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HISTORIA

La 'última' de Filipinas

Manuela Hernández, hija del héroe tinerfeño de Baler, José Hernández Arocha, evoca el martirio de su padre militar en un asedio de 337 días y que ahora regresa al cine con un filme de Salvador Calvo

La 'última' de Filipinas

Manuela Hernández Melián tiene 88 años y nunca ha estado en Filipinas. Pero de lo que sí puede presumir es de ser hija de José Hernández Arocha, militar tinerfeño que fue llamado a filas en 1895 y combatió en Filipinas, en Parañaque e Imús, hasta que fue destinado a Baler, donde permaneció 337 días sitiado, desde el 13 de febrero de 1898 hasta el 2 de junio de 1899. Nadie se ha acordado de ella ni de su familia, a pesar de que en estos momentos se está rodando en Tenerife y Gran Canaria una película sobre la gesta protagonizada por su padre, entre otros, titulada 1898. Los últimos de Filipinas, del director Salvador Calvo.

Manuela Hernández, que vive en la que se ha sido la casa familiar en la calle El Sol, en el barrio lagunero de Taco, conserva una memoria prodigiosa. De hecho, durante la entrevista comenzó a recitar la célebre canción Yo te diré, de la primitiva película estrenada en 1945, y a la que ella asistió junto a su padre en el antiguo Parque Recreativo, en la capital tinerfeña. "Yo te diré por qué mi canción te llama sin cesar, me falta tu risa, me faltan tus besos, me falta tu despertar...".

Manuela, que posee estudios básicos, rememora para LA PROVINCIA/DLP algunos episodios que su padre relataba cuando se sentaban a la mesa los 18 hijos, fruto de los dos matrimonios ya que enviudó, con 43 años, en agosto de 1919, y volvió a casarse. "Mi padre era muy buena persona y contaba que lo que le daba fuerzas para resistir era acordarse del Teide y de La Orotava. Para levantar el ánimo de sus compañeros era el encargado de cantar isas y folías junto al otro isleño que sufrió el asedio, Eustaquio Gopar, natural de Tuineje (Fuerteventura)". En la unidad había otros dos canarios, los soldados Rafael Alonso Mederos, de La Oliva, y Manuel Navarro de León, de Las Palmas de Gran Canaria, pero ambos fallecieron de beri-beri el 8 de diciembre y el 9 de noviembre de 1898, respectivamente. Uno de los militares asediados, el teniente Martín Cerezo, siempre tuvo palabras de agradecimiento para el padre de Manuela, por su valor y por deberle la vida, ya que Hernández Arocha, que tenía 22 años cuando la gesta (había nacido el 18 de septiembre de 1876), evitó su muerte a manos de varios compañeros de armas que intentaron asesinarlo durante una sublevación. En otro documento, el oficial reconocía el valor de los canarios, "los soldados Eustaquio Gopar, José Hernández Arocha y siete más, son por sus buenas cualidades y subordinación los mejores del destacamento. Manila 10 de julio de 1899".

El jefe siempre reconoció en Hernández Arocha a un hombre valeroso y leal: "Animoso y siempre cantando folías canarias, levantaba el ánimo y la moral de todos los soldados". Esto sucedía a cada ataque de los insurrectos filipinos y Arocha respondía entonando el cancionero canario. "De repente, el canario Hernández Arocha dominó el bullicio con su poderosa voz", narraba su teniente. Así no era de extrañar que el padre de Manuela fuese escogido como hombre de confianza por el teniente Martín Cerezo.

"Bien sufrió en Filipinas el pobre. Mi padre estaba siempre en el campanario de la iglesia. Desde lo alto controlaba todo. Nos contó que con sus manos logró hacer un agujero en el patio de la casa del cura, de donde brotó agua de buena calidad", narra su hija. "En cuanto a comida muchas veces tuvieron que ingerir ratones blancos, culebras, gatos, perros, alimañas y aves, y al menos en dos ocasiones pudieron dar buena cuenta de un carabao, una especie de búfalo, que fue tomado a los tagalos. Además, fue también la persona que fabricó el horno de pan que pudo construir con ladrillos del piso de la iglesia y con tierra amasada. Todas esas cosas las contaba padre en la mesa. Era muy buena persona y muy mañoso, ya que era un hombre de campo".

Durante su relato, no paraba de mirar el retrato de su padre, con el que guarda un enorme parecido. Aparece vestido con el uniforme de teniente. Manuela Hernández tiene dos bisnietos que han seguido la tradición militar. Uno está destinado en la Unidad Militar de Emergencias (UME) en Los Rodeos y la otra, en el Regimiento de Infantería Ligera Soria nº 9 de Fuerteventura.

De los 54 hombres pertenecientes al Batallón de Cazadores Expedicionario nº 2 de Infantería, solo quedaron en pie 33 famélicos soldados en el momento en que capitularon con todos los honores ante el coronel Simón Tecson, responsable del sitio.

El documento rezaba así. "En Baler a 2 de junio de 1899, reunidos jefes y oficiales españoles y filipinos, transigieron en las siguientes condiciones: Primera: desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes. Segunda: los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también de los equipos de guerra y demás efectos del Gobierno español. Tercera: la fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañada por las fuerzas republicanas a donde se encuentren fuerzas españolas o lugar seguro para poderse incorporar a ellas. Cuarta: respetar los intereses particulares sin causar ofensa a personas".

"Cuando mi padre murió el 14 de octubre de 1957, era teniente honorífico y su féretro lo sacaron por la ventana de la casa donde vivimos, envuelto en la bandera de España. Está enterrado en el cementerio de Santa Lastenia", relata su hija.

Los 33 supervivientes embarcaron el 28 de julio de 1899 en el puerto de Manila a bordo del vapor Alicante y llegaron a Barcelona el 1 de septiembre. Nunca más volverían a reunirse.

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