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Historia Una vida entre golpes de Estado (II)

Manuel Domínguez: "Venezuela está desabastecida como Chile antes del golpe"

"Mi compañero de despacho, Paco Quevedo, que es escritor siempre me animaba y me decía "¡Tú eres historia!". Y yo siempre le respondía que eran casualidades de la vida", cuenta Manuel Domínguez Llera, profesor jubilado y exiliado del régimen franquista

El profesor Manuel Domínguez en una de las vidrieras de la Biblioteca Pública del Estado con vistas hacia la Avenida Marítima. ANDRÉS CRUZ

Como profesor de la Universidad de Santiago, fue testigo del gobierno de Allende y del golpe de Estado de Pinochet. ¿Cómo vivió ese proceso tan convulso?

Lo viví todo muy de cerca. Pertenecía a las juventudes socialistas de Chile. Y tuve la oportunidad de conocer a Allende. Cuando le comenté que era un niño del Winnipeg, se emocionó. A partir de ahí me empezó a llamar España. Además, también conocí a su hija Isabel. No confundir con la escritora Isabel Allende, que era prima. La hija de Allende se casó con un compañero mío de la universidad.

¿Cómo fue el proceso de desgaste contra Allende previo al golpe de Estado?

Todo se veía venir. De repente, se generó una cadena de desabastecimiento gigante. Empezaron a faltar las cosas fundamentales. No había alimentos en los supermercados, las fábricas no disponían de material para la cadena de producción. Pero eso no ocurrió por dejadez del gobierno de Allende. Fue todo premeditado.

Cuente.

Allende estaba condenado. Los camioneros, que eran los encargados de suministrar los alimentos o la materia prima, se posicionaron a favor de los militares antes del golpe. Pararon el país. Y la gente lo sabía. Así que grupos de personas, de izquierdas, íbamos por las noches a las zonas donde estaban los camiones con los alimentos para ponerlos en marcha y suministrar a los mercados. Ante eso, lo siguiente que hicieron los camioneros fue romper sus propios vehículos. Así que nosotros requisábamos piezas de repuesto en la Ford, en la Chevrolet, íbamos con mecánicos y arreglábamos los camiones para que siguieran su camino. Era dantesco. Y por último, como vieron que a pesar de todo, la gente hacía funcionar el sistema, llenaron las carreteras de pinchos, en forma de tetrápodos que llamamos miguelitos -no sé por qué-, para que se pincharan las gomas de las ruedas. Y contra eso también buscamos una solución. La gente ponía a disposición de la causa sus coches. Poníamos una plancha de latón delante y arrastrábamos los pinchos. Recogíamos miles por día. Fue una cosa tremenda. Curiosamente, dos días después del golpe, los supermercados estaban llenos de comida. ¿De dónde salieron?

Recuerda a lo que sucede ahora en Venezuela.

El proceso es muy similar al de Chile. Al principio cortan la luz, luego cortan el agua y después desaparecen los alimentos. Y a todo eso hay que sumar a un incapaz absoluto como es Maduro. Chávez era más vivo que este. Era militar, lo apoyaban lo suyos, lo protegían. Este no es nadie. Y no tiene las luces de Chávez, que era más pillo.

¿Recuerda el 11 de septiembre de 1973?

Claro que recuerdo el 11 de septiembre de 1973. Fue tremendo. Yo estaba en la facultad. Entraron los militares y empezaron a llevarse a la gente. Dieron caña. Además, era un facultad de con mucha gente de izquierdas. Fue muy duro.

¿Sufrió alguna represalia?

Viví muy de cerca el movimiento que llevó a Pinochet hasta el poder. Las universidades estaban invadidas por el ejército. Empezaron a depurar a gente. Detenciones, desapariciones. Yo tuve bastante suerte. Todos los días llamaban a uno o dos profesores de mi facultad para despedirlos. Siempre había algún compañero que te decía ya "recibí el sobre azul", que era como se comunicaba el despido. Yo, en ese caso, tuve suerte. Un día, estando con mis compañeros, me llamaron para que fuera al Decanato. Yo ya esperaba el despido. Incluso me despedí de mis compañeros. Cuando llegué al despacho, me encontré allí con un militar, que era el nuevo decano. Me preguntó si yo era Manuel Domínguez. Le dije que sí. Luego, me cuestionó si yo era español. También le contesté de manera afirmativa. Entonces, él me apuntó que también era español, pero no de nacimiento, si no porque estaba casado con una española. Una marquesa de no sé qué, me dijo. Y que por eso tenía la nacionalidad española. Entonces, me comentó que le habían informado de que me gustaba la música. Le respondía también que sí, que era aficionado a la zarzuela y la ópera. Fue entonces cuando supe por qué me habían citado allí. Ese militar tenía que ir a un concurso de voces y quería que yo le ayudara. "Por supuesto, encantado de ayudarle", le expuse. Volví al departamento y mis compañeros, al verme, empezaron a gritar "pero volviste otra vez, no te despidieron". Les conté la historia y no pararon de reír. Esperábamos lo peor y al final no fue nada.

¿Los militares controlaban la universidad?

