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El dolor eterno de Majdanek

El campo de concentración y extermino situado a las afueras de la ciudad de Lublin, al este de Polonia, fue el segundo más grande del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y el primer gran centro liberado por los aliados en su avance

Uno de los visitantes al Lugar de la Memoria y Museo de Majdanek reza delante del mausoleo del recinto donde se apila ocho toneladas de cenizas de las víctimas del campo de exterminio. E. L.

"Cuando celebro la liturgia rezan todos juntos. Lo hacen en diferentes idiomas, pero ¿es que Dios no entiende ninguna de esas lenguas?". La reflexión es desesperada. Las líneas se recrudecen aún más si llegan desde la firma de un religioso, el sacerdote católico Emilian Kowcz, una de las 150.000 personas [según los cálculos del Lugar de la Memoria y Museo de Majdanek] que pasaron por el campo de concentración y exterminio situado a las afueras de la ciudad polaca de Lublin. Su pecado para estar en el infierno: refugiar a judíos y otros perseguidos por el nazismo. Acabó gaseado en marzo de 1944, pocos meses antes de la liberación del campo. Dios, en el mundo terrenal, como él mismo presentía, no pareció comprender ninguna de aquellas plegarias.

Las 500 hectáreas de la explanada escapan del ajetreo y el ruido que se vive en otros campos de concentración reconvertidos a museos como Auschwitz-Birkenau o Sachsenhausen. No hay muchos turistas en él, casi sin cámaras a la vista; la población local corre o pasea en bici más allá de la alambrada que cerca el recinto o lleva flores a las tumbas de sus muertos en el cementerio local, casi tan grande en extensión como el propio campo de concentración y exterminio que se erigió a su vera. Frente a un tumulto con forma de platillo volante, 74 años después de la liberación de Majdanek, se posa uno de los visitantes a un lugar en el que aún se huele la muerte. Reza como lo hizo Emilian Kowcz. Lo hace por él y por las decenas de miles de personas, en su mayoría judíos polacos, que perdieron la vida en el horror. Delante tiene ocho toneladas de cenizas humanas.

El mausoleo del Lugar de la Memoria y Museo de Majdanek se sitúa al fondo del campo de concentración y exterminio, en la parte más tétrica del recinto. Los centros florales reposan en sus bordillos junto a la pila de cenizas compacta, sepultada a medias bajo una cúpula semicircular que esconde el horror del nazismo y salvaguarda las evidencias más crueles del Holocausto del duro clima de Lublin, implacable en verano y extremo en invierno, con temperaturas que alcanzan los dos dígitos bajo cero.

La mayoría de estos restos humanos fueron recolectados por el Ejército Rojo, que entró en julio de 1944 en Majdanek para descubrir el primer campo de exterminio nazi en su avance desde Bielorrusia. Apenas quedaban algo más de un millar de personas, en su mayoría prisioneros de guerra soviéticos. El resto había sido conducido por las SS camino a otros campos, rumbo a la muerte que habían esquivado hasta el momento. El galope de las tropas rusas fue tan rápido y raudo que a Arthur Liebehenschel, procedente de Auschwitz y último comandante de las SS a cargo de Majdanek, no le dio tiempo a completar la orden que ya corría desde las altas instancias del Tercer Reich: borrar cualquier rastro del genocidio que se estaba llevando a cabo en los campos de concentración y exterminio. Eso no le valió de nada a Liebehenschel, condenado a muerte por el Tribunal Popular Supremo de Cracovia en 1947.

Fue esa entrada soviética imparable lo que permitió que Majdanek sea el sitio que mejor conserva la industria de la muerte que elaboró el nazismo en sus campos de concentración durante el Holocausto. A unos metros del mausoleo está el lugar donde la vida quedaba reducida a cenizas, siempre sin identificar, convertida en polvo. El crematorio, prácticamente intacto, fue construido en otoño de 1943. " El humo de los crematorios nublaba el cielo y caía sobre los prisioneros", relató Frimit Bursztyn, superviviente judeopolaca que pasó hasta por siete campos distintos. Hasta ese momento, los cadáveres se quemaban en hogueras y en un pequeño incinerador antiguo situado entre el Campo I y el Campo II de Majdanek. No obstante, la nueva edificación, equipada con cinco hornos crematorios, todos conservados, elevó la capacidad del campo para exterminar sin piedad. La construcción albergaba un almacén para cadáveres y combustibles y una sala para rebuscar joyas u otros objetos de valor entre los muertos. Cualquier pieza dental de oro o adorno de bisutería era válido para financiar la guerra.

La matanza del 'Erntefest'

En esa misma parcela, varios surcos de unos cien metros de largo se divisan entre el crematorio y el mausoleo. Los movimientos de tierra del lugar tapan uno de los días más macabros de la Segunda Guerra Mundial: el 'Erntefest', en español, la 'Fiesta de la Cosecha'. El 3 de noviembre de 1943, los alemanes fusilaron a unos 18.000 judíos de Majdanek y de los campos de trabajo instalados en la ciudad de Lublin, en su mayoría dedicados a la producción de armas.

La acción fue proyectada personalmente por Heinrich Himmler, uno de los principales ideólogos de las teorías nazis, diseñador de los campos de exterminio y director general del Holocausto. El 'Erntefest' llegó como respuesta a las sublevaciones de los judíos concentrados en los campos de Sobibor y Treblinka, además de la resistencia armada que se formó en los guetos de Varsovia, Bialystok y Vilna. La solución, aniquilar a los judíos restantes.

