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Regreso a Holanda

París bien vale una boda y el autor sostiene que Holanda bien vale una visita y dos y tres; "no es por nada es por todo"

Hacía algún tiempo que no visitaba los países bajos, la llana verde y bella Holanda. Cuando voy en el avión y este se va acercando al magnífico aeropuerto de Sipol, suelo mirar por la ventanilla y contemplar cual si fuera una inmersa acuarela multicolor de girasoles, tupilanes y narcisos y al fondo sus molinos con sus aspas girando al viento como un saludo de bienvenida al visitante. Tengo mucho afecto a este país, muchos motivos de agradecimientos sobretodo uno: mi mujer es holandesa, Sylvia Van Den Berg, también pintora y poliglota, habla cinco idiomas, algo muy común entre la muchachada holandesa pues parece ser, que los idiomas los aprenden desde muy pequeños con la facilidad que lo hacen con la bicicleta. Se suele decir que los niños vienen con un pan debajo del brazo, en Holanda vienen con una bicicleta.

Recuerdo la primera vez que visité este país. Fue a mediados de la década de los 60. Yo vivía en París en una buhardilla, en el barrio de Montmartre, cerca de la plaza de Dutertre, que compartía con un colega catalán que había conocido en la mili. Éramos de las primeras 'echaduras' de paracaidistas del Ejército de Tierra. A finales del 57. Saltábamos desde en Junker 52 de la Segunda Guerra Mundial, daba más miedo viajar en él que saltar. Éramos los 'boinas negras' también nos decían: "Los niños de la brillantina" ¡Qué tiempos aquellos! Se suele decir que los amigos que se hacen en la mili suelen ser para siempre. Yo lo ratifico.

Era verano y decidimos irnos a Holanda, mi amigo tenía una vieja furgoneta y emprendimos el viaje. Llegamos a la estación central de trenes de la ciudad de Den-Haag, siempre muy concurrida a emigrantes. Frente a la popular estación hay una especie de barrio chino con sus 'casas rosadas' y decenas de pequeños bares regentados la mayoría por emigrantes. Españoles, mexicanos, uruguayos, argentinos y otras nacionalidades. Muchas pensiones baratas y también pequeñas tiendas de comestibles y fruterías con sus productos en la puerta. Empezamos a vender nuestros cuadros en las plazas más concurridas, centro turísticos como Madurodán, la zona más turística de Den-Haag, nos iba bien y decicimos ir al mercadillo 'La Pulga'. En Amsterdam, el más famoso de Europa. Según me dijeron el nombre le viene a que en sus comienzos se vendían muebles, radios antiguas y derivadas, pero sobre todo mucha ropa usada, trajes, abrigos, camisas, zapatos y la gente empezó a decir que la ropa era de personas fallecidas y tenían pulgas. A ello debe su nombre. Hoy en día se vende de toe¡do, también ropa usada pero la mayoría son nuevas sin estrenar. Se puede usted encontrar todo lo imaginable y para recorrer todo el mercadillo necesita varios días.

Al acabar el verano, el frío en invierno es intenso, decidimos marcharnos, mi amigo se fue a París y yo me vine a Barcelona. Abandonado la famosa bohemia parisina, aquella que muy bien expresa en su canción el genial Charles Aznavour: "Y cuando algún pintor hallaba un comprador y un cuadro le vendía, solíamos beber, cantar y pasear alegres por París".

Pasaron más de diez años y volví a Holanda, a Den Haag, precisamente mi mujer es de allí. Y en octubre de 1976, hice una exposición, patrocinada por la embajada de España, en la casa de España en Utrecht, hoy llamada Instituto Cervantes. Se hicieron catálogos e invitaciones y tres días antes, la extrema izquierda holandesa amenazó con boicotear la exposición. Fui a la embajada y el agregado cultural me tranquilizó diciéndome que la exposición se iba a celebrar con la asistencia del embajador. La muestra se inauguró con la asistencia del embajador Ramón Sedo, y un coche de la policía holandesa en la puerta de la casa de España. La embajada y el director en el país, en la vanguardia de Barcelona y un seminario que se llamaba 7 fechas, le dedicó dos página con fotos.

En nuestra ciudad lo publicó el Diario de Las Palmas y LA PROVINCIA. Hoy lo recuerdo como una anécdota. Soy el único pintor que ha expuesto su obra en el salón donde se firmó el famoso tratado de Utrecht, tenía que decirlo después de lo mal que lo pasé.

Nuevamente estoy en Holanda, han transcurrido cincuenta años de la primera visita.

La otra tarde cogí la bicicleta y me fui a un sitio muy especial para mí. La vieja estación de trenes de Den-Haag, me fui al bar y pedí lo mismo que hace casi cincuenta años: un coñac francés y un café exprés. Me supo a gloria. Eché un vistazo y todo era casi igual. El mismo barrio chino, las casas rosadas, la parada de taxis, la del autobús y la del tranvía. El único que había cambiado físicamente, era yo.

La bicicleta en este país es un medio de transporte muy importante. Yo pienso que hay más bicicletas que coches. En todas las casas, sobre todo en las barriadas y en la ciudad también hay un 'fleje'. Bicicletas tiene el abuelo, la abuela, los hijos, los nietos, todos. Los sábado y domingos en verano, se suelen ver numerosas pandillas de familias todo en bici en fila india al bosque más próximo y pasar el día. Y es que, en todas las ciudades hay grandes bosques con enormes árboles, con grandes lagos y cientos y cuentos de aves de todos los colores y tamaños y miles de simpáticos periquitos que han logrado adaptarse al clima del país tiñendo de alegre colorido aún más, el entorno.

La bicicleta es un mediuo de transporte fundamental en la vida cotidiana del país y los automovilístas lo respetan mucho y la seguridad vial está perfectamente señalizada. Bici, coche, moto bus, taxi y tranvía, todos y cada uno tienen asignados su carril, el sentido de urbanidad vial, lo tienen bien asumido. Difícilmente se suelen ver camiones con cargas pesadas por las ciudades, estás se realizan en barcazas por medio de los canales. Por los canales y en bicicleta también se puede recorrer más de media Holanda. Siempre que visito este precioso país suelo visitar el museo municipal de Den-Haag, donde están Manolo Millares y Óscar Domínguez pues ahora hay dos obras del amigo Juan Ismael, lo que supuso enorme alegría. De Juan Ismael tuve su amistad en sus últimos años y guardo enmarcado un catálogo de su exposición en la Galería Iles, ya desaparecida que estuvo frente a la central de correos y en él me escribió: "Para el amigo Aquilino, ángel que crea con la chatarra un arte único. Juan Ismael".

Siempre lo he guardado por el respeto y la admiración que le tuve. En Leiden, ciudad universitaria, nació y vivió Rembramd, en la casa donde nació hay un enorme edificio y en su fachada una placa recordatoria. Muy cerca está el molino que fue de su padre, hace años sufrió un incendio y fue reconstruido nuevamente. Actualmente es lugar de visita, la entrada cuesta cinco euros y para hacerlo hay que subir una empinada escalera medio destartalada y un cartel que pone: "No nos responsabilizamos de accidentes en la escalera". Demás está decirles que desistí: ¡Échale hilo a la cometa! En otra ocasión, si se presenta, hablaremos de la ruta de los molinos. Se suele decir que: "París bien vale una boda". Pues yo digo: Holanda bien vale una visita y dos y tres... No es por nada es por todo.

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