La Provincia - Diario de Las Palmas

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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Emilio Renzi

El escritor argentino Ricardo Piglia. LA PROVINCIA / DLP

Cuando volaba de Madrid hacia Las Palmas, el pasado 6 de enero, recibí en mi teléfono móvil un mensaje lacónico: "Murió Renzi". No lo leí hasta que encendí el móvil en la nueva terminal norte del Aeropuerto de Gran Canaria. Quien me había enviado el mensaje era un amigo argentino, Orestes Soriani, que vive en Buenos Aires, pero no hace mucho vivía y paseaba por las calles de La Latina, en Madrid, y quien había muerto era Emilio Renzi, o mejor dicho, Ricardo Emilio Piglia Renzi, el autor de Respiración artificial, La ciudad ausente y El último lector. Orestes sabía que los escritores argentinos que más me interesan, de los que nunca me canso, son Roberto Arlt, Julio Cortázar y Ricardo Piglia (hasta aquí los gustos de Orestes se adecuan perfectamente a los míos), y, entre los que están vivos, César Aira, Ana María Shua y Rodrigo Fresán.

Leer a Piglia, a través de su alter ego Emilio Renzi, personaje que mantiene una cierta coherencia en su narrativa: desde los primeros relatos de La invasión hasta los diarios que llevan su nombre, Los diarios de Emilio Renzi, es un lujo reservado a los que como el propio Renzi nunca se olvidaron de que también fueron adolescentes sin suerte, pese a que los momentos perfectos siempre estuvieron asociados al acto de leer: "Me acuerdo dónde estaba cuando leí los cuentos de Hemingway: había ido a la terminal de ómnibus a despedir a Vicky, que era mi novia en aquel tiempo, y al costado del andén, en una galería encristalada, en una mesa de saldos, encontré un ejemplar usado de In Our Time. [...] Volví a casa con el libro, me tiré en un sillón y empecé a leerlo y seguí y seguí mientras la luz cambiaba y terminé casi a oscuras. No me había movido, no había querido levantarme para encender la lámpara porque temía quebrar el sortilegio de esa prosa".

Son incontables las frases de Piglia que tengo subrayadas (con lápiz) en sus libros, o anotadas en una libreta, que a menudo se convierten en la mejor lectura en las largas horas perdidas en los aeropuertos. Piglia, y ésta es una de sus principales virtudes, sólo se parece a Piglia. Piglia es como Borges sin biblioteca. Cuando se lo dije a Orestes por teléfono, éste me respondió, con acento bonaerense, que le iba a añorar mucho, al igual que el autor de La ciudad ausente añoraba "un lenguaje más primitivo que el nuestro. Los antepasados hablan de una época donde las palabras se extendían con la serenidad de la llanura. [...] La memoria está vacía porque uno olvida siempre la lengua en la que ha fijado los recuerdos".

Mi primer recuerdo de Piglia está asociado a Emilio Renzi. En el relato El fin del viaje, Piglia traza por primera vez una descripción física de Renzi: "Su cara parecía gastada, una máscara carcomida". Renzi viaja en ómnibus hasta Mar del Plata, en Buenos Aires. Va al encuentro de su padre agonizante, después de dispararse un tiro. Llegado a este punto, Renzi es consciente de la escritura como algo valioso para detener el pasado que se borra. Lleva una libreta de tapas negras en la que escribe: "Viernes 17: En viaje a Mar del Plata. [...] Recuerdo dos cosas: esa extraña aparición, la última vez [...] la tarde que nos sacamos una foto". Hay personajes destinados a meterse en tu corazón y crecer y crecer hasta ocuparlo en su totalidad.

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