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opinión

Iglesias ya no da miedo

Adhesión inquebrantable o crisis de liderazgo, a eso se reduce la consulta interna de Podemos sobre la continuidad o no de Pablo Iglesias e Irene Montero después de su gran paso inmobiliario. Aunque parezca que estamos ante el absurdo de colectivizar las decisiones más personales, algo que podría llegar con la tendencia a recurrir al voto para todo, el efecto del plebiscito tiene notable trascendencia política. La pareja no pregunta por su chalé sino por el discurso que se desprende de sus hechos, que rompe con la doctrina estilística de la desposesión y austeridad de la que hicieron bandera. Esa era entonces la respuesta a una exigencia de los muchos despojados en la gran regresión, submileuristas de vivir con poco más que lo puesto, que depositaron sus esperanzas en Podemos. En torno a esa reserva espiritual se acuñó el pecado de tener, porque toda propiedad resultaba sospechosa, y la obcecación de igualar por abajo. El prurito se hizo más intenso a la hora de enjuiciar a los representantes públicos. El "no nos representan" se agravó con el "nos roban" y, en el cruce de ambos, el podemismo se hermanó con una deformación filofranquista con la que comparte el mismo núcleo demagógico sobre los signos externos de la clase política.

Esa visión fraguó en un discurso político paupérrimo, que permitía prescindir del trabajo de elaboración argumental: bastaba con reducir al contrario a su declaración de la renta o al espacio en el que habitaba. Todo ello se derrumba ahora con estrépito y consternación para numerosos cargos del partido, que se ven forzados a prescindir del viejo estilo para asumir que necesitan un discurso que vaya más allá de cómo o dónde se viva, porque ese reduccionismo no alcanza a explicar la posición política de aquel con quien se confronta.

En esa nueva tesitura, el chalé de Galapagar promueve un cambio en la formación en la medida en que, la búsqueda de una coherencia a estrenar, obliga a Iglesias a despojarse, él y los suyos, de la descalificación de la cara externa de los demás como eje de la dialéctica política.

El previsible aval de los inscritos, que no es hipotecario, reforzará el liderazgo de la pareja encumbrada y santifica a la vez un modo de vivir que nada tiene que ver ya con el discurso del miedo al que Íñigo Errejón atribuía la severa caída electoral del partido en 2016.

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