"Deja de hacerte pajas; no, mejor, como tú eres mujer deja de hacerte dedillos y piensa"; "sí claro, seguro que te lo has mirado, como yo cuando me leo la etiqueta del champú cuando cago"; o "inútil, no tienes ni puta idea, ponte las pilas, ¿para qué coño te quiero si no sabes ni siquiera alinear una formación. No me sirves, no sé cómo eres sargento, te voy a arrestar", son algunas de las frases que salieron entre febrero y marzo de 2012 de la boca del capitán de Artillería J. F. C.C., de la base tinerfeña de Los Rodeos.

El vocabulario del capitán J. F. C.C. está lleno de "expresiones malsonantes" y con ellas "se dirige a sus subordinados, sin distinción de si son hombres y mujeres". Al menos eso es lo que reconoce la sentencia emitida por el tribunal militar que lo juzgó por una acusación de abusos interpuesta por la sargento M. A. R. L., sentencia absolutaria que ahora ha hecho firme el Supremo.

La historia ya conocida saltó el jueves pasado a los medios de comunicación y llamó la atención que en el Ejército no se considere una humillación dirigirse en esos términos a un subordinado, que es lo que viene a decir la sentencia. Este no es el único caso de situaciones de abuso sufridas por mujeres en el Ejército.

Cinco días antes de darse a conocer esta resolución del Supremo, la Sexta difundió en el programa Salvados la historia de la comandante Zaida Cantera, que sufrió acoso sexual en el Ejército y se ha visto obligada a abandonarlo como consecuencia de haberse atrevido a ir contra el sistema al denunciar al acosador y propiciar que fuera juzgado. Cantera denunciaba en el programa la falta de democracia que había hallado en el Ejército.

Hace poco más de un año, otro caso que conmovió a la opinión pública fue el de la soldado Silvia Ruiz, expulsada del Ejército tras ser diagnosticada de cáncer de mama y haberse quejado de que no podía hacer determinados ejercicios tras su convalecencia.

Los tres casos tienen como protagonistas a mujeres y muestran la imagen de un ejército que se rige por normas distintas a las de la sociedad a la que pertenece, una sociedad que identifica el lenguaje carcelero con abuso y humillación, que entiende que hay que proteger a la víctima del acosador y cuidar al enfermo.