Lo controlaban todo. Echaron al rector y pusieron a un general. Tras el golpe, los directores de las facultades eran coroneles, los de los institutos, capitanes, y los de las escuelas, tenientes o cabos. Entraron en masa a controlar el sistema educativo.

¿Sufrió algún incidente más tras el golpe de Pinochet?

No. Los militares allanaron mi casa. Fue una noche. Estaba en el salón, con mi mujer y mi cuñada cuando sonó el timbre. Y al abrir mi mujer, tras el jardín y las rejas que rodeaban las casas había una veintena de militares con ametralladoras. "¿Qué pasa?", pregunté. Entonces apareció un mando y ordenó que abriera. Se metieron dentro de la casa y lo revolvieron todo.

¿Qué se siente en un momento así?

Hay que mantener la calma. En ese momento, en Chile, los extranjeros lo pasaban mal porque la gente del país no quería que nos metiéramos en los asuntos internos del Estado. Se sentían heridos si lo hacíamos. No dije que era español. Opté por callarme.

¿Por qué fueron a su casa?

Venían con un papel en el que había una denuncia vecinal. Me extrañó muchísimo, porque yo no tenía problemas con nadie. Si me pedían ayuda para dar clases o resolver algún problema de estudio, allí estaba yo para ayudar. Me llevaba bien con todo el mundo. Luego ya supe qué sucedió.

¿Qué pasó?

En Chile, antes del golpe de Pinochet, había tal libertad que cada uno, en su caso, solía poner un retrato del candidato al que iba a votar. No pasaba nada. Era normal. En la universidad había conferencias políticas. Iban demócratas cristianos, socialistas, todos. Uno podía decir lo que le daba la gana en cuanto a pensamiento político. Era lo normal. Cuando las elecciones yo ponía a Allende porque, para empezar, en parte, le debía la vida. Me denunció una vecina. Se instaló el terror en el país. Y el que no participa con sus ideas había que ir a por él. Nunca fui comunista. Fui socialista toda la vida, casi por herencia. Y buena persona. Me allanaron la casa por eso. Había policía por todos los sitios. Lo trajinaron todo.

¿Cómo salió de esa?

Llamé a un primo de mi mujer, que era coronel de la policía. Cogí el teléfono y le dije: "en estos mismos momentos están allanando mi casa. Él, al otro lado del teléfono, me preguntó quién estaba al mando del operativo. No se me olvidará nunca la respuesta del militar: el mayor Verdugo. ¡Como para olvidar un apellido así! Le pedí que se pusiera al teléfono, que mi primo era carabinero y que quería hablar con él. Cuando habló con el primo de mi mujer, que era un rango superior, sólo le faltó cuadrarse. Colgó y se fueron todos. En algún momento llegué a pensar que me iban a llevar.

¿Qué sucedió después?

Se puso muy feo, muy feo. A mi cuñado, que era dentista y vivía a unas cuadras de mi casa, se lo llevaron a los dos días?

Han surgido dudas sobre la muerte de Pablo Neruda. Oficialmente murió por culpa de un cáncer, pero ahora se sospecha que pudo ser envenenado. ¿Qué cree que sucedió?

Su muerte fue extraña. Porque si fue por culpa de una enfermedad, entonces fue devastadora. Pablo [Neruda] falleció pocos días después del golpe de estado de Pinochet, por eso no me creo lo del cáncer. Pienso que lo pudieron matar. Conocí a Pablo Neruda en mi facultad.

¿Llegó a conocer a Neruda?

Sí. Siete alumnos míos realizaron una tesis sobre su trabajo y un compañero de la facultad, que era amigo de Pablo, le pidió que se acercara a la universidad. Hablamos en mi despacho. Él era un gran hispanista. Yo le comenté que fui un niño del Winnipeg, el barco de la esperanza que él logró fletar. Siempre le estaré agradecido.

¿Conoció a alguno de los miles de desaparecidos durante el régimen de Pinochet?

Sí, desaparecieron compañeros y alumnos. Yo di clases de noche. Fundé con otros colegas colegios nocturnos para trabajadores. Dábamos clases de siete a once de la noche. Lo dejé de hacer cuando me vine. Conocí a colegas y alumnos que desaparecieron. Y eso genera decepción, desilusiona. Comprobar la maldad que hay en la condición humana es muy duro. La indiferencia al dolor es terrible. Cómo es posible que se maten niños, que se bombardeen hospitales, como sucede ahora en Siria. Eso me hizo venirme. Tenía mi vida hecha allá, con tres hijos: dos niñas y un niño. Pero salimos adelante aquí, en Canarias. Una es enfermera, otras es médico, y él tienen una pizzería. Son más canarios que chilenos. Mi hijo llegó con cinco años, la misma edad con la que yo llegué a Chile.

¿Cómo acabaron aquí?

