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Cooperación Crisis de los refugiados

En el cementerio de Europa

El canario Rafael Bethencourt atiende junto a la oenegé Proactiva a los inmigrantes que tratan de cruzar el Mediterráneo desde Libia

Dos de los miembros de Proactiva durante las tareas de rescate en el Mediterráneo el pasado mes de julio. LP / DLP

Rafael Bethencourt Guimerá conoce de primera mano la crisis humanitaria que se vive en el mar Mediterráneo, donde se estima que en los últimos dos años han fallecido más de 10.000 inmigrantes, una cifra que las organizaciones consideran por debajo de la realidad. Este médico, nacido hace 38 años en Santa Cruz de Tenerife y criado en Las Palmas de Gran Canaria, participó el pasado mes de julio en la travesía que organizó la oenegé Proactiva Open Arms hasta las aguas internacionales cercanas a Libia para prestar apoyo a los refugiados que cada día se juegan la vida con la intención de entrar en Europa. Este facultativo cuenta que estas personas se adentran en la inmensidad del Mare Nostrum sin medios ni conocimientos de navegación y convencidos de que las puertas del viejo continente se encuentran a sólo unos kilómetros.

Durante los cinco días en los que participó en las labores de rescate atendió a miles de inmigrantes. "Ellos creen que el Mediterráneo es un río grande, que pueden cruzarlo en horas porque no entienden de distancias marítimas", señala Bethencourt, quien trabaja en el Sistema d'Emergències Mèdiques de Cataluña (SEM). La primera pregunta que recibían cada vez que se encontraban con una zódiac atestada era casi siempre la misma: ¿cuánto queda para llegar a Italia? "Cuando les dices que aún falta un día de navegación alucinan".

Pero antes de adentrarse en el mar, muchos de ellos recorren miles de kilómetros por las entrañas del continente africano, procedentes de Eritrea, Burkina Faso o Ghana, hasta alcanzar la costa libia. En el camino sufren disparos, persecuciones y son utilizados como esclavos o violadas. Rafa, como le conocen sus amigos, detalla algunas historias que escuchó durante su experiencia, como la de una mujer y su hijo de dos años. "Ella nos decía que llevaba cerca de un año viajando junto a su marido, que había muerto durante el trayecto". Otro de los testimonios que más le impactó fue el de un marroquí. "Era un señor que le veías la cara y sabías que no era ni sirio ni libio ni subsahariano. Cuando le pregunté que de dónde venía me dijo que de Casablanca (Marruecos), que había cogido un avión hasta Libia, se fue a la costa y se subió a una lancha neumática. Él entendía que ahora mismo la única zona de paso a Europa es por Libia". Los miembros de Proactiva se han encontrado con relatos de niños que embarcan en una huida sin vuelta atrás, después de ver cómo sus padres mueren al recibir los disparos de las milicias que luchan en el norte de África, les retienen y negocian el viaje.

Ya en el litoral mediterráneo, estos inmigrantes acuden a tres ciudades desde donde zarpan las embarcaciones ilegales: Zuara, Sabratah y Zauaiya. Allí contactan con los traficantes que ponen a su disposición una zódiac o un barcaza de madera. Para alcanzar Europa pagan cientos o miles de euros. "Una mujer que iba con su hijo pagó 2.000 euros", indica el galeno. Los traficantes les obligan a dejar todas sus pertenencias antes de partir. "Se embarcan con la ropa que llevan puesta y poco más", apunta. Y añade que la mayoría de los inmigrantes viajan sin documentación porque así creen que pueden conseguir asilo con mayor facilidad. "Entienden que en Europa acogen más a refugiados de guerra que a otros inmigrantes y muchos intentan hacerse pasar por sirios o libios".

Sin apenas dinero ni pertenencias, cientos de personas se apilan en las embarcaciones bajo la oscuridad de la noche con una única premisa: pasar las 12 millas náuticas que se encuentran bajo jurisprudencia libia. "Les dicen que sigan las luces brillantes que hay al norte". Esas luces de las que habla el médico canario son tres plataformas petrolíferas que sirven de referencia para unos inmigrantes que no tienen conocimiento alguno de navegación.

Un móvil y combustible

Los piratas sólo les facilitan el combustible necesario para alcanzar el objetivo y un teléfono móvil por si surge algún problema. "Les explican que si alcanzan las 20 millas y no les ha rescatado nadie, llamen a Roma, que los localizarán vía satélite o con un avión militar y desde allí avisan a cualquier barco para el rescate", detalla.

