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Historia

El laboratorio de Negrín

El catedrático Nicolás Díaz Chico diserta sobre la escuela de científicos que dirigió el estadista en la Residencia de Estudiantes

El laboratorio de Negrín

Un siglo atrás, los sótanos de la Residencia de Estudiantes de Madrid abrieron sus puertas al primer laboratorio de Fisiología de España, auspiciado en 1916 por la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), bajo la dirección de Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina en 1906. La Gran Guerra arrasaba Europa y un joven Juan Negrín, que apenas contaba 24 años, emprendía el camino de regreso a España después de culminar la carrera de Medicina en Alemania, con la especialización en Fisiología en la Universidad de Leipzig.

Sus planes apuntaban entonces a los mejores centros fisiológicos estadounidenses, pero su camino se cruzó con el de aquellos sótanos, denominados el Transtlántico, cuando Ramón y Cajal le encomendó la dirección de aquel nuevo proyecto científico. Y en esta estancia subterránea, envuelta en los avatares de aquel convulso periodo histórico, se fraguó en la estela de Negrín "un laboratorio de nivel mundial", tal como apunta Nicolás Díaz Chico, catedrático de Fisiología de la Universidad de Las Palmas Gran Canaria (ULPGC).

El primer centenario de la inauguración del Laboratorio de Fisiología sirve de marco para ahondar en este fascinante episodio histórico, donde la ciencia y el conocimiento se abrieron paso entre el miedo y la muerte, y que coincide a su vez con el 125º aniversario del nacimiento del estadista y científico Juan Negrín (Las Palmas de Gran Canaria, 1892 - París, 1956).

Su Fundación en la capital grancanaria celebrará diversos actos en torno a esta doble efeméride con un programa de conferencias y actividades, que inaugurará Díaz Chico mañana viernes, bajo la convicción de que "los actuales fisiólogos españoles somos deudores de la aportación de Juan Negrín y sus discípulos, que demostraron que en España se puede hacer ciencia de la máxima calidad si se ofrecen unos medios mínimos a las personas adecuadas".

A propuesta de la JAE, precedente histórico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Negrín se hizo en 1916 con el timón del Laboratorio de Fisiología, que colindaba con otros laboratorios de enseñanzas prácticas y experimentales en el Transatlántico. Su linaje vocacional embarcó a un nutrido número de investigadores, entre los que desfilaron figuras de renombre internacional a partir de los años 20, como Severo Ochoa (Premio Nobel de Medicina en 1959), Francisco Grande Covián o Blas Cabrera, quienes acometieron sus primeros proyectos de investigación a la sombra de Negrín. "Aquella fue una etapa que se caracterizó porque incorporó a varios nombres, que se convirtieron grandes investigadores, para su formación", destaca Díaz Chico.

Congreso y cátedra

Desde sus inicios, uno de los científicos más notables y conocidos fue José Domingo Hernández Guerra, natural de Tejeda, quien se convirtió en el colaborador más cercano de Negrín. "Hernández Guerra se formó con Negrín como estudiante y discípulo en el laboratorio desde su creación, y fue su número dos durante todo ese tiempo", explica el catedrático. "Realmente, fue una persona que destacó mucho". También se sumaron a esta nómina nombres como José Sopeña o José María Corral.

Más adelante, en 1920, se produjo "un acontecimiento clave", cuando Negrín y algunos de estos investigadores, entre los que se encontraba Guerra, acudieron al Congreso Internacional de Fisiología en París, donde presentaron sus avances y sus expectativas en cuanto al desarrollo de su equipo científico. "Su acogida fue muy buena por parte de la comunidad científica internacional, que vieron que por fin se daba un interés real en España por el desarrollo de la ciencia de la Fisiología", señala Díaz Chico.

En 1922, Negrín obtuvo la Cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina de Madrid y "empezó a asumir más responsabilidades". "En esta etapa, se dedicó a planificar la reforma de los planes de estudios en la Facultad de Medicina para hacerlos más modernos, que entraron en vigor años más tarde, así como a gestionar la secretaría de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, que era una joya en aquel momento", añade.

"Por lo tanto, Negrín simultaneó este trabajo burocrático de planificación con el trabajo en el laboratorio, del que se hizo cargo prácticamente Hernández Guerra y que paso a centrarse más intensamente en la investigación de cuestiones sobre la Fisiología del momento".

En este tramo, se sumaron los investigadores más reconocidos, como Ochoa o Grande Covián, pero también José Puche, Rafael Méndez, Pedro de la Barreda y José Manuel Rodríguez Delgado, entre otros. "El laboratorio se convirtió en una escuela de un poderío espectacular y extremadamente importante, que se basaba en que Negrín tenía muy buenos contactos en toda Europa, destinaba recursos a la obtención de becas y movía a sus investigadores por los laboratorios europeos más importantes", apunta el catedrático.

En 1934, el laboratorio se trasladó a las nuevas instalaciones de la Facultad de Medicina de la Ciudad Universitaria. "Para entonces, el laboratorio de Negrín ya era una escuela de nivel mundial, tanto por sus científicos, como por la investigación que se hacía y su equipamiento", añade. "La prueba de su potencia en cuanto a desarrollo científico es que la mayoría de los discípulos de Negrín se convirtieron en catedráticos de Fisiología en distintas ciudades tras su disolución".

Desmantelamiento

Aunque Negrín, una vez nombrado diputado por Las Palmas en 1931, compaginó sus responsabilidades políticas y científicas, el estallido de la Guerra Civil en 1936 motivó el desmantelamiento del Laboratorio de Fisiología. "Negrín siguió ocupándose de aspectos importantes en materia de investigación pero, al final del conflicto, se produjo una diáspora importante, como sucedió entonces en casi toda la actividad intelectual y científica", explica Chico.

Y tras el exilio de Negrín, como presidente de la Segunda República, al término de la contienda, los científicos sufrieron en España la represión y el acoso del Régimen de Franco, como fue el caso de Grande Covián, "quien eligió quedarse en el país". Entre los canarios, Hernández Guerra falleció a causa de un aneurisma en 1933, "truncándose así una de las carreras científicas más brillantes".

Otros despuntaron en el exilio, como fue el caso de Severo Ochoa, que se alzó con el Nobel en 1959, o Rafael Méndez, al frente de un prestigioso Instituto de Cardiología en México. "Todos se formaron a la sombra de Negrín y todos fueron, en conjunto, una generación insuperable, que, de momento, no ha sido superada", concluye Díaz Chico.

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