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CONtra los puentes levadizos

Ziggy Stardust

David Bowie caracterizado como Ziggy Stardust. LA PROVINCIA / DLP

La semana pasada, en el Teatro Guiniguada, la banda canaria The Birkins, formada por Daniel Machín, Cristina Santana, Alby Ramírez y Sergio Miró, rindió un homenaje al recientemente desaparecido artista y compositor británico David Bowie, tocando las canciones de su álbum más emblemático The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, aparecido en 1972. Recuerdo la primera vez que escuché Starman, el primer sencillo del álbum y una de las canciones más conocidas de Bowie: "Hay un hombre de las estrellas, / esperando en el cielo. / Quiere venir, y conocernos". No había acabado de escucharlo, cuando sentí que mi generación, la primera que no vivió la dictadura, dio un salto definitivo. Hacia el futuro, primero; luego hacia el abismo, esa fosa común en la que sigue cayendo.

Pese a que en vida alternó fases de gloria con otras de aislamiento voluntario, Bowie fue la "banda sonora" de la vida de muchos jóvenes, como escribe Simon Critchley en su originalísimo ensayo Bowie, que acaba de publicar la editorial Sexto Piso: "Bowie ha sido mi banda sonora; mi compañero constante, clandestino. En los buenos tiempos y en los malos. Míos y suyos. Hay todo un mundo de gente para la que Bowie era el ser que le proporcionaba una poderosa conexión emocional y le daba la libertad de convertirse en otra clase de persona, alguien más libre, más excéntrico, más sincero, más abierto, más excitante. [...] Bowie no era una estrella de rock cualquiera, ni una colección de clichés mediáticos e insulsos sobre bisexualidad y bares de Berlín. Fue alguien que hizo de la vida algo menos trivial durante un período de tiempo tremendamente largo".

Aunque el cáncer se lo llevó el 10 de enero de 2016, Bowie hacia mucho que era un mito planetario convertido en leyenda más allá de la música pop que él lideró con elegancia (muchos de los trajes más espectaculares de Ziggy Stardust fueron hechos por Kansai Yamamoto, un proyectista japonés conocido por sus diseños vanguardistas de kimonos) a lo largo de una singladura musical larga pero intensa, llena de excesos y pasión, amor y desamor, esperanzas y éxito. Según Critchley: "Bowie no era ningún reflejo de la vida de la calle. [...] No tenía que ver con ninguna clase de realismo. Su éxito conectaba con una exuberancia latente, de ciencia ficción de bajo presupuesto (más Michael Moorcock que Isaac Asimov), que era como una plantilla para los paisajes ruinosos por los que los chicos y chicas cosmonautas del glam, el punk y el pospunk corrían llevando ropa extravagante".

Las canciones de Ziggy Stardust ayudaron a muchos jóvenes a huir del mundanal ruido del extrarradio, como cuando Julio Cortázar contó que se fue a vivir a París porque los tambores peronistas que resonaban en las calles de Buenos Aires no le dejaban escuchar en su tocadiscos los cuartetos para cuerda de Béla Bartók. A algunos hoy les parecerá un álbum de otro mundo y probablemente lo sea: un mundo habitado por un extraterrestre bisexual "que lo llevó todo demasiado lejos". Ziggy Stardust continúa siendo uno de los mejores trabajos de Bowie y sigue sonando como un disco de otro planeta.

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