La Provincia - Diario de Las Palmas

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ARQUITECTURA

Cuando solo se puede hablar desde el corazón

Fernández-Aceytuno fue siempre un 'outsider' que peleó por un espacio para su creatividad

José Miguel Fernández - Aceytuno

Cuando Isabel Corral me pidió (1) una nota recordatoria sobre José Miguel Alonso Fernández Aceytuno llamé a Miquel Domingo, fundador y profesor del Laboratorio de Urbanismo de Barcelona (LUB), para recordar los años en los que José Miguel estuvo dando clases con él. Hablamos de todo, de sus clases, de sus "locuras", del apartamento en la Miranda, de aquella masía en una urbanización a las afueras de Barcelona. Hablamos de Esther, su mujer, aquella canaria que investigaba sobre algas, de la moto, de la BMW R24, monocilíndrica y con cardan, que le robaron en Canarias y fue encontrada en las aguas del puerto, de las interminables noches musicales, los miércoles, en las que todo el mundo estaba invitado, de aquel lugar en el que, tal como más tarde cantó Jaume Sisa, Qualsevol nit pot sortir el sol ( Cualquier noche podía salir el sol). La casa era grande y había instrumentos musicales por todas partes que cada uno podía utilizar libremente. Yo hice mis estudios de Arquitectura con los Beatles. Aceytuno era un poco más joven y sus influencias musicales eran más transversales; en Canarias había una puerta abierta al mundo por donde entraron los sonidos del jazz, el blues, el folk y el pop que componían la colección de discos que tenía José Miguel. Yo era un desastre para la música. Me compré una guitarra el primer año de carrera, pero la dejé muy pronto, todos mis amigos eran músicos y formaban parte del Grup de Folk, de aquella asociación de músicos catalanes que había substituido a Georges Brassens por Dylan. José Miguel y Esther pertenecían a una segunda generación de hippies.

Yo había leído a Timothy Learyy a la generación beat, fumaba en pipa y escuchaba las músicas del festival de Woodstock. Aquellos años fueron de liberación y desahogo de los avatares vividos anteriormente en el compromiso político y la zozobra del periodo anterior, del tardofranquismo. De aquel sueño lisérgico, algunos quedaron atrapados y otros, espantados por los estragos de la droga, se refugiaron en la normalidad. José Miguel y Esther eran de otra generación, vivían las formas de vida del movimiento de las "flores" sin ningún desgarro, vida y actividad podían ser un todo único, la provisionalidad no les preocupaba. Las noches podían ser eternas y ver salir el sol era un placer irrepetible. Hablando con Miquel Domingo, los recuerdos se amontonaban, pero ninguno era suficiente para armar un argumento que sirviera para redactar esta nota. José Miguel era diferente, los profesores del LUB éramos personas preocupados por la profesión y comprometidos con la enseñanza. José Miguel había empezado a estudiar Arquitectura en Madrid, pero en 1974 se trasladó a Barcelona. No sé si hubo alguna razón especial para hacer este viaje ni como entró a formar parte del LUB. El LUB era un cenobio, una especie de noviciado urbanístico presidido por Manuel de Solà Morales, dedicado al estudio del Urbanismo de Barcelona en momentos de crisis política y profesional. José Miguel se incorporó al LUB como estudiante investigador, en un centro de estudios urbanísticos que fue enormemente influyente en los años posteriores. Creo que venía con una beca. Cuando terminó la carrera, tres años después, se incorporó al Departamento de Urbanismo como profesor de tarde, de pareja con Miquel Domingo, en sustitución de Rosa Barba que había dejado la enseñanza en los cursos de tarde para incorporarse a los de la mañana.

