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entre líneas

Ramón Casas en la república catalana

Estoy pasando unos días en Extremadura, esa tierra española situada en el extremo opuesto de Cataluña -y no sólo geográfico. Me hospedo en un pequeño y atractivo hotel ubicado en la zona medieval de Trujillo. Desde el jardín del hotel -palmeras, cipreses, olivos- puedo ver algunas de las torres defensivas desmochadas por orden de la reina Isabel de Castilla; una medida con la que la soberana quería rebajar -castrándolos simbólicamente- el poder de los nobles. (¿Debería el Gobierno Central hacer algo parecido con las Autonomías?) El hotel cuenta con una extensa biblioteca; es la de su propietario, el historiador Guillermo Gortázar (quien, por cierto, ejerció la docencia en un instituto de Tamaraceite en los años ochenta.) Me entretengo examinando algunos libros, entre ellos el catálogo de una exposición de Ramón Casas (Mapfre, Madrid, 2001). Miro las reproducciones de sus cuadros, y me detengo en una de especial significación: La carga.

La carga es una de las pinturas más conocidas del autor, y es, también, el testimonio de una impostura. En ella aparece un escuadrón de la Guardia Civil reprimiendo, sable en mano, una manifestación popular. El cuadro está firmado y fechado en 1903; pero Casas lo había pintado con anterioridad, en 1899. En él se alude a un suceso que se estima ocurrió efectivamente, pero cuya identidad exacta no ha podido determinarse; debe corresponder a cualquiera de los muchos acontecimientos que sacudieron Barcelona en los últimos y convulsos años del siglo XIX, muy movidos en cuanto a movilizaciones callejeras de toda índole. En 1903, cuando Casas presentó la pintura en la exposición de la Societè Nationale de Beaux-Arts, en París, la tituló Barcelona, 1902: eslogan más que título. Con tal denominación, un suceso innominado se transformó en el testimonio de la huelga general revolucionaria convocada por la CNT en febrero de 1902 para exigir una jornada laboral de nueve horas; el enfrentamiento causó más de 12 muertos y numerosos heridos, y originó una declaración de estado de guerra por parte del Gobierno. En 1904 el cuadro fue exhibido en la Exposición Nacional, en Madrid; allí obtuvo una medalla de Primera Clase; fue entonces cuando el Estado Español lo adquirió -y ello pese a que la temática de la pintura no era exactamente satisfactoria para exaltar los blasones patrios nacionales. La compra suscitó numerosas críticas; y continuó provocándolas hasta que en 1919 el Estado la cedió en calidad de depósito al Museu Comarcal de la Garrotxa, en Olot, donde actualmente se exhibe.

La composición de Casas, realmente espléndida, con una valoración inusual del espacio de una plaza vacía, con sólo los bordes ocupados por los manifestantes que se dispersan y la policía que los acosa, no parece ser un alegato a favor o en contra de ninguna de las partes enfrentadas; traduce, creo, una mirada objetiva sobre un hecho que le sirve para demostrar su enorme oficio de pintor. También las dimensiones del cuadro (298 x 470 cms.) insisten en superar esa prueba de maestría. Pero su trasfondo crítico -aunque apócrifo- es innegable. En 1974, el Equipo Crónica afiló ese criticismo en su composición Arroyo y Casas en la plaza: ahí aparece, junto a las figuras a caballo de los guardias civiles, un personaje de Arroyo, suicida en la Dirección General de Seguridad.

Quienes se sorprendan de que los nacionalistas catalanes (y Casas no lo era, al menos en su pintura*) hayan manipulado imágenes de la intervención de la Policía Nacional el 1 de octubre en Barcelona utilizando escenas gráficas de otras procedencias, deberían saber que este tipo de mixtificaciones son habituales en el terreno político; y también, por la muestra, en el ámbito plástico. Magnificar un hecho, sin importar si se usurpa su significación original, es tarea de vieja acreditación. Es probable que la intención de Casas fuera, simplemente, la de dotar de actualidad a su trabajo; pero ese cambio de fecha, y el título explícito de la obra, implica cualquier cosa menos una acción inocente. Parece, por el contrario, una burda manipulación. Pese a que estos hechos son conocidos, hoy sigue considerándose la pintura como una crítica a la " represión violenta por parte de las autoridades de las protestas obreras" de 1902.

De cualquier manera, me ha sorprendido que los nacionalistas catalanes, tan faltos de escrúpulos para alterar la historia como para inventarla exnovo, no hayan utilizado el cuadro de Casas a modo de arma de combate, presentándolo como un testimonio de la represión que España ha ejercido desde tiempo inmemorial sobre el pueblo de Cataluña. No es improbable que, a pesar de las varias asociaciones de carácter nominalmente cultural que figuran como abanderadas callejeras de la independencia, nadie en aquellas asociaciones conozca el cuadro de Casas; y a lo mejor ni siquiera saben quién fue Ramón Casas. Es más fácil, y lucrativo, arengar a la revuelta, subido al capó de un coche policial abandonado por prudencia, y sabiéndose protegido por la multitud enardecida que te rodea, que seguir atentamente, con dedicación y objetividad, el desarrollo de la cultura que tanto dicen defender. Y hasta me parece una bendición esta ignorancia. Pues si triunfara el golpe de estado que patrocinan la CUP, ERC, Omnium Cultural, ANC, etc. algunas obras de Ramón Casas (y no sólo las suyas) que se custodian en el Museu Nacional d'Art de Catalunya, o en el Museu de Monserrat, correrían el riesgo de ser tratadas como "arte degenerado". ¿Qué podrían hacer las viragos mesiánicas de la CUP con pinturas que llevan por título A los toros, o Con una bata de percal planxá? Sin duda arrojarlas a la hoguera (en la plaza de Catalunya quedaría muy aparente la fogata), o venderlas en el extranjero para acopiar dinero para la causa -vaya, como hicieron los nazis con sus requisas depurativas plásticas y literarias, que ejemplos no faltan.

Restituyo el catálogo a la biblioteca. Y pienso que la locura y la imbecilidad humanas no tienen más límites que el de su propia destrucción -y la de todos.

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