La Provincia - Diario de Las Palmas

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En moto por México y Estados Unidos

En el mar de Cortés

El viaje por Baja California discurre entre el agua azul turquesa que baña la costa y los ocres resecos del desierto

En el mar de Cortés

Azul turquesa sin paliativos. Azul turquesa absoluto y desafiante. Ése es el color del mar de Cortés que contemplo desde la barandilla del ferry que zarpó anoche de Topolobampo, en la costa oeste de este mar separado del Pacífico por la estrecha península de Baja California que estoy a punto de pisar. El litoral de lomas redondeadas que se ofrece a los impacientes pasajeros es ocre y pelado, desértico y áspero. El contraste entre su color pardo y el azul metálico del agua rutilante es violentísimo. Golpea con saña en las pupilas contraídas por la excesiva luz solar y la resaca de tequila que algunos viajeros sufren como castigo por sus excesos nocturnos marineros.

También resulta violento el desembarcar. Tras una larga espera sin aparente motivo, de repente todo son prisas. Aullidos por megafonía compeliendo a los pasajeros para que se precipiten con sus fardos escaleras abajo. En las bodegas donde aguardan los vehículos se ha declarado la guerra. Hay humo por todas partes, un humo espeso sofocante. Los conductores encienden sus motores y se meten dentro de los coches y camiones con el aire acondicionado a tope, pero el desgraciado que como yo viaja en moto no tiene donde meterse y queda envuelto en una nube de gases tóxicos hasta que consigue salir de la panza del buque cual Jonás sobre dos ruedas.

Lo primero es volver a rascarse el bolsillo. La luz rabiosa del puerto de La Paz ilumina la alargada fila de vehículos. Los llevan a una báscula donde se les pesa y se les cobra una nueva gabela. 153 para un turismo. Mi factura asciende a 67 pesos mexicanos por la moto. Unos seis dólares. Luego vienen más inspecciones. De aduanas y del Ejército. Con la BMW me cuelo hasta ponerme el primero en el atasco, pero los coches avanzan lentamente bajo un terrible calor en diciembre. No quiero imaginar cómo será esto en pleno mes de agosto. La canícula aquí debe freír los cerebros.

El soldado que me toca en suerte en el control es amable y sólo le interesa la potencia de la moto.

-¿Está tranquila la Baja? -pregunto.

-Muy tranquila -afirma el moreno muchacho con rasgos aindiados en su redondo rostro-. Había malos, pero ya les dimos cuello.

Por si quedaba alguna duda, realiza el elocuente gesto de disparar con su dedo índice. Pero pronto leeré en la prensa local que no a todos se lo dieron. El titular a cinco columnas de la portada dice: "Balacera con cuernos de chivo". Me informan cuando inquiero qué diablos significa eso de cuerno de chivo que es el nombre que se le da al fusil de asalto AK-47.

La Paz

La Paz es una ciudad tranquila de casas de una altura que parecen construidas cincuenta años atrás. Su largo malecón se asoma a una bahía donde flotan unas islas. Hay algunos turistas estadounidenses, pero no está en absoluto masificado. El ritmo general de la población es lento, aún más lento que en el México continental y la gente resulta amable y pacífica, más amable y más pacífica que en el resto del país. La especialidad local son los tacos de pescado. Mi paladar se alegra con la novedad, harto ya de los sempiternos tacos al pastor de carne que he deglutido a todo lo largo de los más de 2.500 kilómetros que llevo en México desde que entrara por Ciudad Juárez para seguir el Camino Real de Tierra Adentro. La joya gastronómica aseguran que es el marlín, un pez blanco parecido a la pescadilla, y el ceviche, pescado crudo macerado en limón con cebolla y cilantro que se vende por litros muy diferente al que he probado en Perú.

En las cercanías de la estación camionera se desarrolla la colorida vida popular. No hablamos de transporte de mercancías, sino de gente. Los camiones son los autobuses y en los alrededores proliferan las tiendas y los puestos, los almacenes, los abarrotes que son comercios para todo, las misceláneas, que también son comercios para todo y cuya diferencia esencial no he conseguido descifrar todavía. En la fachada de un chaflán se amontonan decenas de piñatas, brillantes de papel de aluminio de muchos colores. Dentro venden a granel los dulces y caramelos que han de llenarlas para alegría de los niños.

Viaje a los Cabos

Al sur de La Paz, en el extremo de la península, están los Cabos. San José del Cabo y Cabo San Lucas. Son poblados llenos de hoteles para extranjeros y suburbios polvorientos para mexicanos. Como pueblos no tienen más interés que el del área donde se encuentran. El viaje al final de la península es breve y por una buena carretera. Proliferan los vehículos norteamericanos de surfers. Es una zona muy turística.