Miquel Domingo era uno de los mejores profesores de Urbanismo de la Escuela, experto en historia urbana de Cataluña y redactor con sus compañeros del Laboratorio de la teoría sobre las formas de crecimiento residencial en el Área Metropolitana de Barcelona, la aportación disciplinar más importante del LUB a lo largo de su historia. Miquel Domingo, además, era el divulgador más entusiasta de las virtudes disciplinares y pedagógicas de esta formulación. A su lado, José Miguel era un iconoclasta, un artista que, respetando la jerarquía académica, buscaba en las rendijas de la ortodoxia, espacios para ejercer su libertad. En el encuentro con Miquel Domingo, éste me decía que más que una anécdota o un episodio a contar Aceytuno era una actitud, una manera de ser, un estar encantador y contradictorio que no encajaba en el LUB, pero que, precisamente por ello, era de gran valor.

Rosa Barba y yo pensábamos que José Miguel tenía unas referencias culturales muy diferentes a las nuestras. Ni Rosa ni yo teníamos ninguna relación con la Arquitectura anterior a nuestro ingreso en la Universidad, los padres de Rosa eran grabadores de estampados y los míos, maestros de escuela. Más allá de las enseñanzas en materias propedéuticas, nuestra formación pasó por nosotros mismos, por una purga para expulsar el "mal gusto que traíamos de la calle" y por un adoctrinamiento para abrazar una Arquitectura hecha de geometrías perfectas, colores básicos y supuestos funcionales. Aceytuno no participaba de estas ideas. José Miguel llegó de Madrid con un credo personal propio. No me canso de decir a mis estudiantes que los momentos más decisivos de la carrera están fuera de la Universidad, en los primeros años de ejercicio profesional, en ciertos despachos, donde se aprende aquello que acaba siendo tu arquitectura. Ahora, con la crisis, las cosas han cambiado. Antes, esta formación se producía al final de los estudios y en los primeros años de ejercicio profesional. Sin embargo, José Miguel vivió esta experiencia en Madrid, durante los primeros años de la carrera, en el despacho de Fernando Higueras, el arquitecto más heterodoxo de su generación (Fisac, Sáenz de Oiza, de la Sota, Moneo u otros). José Miguel trabajó en su estudio de 1972 a 1974, colaborando en la redacción del Plan Especial de Ordenación de Corralejo entre otros proyectos.

En aquellos años, Fernando Higueras había demostrado su valía. Aún se puede oír su voz contando algunos de sus proyectos en la página web de la Fundación que lleva su nombre. Aquí, no interesa tanto la descripción que Fernando hace de cada uno de ellos como algunos comentarios sobre el momento en el que se realizaron. Para Fernando, la propuesta presentada en el concurso para la construcción de diez residencias para artistas de 1960 fue un manifiesto contra los dogmas que prevalecían en aquel momento, un manifiesto contra "el menos es más" de Mies Van der Rohe, un grito a favor de "el más es más" y "el menos, menos". Un magnífico proyecto hecho en función del lugar, de un lugar que iba cambiando a medida que se añadía un apartamento más. La cubierta era puntiaguda como la concha de un molusco y el interior redondeado y acogedor. Fernando ridiculizaba el proyecto ganador, diez cuerpos rectangulares y transparentes situados sobre la pendiente, como el resultado de la sinrazón de un pensamiento único promovido por la modernidad. De estos primeros años, encontramos otros proyectos germinales, la Casa Wutrich en Lanzarote en 1962, una especie de cascada en forma circular que desciende por ladera; la urbanización costera de formas circulares (Lanzarote, 1963), inspirada en los cultivos agrícolas de la isla, que se puede leer como la fotode un estanque cuando empieza a llover y las ondas circulares se expanden sobre toda la superficie. José Miguel vivió estos proyectos de una manera muy directa e intervino en uno de los proyectos más celebrados, el hotel Las Salinas (Lanzarote) de 1973.

