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Cine 'El puente de los espías'

Panorama desde el puente

Tom Hanks en 'El puente de los espías'. LP / DLP

A veces pienso que el propósito de Steven Spielberg de rodar una película cada dos años (incluso menos, como en 2011 que rodó seguidas Caballo de batalla y Las aventuras de Tintín), aunque no tenga cosas nuevas que decir, es un modo como otro cualquiera de estimularse para contar de otra forma lo mismo de siempre. Como quiera que sea El puente de los espías es una nueva lección de civismo de Spielberg, filmada después de Lincoln, uno de los proyectos más queridos del cineasta americano que cumplidos los 69 años sigue rodando a buen ritmo, manteniendo el impulso que dio a su carrera en los años 70.

Película épica e intimista a un tiempo, El puente de los espías es un lujoso thriller de espionaje donde Spielberg, con notable falta de prejuicios, recicla las convenciones narrativas más clásicas del género, favoreciendo así el espectáculo. El puente de los espías, aun siendo un digno producto comercial, no puede escapar del cliché; es más, se recrea en él. Estamos en 1957, James Donovan (Tom Hanks) es un abogado de Brooklyn especialista en seguros, padre de familia y sin experiencia política, que es designado para realizar un intercambio de prisioneros en Berlín Oriental durante la construcción del muro que dividirá a la ciudad alemana en Este y Oeste y convertirá a Berlín en el epicentro de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El puente de los espías es una película que, en cierto sentido, responde, secuencia a secuencia, casi plano a plano, al tópico de "el comunismo es malo". El comunismo es malo cuando la propaganda capitalista te inculca que es malo. Sin embargo, no hay diferencia entre comunismo y capitalismo (cito de memoria a la filósofa y escritora americana de origen ruso Ayn Rand), excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final: el comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza, el capitalismo mediante el voto.

Dentro unos parámetros artesanales perfectamente funcionales, por lo que se refiere a saber planificar y montar una secuencia sin los torpes artificios de directores como Phillip Noyce y similares, Spielberg sabe dotar de cierto empaque determinados momentos de la película. El ambiente húmedo y gris de Berlín contrastado con la luminosidad de Brooklyn; el tratamiento nada efectista de la violencia; la escueta pero efectiva mirada sobre la burocracia mezquina; el excelente retrato de secundarios, en especial Mark Rylance; son las pinceladas secas, concisas, apoyadas por la fotografía monocromática de Janusz Kaminski, con que Spielberg redondea con aséptica corrección El puente de los espías.

Algo que, por otra parte, no es nada del otro mundo, pero resulta gratificante cuando se hace bien.

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