En la salida del pueblo de Los Barriles aparece un control de la Policía Municipal. Uno de los agentes lleva una hucha de plástico en brazos. Me pide que colabore con el día del policía. Contesto que creo que para ellos todos los días son el día del policía. No entiende la broma y para salir sin incidentes deposito 30 pesos en la chantajista alcancía.

El paisaje del interior es asolado y monótono, pero cuando nos asomamos a la costa en las cercanías de Cabo Pulmo se convierte en una fiesta. El litoral es puro y violento contraste entre el ocre de la tierra y el turquesa del mar. Creo que esto ya lo he escrito antes, pero es que cada vez que se descubre este litoral me sucede la misma conmoción. La pista recorre la costa y tengo a un lado el desierto y al otro la fusión del Pacífico y el Mar de Cortés. La superficie se rompe en espuma blanca y el sol es intenso. Es un regalo de los dioses esta tierra y esta experiencia.

Este mar que refulge a mi derecha lleva el nombre del conquistador extremeño con todo merecimiento. El de Trujillo patrocinó varias expediciones a esta región y él mismo comandó alguna de ellas. Surcó estas limpias y brillantes aguas intentando encontrar un nuevo reino lleno de rique- zas. Pero sólo encontraron un inhóspito desierto.

El nombre de California fue una broma malvada que sus enemi-gos quisieron gastarle ante su fracaso. Procede de la novela de ca-ballerías Las sergas de Esplandián, donde aparecía una ínsula mítica llamada California de inmensos tesoros y habitada por bellas mujeres. Lo que comenzó así, como chanza y leyenda, acabó convirtiéndose en la realidad de esta franja de tierra que se alarga hasta Estados Unidos.

Hay algo que me sorprende. No veo basura como he encontrado en otros antiguos paraísos. Las playas de arena blanca se ven limpias. A veces un poblado minúsculo rompe la soledad de la ruta. Otras veces son viviendas aisladas que aparecen en calas o rincones escogidos. Hay algunas casas de gringos aquí y allá. Algunas son mansiones y otras puras autocaravanas depositadas en una pequeña parcela de playa. La vida tiene un ritmo lento aquí. Puedo imaginar el estupor de los estadounidenses que llegaron y se quedaron. Pesca, mar, tequila, paz, libertad, sol, olas, surf, viento... Incluso a mí me dan ganas de quedarme. Y a la moto también. Porque intentando rodar por la plana arena húmeda se ha quedado enterrada y me cuesta un gran esfuerzo liberarla.

Todos Santos

Rumbo al Norte. Me quedan por delante 1.600 kilómetros hasta Tijuana. Muchos serán por las maravillosas pistas sin asfaltar entre cactus, montes y peñascos. Por aquí las llaman terracerías y son el verdadero desafío motociclista de esta península. Hago noche en Todos Santos, un pueblo mágico. Es una catalogación turística que reciben algunos municipios mexicanos que han sabido conservar su encanto, tradiciones, arquitectura, folclore y tipismo. Todos Santos lo único que ha tenido que hacer es nada. Sólo hay tres calles asfaltadas, nula prisa y ningún edificio de tres pisos. Las playas cercanas son paraísos surferos y el centro alberga cuatro restaurantes y tres hoteles. Yo me alojo en el más barato: el María Bonita, aunque el más famoso es el hotel California, que de forma bastante interesada se autoproclama ser el hotel California de la canción de los "Eagles".

Visito el establecimiento, y el encargado, Adolfo, me explica que el hotel lo fundó en 1950 un ciudadano chino que apostó por el turismo y por dar alojamiento y cerveza fría a los marinos que venían a cargar caña de azúcar. Asegura que hay fotografías de un miembro de los "Eagles" en Todos Santos y que las más sólidas pruebas de la vinculación del hotel con la canción se encuentran en la letra, que habla de una carretera del desierto, del olor a colitas, o sea a la marihuana que los hippies plantaban en Baja en los sesenta y sobre todo en que desde el hotel se oían las campanas de la misión.

Efectivamente, la misión del Pilar es contigua al hotel California. Las misiones son el alma de Baja California, construidas por obcecados jesuitas que se negaban a rendirse ante el calor y el desierto. La primera misión se construyó en Loreto en 1697, y se la considera comienzo del Camino Real de las Californias que recorrería el franciscano Frai Junípero Serra hasta San Francisco.

Desde las habitaciones y bar del hotel California se oye perfectamente el tañer de las campanas misioneras. De modo que el tequila, la marihuana y el sonoro bronce de una misión española bien pueden haber inspirado el más famoso cuento de terror de la cultura pop universal.

"On a dark desert Highway..."

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