De casualidad. El marido de la hermana de mi mujer era alto funcionario. Trabajaba en la Cámara de Diputados. Entonces, lo detuvieron. Lo llevaron al Estadio Nacional. Lo trataron como a un perro. Allí murió mucha gente. Estuvo como un mes. Y cuando salió, al regresar a su casa, un vecino le comentó que uno de sus hermanos vivía aquí, en Las Palmas de Gran Canaria, y que estaba buscando un socio para montar un negocio. Ni se lo pensó. Salió muy asustado del Estadio Nacional. A los dos días partió hacia aquí. Tenía que abrir camino. Dejó a su mujer y sus hijas y montó un restaurante. Luego se fue su familia. Estando aquí, ellos nos llamaban y nos pedían que nos viniéramos. Que todo era muy tranquilo y muy bonito. Así que como habían allanado mi casa y la cosa muy pesada, decidimos que lo mejor era salir. Primero vino mi familia. Yo los inscribí en la Embajada y me quedé terminando de arreglar papeles. Estuve unos meses. Mi mujer vino en marzo; yo vine en noviembre. Pero no me quedé en mi casa. Cambiaba todas las semanas por miedo. Hasta que obtuve pasaporte español. Cuando tuve la protección de la Embajada ya me sentí más tranquilo.

¿Cómo fueron sus primeros pasos por las Islas?

No tenía trabajo porque no tenía la convalidación de mi licenciatura en España. Así que me fui a Madrid para lograr ese certificado. Después de conseguirlo, me dieron la dirección del Instituto El Pilar. Fue mi primer trabajo. Siempre pensé que no tenía mucho sentido que mi primer trabajo fuera el de director, pero por ahí empecé. Con todo, yo quería trabajar en la universidad. Y a los dos años, un compañero que trabajaba en Magisterio me avisó que quedaba libre una plaza de lengua española. Obtuve esa plaza y mientras trabajaba ahí hice el doctorado. Luego me fui a la Facultad de Filología. Y ahí estuve hasta que me jubilé. Pero echo de menos no trabajar. Tenía 70 años cuando me jubilé. Y me parecía mentira, porque me sentía mejor que nunca. Quería seguir trabajando porque sentía que cada día sabía más sobre mi trabajo, que maduraba mi labor, que podía ayudar. Eso me ha achantado un poco. En Chile seguiría dando clases.

¿Qué se siente cuando ve que Franco y Pinochet mueren en la cama, sin ser juzgados por sus crímenes?

Así son las injusticias de la vida. Cuando yo llegué a Canarias, murió Franco. Cinco días después de mi aterrizaje. Y cuando detuvieron a Pinochet en Londres por orden del juez Garzón pensé "están empezando a hacer justicia". Pero al final quedó en nada. Con Pinochet pasó una cosa rarísima. En un momento, tal vez aconsejado por alguien, pensó que tenía tal apoyo de la población, y por eso hizo el referéndum. Tal vez imaginó que iba a reforzar su dictadura, que tenía el apoyo absoluto.

¿Ha vuelto a Asturias?

Cuando fui a convalidar mis estudios, en Madrid, quise ir a Asturias. Y lo hice. Cogí el tren hasta Oviedo, luego tomé una guagua hasta Lastres. Yo soy un poco sentimental, pero lo sentí así. Estaba igual que cuando era un niño. Seguía esa sola calle que cruza el pueblo y baja hasta el puerto. ¡Estaba igual que cuando era niño! Y en un momento del camino me encontré con un arco en el que había un reloj que no funcionaba. En ese punto me emocioné porque mi padre me contaba que, en su momento, a Lastres y Colunga les dieron a elegir entre un reloj o el ayuntamiento. Y Lastres eligió el reloj. Miraba ese reloj y me acordaba de mi padre. Además, memorizando cuando la época de la guerra, recordé que un día fui con mi padre y mi tío a un monte cercano que podía ver desde allí. Mi tío era patrón de barco de pesca. El pueblo estaba tal como lo recordaba. Caminé y por unas calles y di con la zona en la que vivía mi familia. Allí me encontré a un señor. No quise decirle quién era. Le conté que mi padre vivió allí. Me preguntó cómo se llamaba y cuando le dije el nombre de mi padre me gritó: "¡No me digas!" Y al cuarto de hora todo el pueblo sabía que estaba allí.

¿Ha regresado a Chile?

He vuelto varias veces. Cada vez que voy, como soy un poco sentimental, voy a las casas donde viví y voy a los colegios y la universidad donde estudié y trabajé. Y voy, y me fijo en las cosas que han cambiado. Me encuentro con fotografías mías en esos centro, por ejemplo en el colegio, de cuando pertenecía al coro. Lo hago. Y también voy a la Universidad. Allí me quedan dos o tres profesores que fueron alumnos míos. Esa es la vida.

¿Y nunca le ha dado por escribir y contar su historia?

No, nunca me dio por escribir. Mi compañero de despacho, Paco Quevedo, que es escritor siempre me animaba y me decía "¡Tú eres historia!". Y yo siempre le respondía que eran casualidades de la vida. Podría escribir, pero no tendría sustancia. Lo podría hacer de manera correcta. A nivel morfo-sintáctico el trabajo estaría bien hecho, pero me faltaría fuerza. Siempre he dicho que para ser escritor hay que tener sustancia y a mí me falta.

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