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El escaparate de los turrones

Don Nicolás tenía que salir a la puerta de su tienda, con el paño de felpa que usaba para limpiar el mostrador

Don Nicolás tenía que salir a la puerta de su tienda, con el paño de felpa que usaba para limpiar el mostrador, y hacer como que lo sacudía de polvo delante de los forasteros que se amontonaban en su escaparate, sobre todo los chiquillos que pegaban la cara al cristal tratando de palpar aquellos dulces tan extraordinarios.

La tienda de Don Nicolás estaba muy cerca de la calle José Antonio y fue la primera de Arrecife que se atrevió a traer turrones. La mayoría nunca había visto esas delicias, por lo menos eso aseguraban los más ricos de la capital, que al parecer habían tenido la suerte de probarlos en alguna de esas fiestas de La Vegueta. Los demás se conformaban con acercarse por aquella esquina y observar detenidamente la forma alargada de aquellos turrones de almendra. Don Nicolás, que siempre fue un comerciante muy listo, utilizaba esta exótica golosina para atraer a la clientela. Él sabía que aquel pequeño bloque no iba a depararle grandes beneficios.

Antonio Lorenzo, cronista oficial de Arrecife, recuerda que hasta finales de los años sesenta en Lanzarote no se celebraban grandes fiestas, "en realidad todo se reducía a actos religiosos y tal vez se mataba algún baifo, los más pudientes, el resto sacrificarían una gallina y con eso, ya se disfrutaba".

Años más tarde, muy cerca de la tienda de don Nicolás se abrió otro establecimiento que puso en el escaparate un gran televisor en blanco y negro. La gente, una vez más, acudió en masa a ver de cerca aquel nuevo artilugio tan mágico y sugerente que había llegado a la ciudad.

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