A las doce de la noche zarpan en muchos casos bajo los disparos que llegan desde la costa. Es ya en aguas internacionales donde empieza el trabajo de oenegés como Proactiva y otros organismos públicos que también se encuentran en la zona. Rafael Bethencourt declara que después de cinco jornadas de navegación entre Barcelona y la isla italiana de Lampedusa, comenzaron las tareas de rescate. Y ya el primer día no pararon de atender a los refugiados que llegaban en zódiacs con la esperanza de pisar Europa.

Pronto vivieron momentos de tensión con las patrulleras libias. Aún no había acabado el primer día cuando "niños de 16 y 17 años" se presentaron en una neumática armados con fusiles de asalto. "Se acercaron a nosotros para ver qué estábamos haciendo allí porque decían que estábamos en aguas de su país. Nuestro capitán dijo que estábamos para ayudarles, les invitó a subir y les acercó a la zona donde teníamos el radar y les enseñó que estábamos a trece millas y media de Libia". Fue entonces cuando los militares se tranquilizaron. "El capitán, junto a otro compañero, les invitó a café y chocolate y ahí cambió la cosa; luego otro saltó preguntándonos que de dónde éramos, le dijimos que de Barcelona y empezaron con lo de Messi y Cristiano y se relajó la situación". Sin embargo, Rafael reconoce que "hubo un momento de estrés inicial porque no sabíamos con qué intenciones venían, éramos novatos y también era nuestro primer día en la zona".

La casualidad también hizo que su llegada coincidiera con la jornada en la que se rescataron más personas en el Mediterráneo. "Se llegaron a hacer 1.100 ó 1.200 rescates". "Ese día vimos cinco o seis dinguis [embarcaciones neumáticas en el argot marino], una de ellas estaba muy separada del resto. Estaba a la deriva, no sabían qué les pasaba, el motor no iba. Mi compañero Fernando y yo subimos y lo que ocurría era que estaba calado, lo tenían en primera. ¡No sabían ni siquiera arrancar el motor!".

Durante los siguientes cuatro días, el Astral, un motovelero medicalizado de 30 metros de eslora cedido por el empresario italiano Livio LoMonaco a Proactiva, siguió atendiendo a las personas que se embarcaban hacia una vida mejor. En ese tiempo hicieron diagnósticos médicos a todos los ocupantes de las embarcaciones. "Les poníamos una pulsera para identificarlos: si era blanca no había problemas, estaban fuertes; amarilla, que venían con fiebre, por lo que teníamos que hacerle una segunda valoración con Médicos Sin Fronteras; y pulsera roja era que tenían sarna, por lo que había que alejarlo para que no nos contagiaran". Lo más común, comenta, era tratar primeras necesidades como cuidar heridas, deshidratación, desnutrición, hipotermia o piojos".

Uno de los momentos que más impactó a Bethencourt, acostumbrado a actuar en situación de máxima tensión al trabajar en el helicóptero medicalizado del SEM, se produjo cuando comprobó que quienes iban en los barcos no sabían ni siquiera mantenerse a flote. "Las embarcaciones iban repletas, algunos viajaban a horcajadas en los laterales de las neumáticas, unos se agarraban a otro y en un momento uno se resbaló y cuatro o cinco se precipitaron al mar. Ver a una persona que se cae al agua, que no se sabe atar el chaleco, que lucha contra el mar para no ahogarse; con la cara desencajada del pánico al ver que se está hundiendo... fueron diez segundos de miedo, hasta que lo subimos al barco, que no se me olvidarán en mi vida. Después empezó a rezar a Dios, a gritar". Para el médico canario, situaciones como esta reflejan cómo los inmigrantes ponen en riesgo su integridad para tratar de conseguir un porvenir mejor. "Esta gente se tira al mar sin ningún tipo de conocimiento, no saben encender un motor o llevar una zódiac; lo mínimo que esperas es que por lo menos sepan flotar, pero es que no saben ni eso".

Bethencourt, quien colaboró en otras crisis humanitarias como la de Haití tras el terremoto de 2010 y trabajó en países como Cuba y Mauritania, considera después de esta experiencia que Europa y los europeos "tienen que hacer algo y mojarse". "Desde hace tiempo muchísimas personas están muriendo en el Mediterráneo y los grandes poderes no hacen nada y así no se soluciona; tenemos que implicarnos más". Una de las formas para colaborar con las organizaciones que actúan en la zona es el documental que elabora el periodista de La Sexta Jordi Évole y el equipo del programa Salvados, en el que cuentan la experiencia que vivieron junto a Rafael Bethencourt y los miembros de Proactiva. Decenas de salas de todo el país, entre ellas los cines del Monopol, El Muelle y Siete Palmas, y la Sala Municipal de Arucas, proyectarán la cinta y la recaudación irá destinada a la oenegé. "Al final, esto se trata de dinero y la única manera de estar más tiempo allí es con más dinero" para así intentar cerrar el mayor cementerio de Europa.

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