alimento a los canes supervivientes, con el consiguiente ahorro de carga, llegó al polo sur 34 días antes que Scott con sus caballos mongoles. Cuando Scott pisó el polo sur se encontró ahí plantada una bandera noruega junto a una carta de Amundsen dándole la bienvenida a su colega. Scott no sobrevivió al disgusto pues murió congelado junto a sus compañeros en el camino de vuelta.

Y otro ejemplo que me era imposible pasar por alto era la rivalidad encarnizada entre Thomas Alva Edison y Nikola Tesla. El segundo, siempre en inferioridad de condiciones ante el soberbio Edison, consiguió superar al maestro desarrollando sus propias ideas, y también en un enrarecido clima de mutuos reproches y denuncias por temas de patentes, salió vencedor en la llamada "guerra de las corrientes". Con el patrocinio de George Westinghouse pudo demostrar la superioridad de su concepto de corriente alterna ante el de corriente continua preconizado por Edison, apoyado a su vez por el financiero JP Morgan.

De todos modos estoy dispuesto a conceder que pese a lo fértil de estos piques entre genios de la innovación, algo tiene de cierto la teoría de mi amigo. Es más, hasta estaría dispuesto a admitir que a muchos de estos inventores rivalizando por llevar adelante sus descubrimientos, seguramente les faltaría algún tornillo.

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