José Miguel aprendió en aquellos años cual era el valor de la libertad artística, que significaba pensar más allá del proyecto o que suponía plantearse lo imposible. Años más tarde, cuando trabajé con él, tuve que aceptar que todo se podía discutir hasta la extenuación. Fernando Higueras denunciaba la modernidad tomando las geometrías del círculo, la estrella ola flor del cardo para ayudarse en sus proyectos, y demostrar su dominio de la forma. Su capacidad formal era ilimitada y se sustentaba en una absoluta rigurosidad constructiva. El Movimiento Moderno le había servido para liberarse de las formas académicas y pensar por sí mismo, pero le habían intentado imponer otro estilo. La obra de Fernando Higueras era una obra tectónica, que salía de la tierra, una obra brutalista en la que la condición artística estaba no solo en el proyecto de conjunto, sino también en cada una de sus partes. Higueras no formó parte del Team X, de los hijos rebeldes del CIAM, pero tenía muchos puntos de contacto. La arquitectura tomaba vida, abandonaba la frialdad industrial propia de la máquina de vivir corbuseriana para convertirse en una parte de ella. Higueras fue un arquitecto de éxito, un inconformista que empezó a trabajar en los años de apertura económica del régimen, en los años posteriores al Plan de Estabilización de 1959. Aceytuno trabajó en los mejores años de la carrera profesional de Fernando Higueras, aprendiendo de su manera de hacer, de su independencia, con una diferencia, José Miguel fue siempre un outsider que tuvo que pelear para conseguir un espacio propio para su creatividad.

Los años de estancia en Barcelona, hasta que Esther y José Miguel volvieron a Las Palmas para que ella tomara las riendas de la farmacia familiar, fueron tiempos de libertad en una vida austera por necesidad. Durante los años finales de la década de los ochenta Rosa y yo mantuvimos una buena relación con José Miguel y Esther, mejor dicho, una relación desigual entre una pareja montada en la provisionalidad, ellos, y otra en busca de un cierto sosiego y consolidación. La relación a partir de los noventa cambió de perspectiva. Rosa y José Miguel habían transitado profesionalmente a partir de su formación como arquitectos modernos al "urbanismo morfológico", defendido en el LUB, y de éste a "la forma del territorio",(que tan bien había sido descrita en el número 87-88 de la revista Edilizia Moderna editada por Vittorio Gregotti en 1967), para desembocar en el paisaje, primero como lectura culta del territorio y más tarde, como la interpretación medioambiental de la matriz que conforma el territorio. La formación como arquitectos y la puesta al día de su compromiso con la sociedad les llevó hacia el paisaje como la mejor respuesta a los problemas que tenía la sociedad. Rosa consolidó su trayectoria paisajística liderando la investigación y la docencia sobre esta materia en la Escuela de Arquitectura de Barcelona. El año 1993 la nombraron directora del Master de Arquitectura del Paisaje de la UPC y fundó el grupo de investigación Centre de Recerca de Projectes de Paisatge (CRPP) y el año 2000, el año de su fallecimiento, organizó la Primera Bienal Europea del Paisaje. José Miguel fundó en 1981 el Gabinete PRAC (Proyectos de Rehabilitación Ambiental de Canarias) y en 2003, el Laboratorio de Paisaje de Canarias. La coincidencia de intereses entre José Miguel y Rosa en el paisaje, así como mi interés por la cuestión turística, abrió un periodo de relaciones de carácter académico y profesional. En los años 1990, 1995 y 1996, Rosa invitó a José Miguel a participar como profesor en el Master de Arquitectura del Paisaje de la UPC. Durante estos años vivimos en primera persona sus batallas para la consecución del Parque de la Música y del Paradigma de Tindaya.

En las periódicas visitas a Canarias, algunas de ellas de carácter profesional, pasábamos por la casa de San Felipe, por una casa atípica formada por un grupo de estancias independientes, ordenadas libremente en torno a un patio central. Tal como pasaba en Barcelona, toda la casa estaba llena de instrumentos musicales. He olvidado la configuración exacta de la vivienda, pero recuerdo el sonido del silencio y ruido de los vehículos que pasaban por el puente nuevo, por la variante. Estábamos en medio de un aterrazado de plataneras, apartados de todo. La luminosidad por la noche era espectacular y la visión del mar, allí abajo, era de negro oscuro. Cuando me quedaba hasta un poco más tarde por la mañana y toda la familia se había ido tenía que cerrar con llave algunas puertas, nunca entendí el porqué, se podía entrar por cualquier parte. Esther y José Miguel habían cambiado la vida bohemia de Barcelona por otra enraizada en su tierra. La casa de San Felipe era un espejismo, la farmacia en la Isleta, una ONG más que un negocio y, la oficina en Las Canteras, un proyecto de vivienda en un paisaje urbano por hacer.

