Da algo de miedo que un sexenófobo como Torra ocupe la presidencia de Cataluña. Pero aumenta el temor cuando Rivera presenta su último juguete, España Ciudadana, con el objeto vaporoso e incendiario -un combinado muy tóxico- de recuperar el orgullo de ser español, y lo aliña con Marta Sánchez cantando su letra del himno nacional. Mire cómo se mire, el estreno de esta plataforma, brazo electoral de Cs, viene a ser una respuesta a los independentismos desde un nacionalismo español tan negativo como el otro. Para ser gráficos, se juega con fuego, con instintos muy primarios, cuyo desenlace suele ser, digamoslo ya, el enfrentamiento violento. Este tipo de reivindicaciones son incontrolables: dan cobijo, aunque su creador no lo quiera, a impulsores de propuestas exacerbadas que confunden todo y que acaban en banderías que reivindican su autenticidad frente al otro. Rivera, que se autopropugna como alternativa de Gobierno, debería actuar desde la sensatez y no al rebufo de los disparates del sectarismo del independentismo catalán. Esta apuesta por el españolismo viene a ser un golpe bajo a la aspiración reformista de Rivera. Tirar del argumentario del nacionalismo español demuestra, aparte de falta de prudencia, una importante carencia de imaginación para una formación política que se proclama novedosa y con un paquete de medidas ilusionantes. A lo largo y ancho de Europa observamos los efectos letales que los programas nacionalistas o ultranacionalistas están teniendo para la unidad europea, no sólo en el plano económico sino también en los derechos de las personas, con especial efecto entre los inmigrantes. Rivera conoce la rentabilidad de estas políticas, y busca la fórmula más rápida para encender una llama similar en España. Me parece que es el camino equivocado, es retrotraernos en el tiempo, a viejos y dramáticos escenarios.