El fallecimiento de Rosa en el 2000 abrió un periodo de silencio y de recogimiento. El año 2002, José Miguel me llamó para participar en dos proyectos, uno en La Gomera, en el Valle Gran Rey, y otro en Cabo Verde, en el Plan Estratégico de Desarrollo Turístico de la isla de Boa Vista. El primero era un intento desesperado para hacer compatible un desarrollo turístico moderado y la defensa de uno de los parajes más bellos de La Gomera. El segundo, una oportunidad para dar salida a las tensiones turísticas de una isla desértica perdida en medio del océano. En la visita que hicimos a Boa Vista, José Miguel estuvo especialmente contento, le acababan de llegar resultados positivos del análisis médico que le habían realizado hacía poco. Para mí, ésta fue la primera noticia de su enfermedad. La visita a Boa Vista fue frenética, temíamos haber llegado tarde para evitar que la isla fuera sacrificada para aplacar a los dioses del dinero. La mejora de las comunicaciones y la llegada de capitales financieros habían puesto a las autoridades locales entre la espada y la pared. El turismo era una oportunidad económica que no se podía despreciar.

Sin embargo, el problema de la isla no era niel paro, ni la vivienda o los servicios básicos de sanidad y educación, el único problema era como progresar sin romper el equilibrio y bienestar social que tenía. Para José Miguel el reto no podía ser más excitante. Teníamos que redactar un plan alternativo y convencer a los gobernantes que cambiaran de rumbo aun sabiendo que los inversores turísticos no tenían espera. Casi todos los proyectos en los que participaba José Miguel eran así, a contracorriente. Los informes internacionales que tenía el gobierno caboverdiano hablaban de las magníficas expectativas económicas de la isla. La capacidad de carga turística que estimaban estos informes estaban más cerca de los números calculados por los inversores que de cualquier otra aproximación pensada en términos de sostenibilidad ambiental.

Hacía varios años que la Organización Mundial del Turismo había apostado por un turismo sostenible, acorde con los principios aprobados en la Cumbre de Rio de 1992. La aplicación de estos principios en el plan estratégico que estábamos redactando no nos parecía suficiente. Llevábamos varios años trabajando en turismo desde la defensa del paisaje y el estudio del medio, combinando la sensibilidad de aquel con el compromiso ecológico de éste. La sostenibilidad ecológica a finales de los noventa había virado hacia un fundamentalismo ambientalista que menospreciaba cualquier otra consideración tanto económica como social. En 2002, en la Cumbre de Ciudad del Cabo, un grupo de operadores y expertos, aprovechando la celebración de la Cumbre Mundial para el Desarrollo Sostenible, aprobaron un manifiesto a favor de un turismo responsable, entendido como un turismo social, económica y medioambientalmente sostenible. Cuando empezamos con el plan de Boa Vista no conocíamos esta declaración, la descubrimos más tarde cuando comprendimos que la mejor defensa del paisaje pasaba por la defensa de la población. El Plan no podía ser un proyecto para legitimar las demandas de la promoción turística sino un proyecto económicamente viable, ecológicamente equilibrado y socialmente progresivo para sus habitantes. José Miguel Fernández Aceytuno no vio el documento terminado, lo acabó Isabel Corral, recogiendo los trabajos y propuestas de todos. Aceytuno había empezado su carrera profesional en el paisaje del Arte, con Fernando Higueras, reivindicando el valor de la Arquitectura; había continuado en el paisaje del territorio, descubriendo historias, líneas y trazos, que le daban significado; pero nunca olvidó que el paisaje era el lugar de las personas. Por ello no es de extrañar que cuando se marchó definitivamente estuviera trabajando en un proyecto en el que lo más importante fue situar a la población en el centro del debate.

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