Los prisioneros fueron obligados a cavar las fosas en los días previos, la música sonó por los altavoces del campo para disimular el sonido de las ráfagas de los fusiles y los cadáveres empezaron a amontonarse sobre las zanjas al ritmo de las balas desde las cinco de la mañana. La matanza del 'Erntefest' en Majdanek supuso la mayor masacre en un día y un lugar de todo el Holocausto en el "miércoles negro", del que se cumplirán 75 años en este 2018. El 'Entefest' llegó a otros campos. En Trawniki, unos 10.000 fusilados; en Poniatowa, unos 15.000. En total, unos 43.000 judepolacos asesinados a tiros en un día. Tras ese momento, los prisioneros judíos pasaron a ser minoría en el Majdanek.

El 'Aktion Reinhard'

El 'Erntefest' fue una consecuencia directa de la Aktion Reinhard, nombre en clave que se le dio al exterminio de los judíos polacos, operación derivada de la "solución final" acordada en la Conferencia de Wannsee en enero de 1942, donde se dio luz verde al genocidio sistemático de la población hebrea en Europa. Inicialmente Majdanek no fue concebido como un campo de extermino y sí como un lugar destinado a los trabajos forzados y la reclusión de prisioneros soviéticos y polacos. A 100 kilómetros de la frontera con Ucrania y Bielorrusia, el lugar era ideal para ello. Esa primera vertiente se mantuvo hasta el último día de Majdanek.

Justo en el lado opuesto al mausoleo, el crematorio y las fosas que dejó el 'Erntefest' están en pie las duchas -que funcionaron como tal- y las cámaras de gas. Algunos estudios señalan que hasta siete salas de gaseamiento llegaron a funcionar a la vez en Majdanek. Los rastros del Zyklon B son aún visibles en las paredes del recinto con unas manchas azules que inundan el blanco de los muros. Ese elemento, del que se conservan cientos de latas, fue un pesticida que llegó a los campos como desinfectante para controlar los brotes de tifus y que se importó directamente desde Auschwitz, el primer lugar donde se usó en humanos. La muerte que producía la inhalación del gas era perversa y retorcida: más de 20 minutos de sufrimiento. El monóxido de carbono también se usó en las cámaras de Majdanek. Desde otoño de 1942 el búnker que refugiaba las cámaras de gas estuvo activo. Los prisioneros que los guardianes y soldados alemanes consideraban que ya no eran aptos para el trabajo forzado, en su mayoría ciudadanos judeopolacos, acabaron asesinadas por este método nada más traspasar las verjas del campo, reconstruidas en la mayor parte de lo que hoy es Majdanek.

Los números del exterminio que se vivió en Lublin varían. Durante estos años ha sido imposible concretar con exactitud cuántas personas se cobró el Holocausto en el suburbio de Majdan. Las cifras están abiertas y marean en cualquier caso. La dirección del Lugar de la Memoria y Museo de Majdanek estima que de 80.000 a 110.000 personas murieron en el campo de concentración y exterminio de las afueras de Lublin. Sin embargo, el espectro va desde los dos millones de personas asesinadas, calculados por los soviéticos al llegar a Majdanek, a los más de 300.000 que estima el Yad Vashem, la institución oficial israelí constituida en memoria de las víctimas del Holocausto. La falta de un registro de entrada a Majdanek, a diferencia de otros campos de exterminio y concentración, ha hecho imposible determinar con cierta exactitud cuantas personas fueron conducidas al fin en este infierno.

Pero más allá de las balas y el gas, las condiciones de vida del campo, levantado en octubre de 1941 por orden de Himmler, fueron el mayor aliado nazi para el exterminio. Los barracones eran un foco de enfermedades constantes, desde el tifus a infecciones propias por la falta de higiene, en unas construcciones que carecían de agua corriente.

En pie queda por completo el Campo III, destinado a los judíos del gueto del distrito de Lublin, con 22 barracones donde las literas se apilan. Antes de la llegada del mobiliario básico, el catre era el suelo. Ideados para albergar a 150 personas cada uno en la época donde Majdanek tocó techo en población, cada barracón podía acoger a cerca de 1.000 personas. Sin alcantarillado, las edificaciones carecían del saneamiento más básico. Unos contenedores de madera, casi siempre llenos, eran las letrinas durante las noches. El hedor en verano, según el testimonio de los supervivientes, era insoportable. Sin calefacción en invierno, donde la nieve cubre con varios centímetros toda la zona, el frío mataba en Majdanek.

En esa tierra que en invierno se torna blanca reposan más restos de uno de los episodios más oscuros de la historia de la humanidad. En 2006, un grupo de supervivientes del campo regresó al lugar del horror para desenterrar sus pertenencias de valor escondidas bajo suelo mientras esperaban a ser clasificados a su entrada en el campo. Varias de estas piezas como relojes de bolsillo, carteras, monedas de oro o joyería, se exponen en una de las salas que alberga más objetos de valor que intentan ayudar a comprender el drama de Majdanek.

El camino hasta esa cola de clasificación previa al barracón era un paso más de la tortura. Los prisioneros llegaban a pie desde una plataforma ferroviaria situada a tres kilómetros de la entrada -los primeros en 1941, solo hombres; después llegaron las mujeres y los niños-. Y es que antes del turno de la clasificación, el viaje hasta el campo ya era una auténtica condena. Apilados en vagones destinados al ganado o mercancías, sin agua ni comida, la tasa de mortalidad era altísima sobre los raíles al infierno. Los cadáveres no salían del vagón hasta que este efectuaba su última parada.

Es precisamente esa entrada al averno lo que quisieron evocar Wiktor Tolkin y Janusz Dembek con el monumento que abre el recorrido al campo actual inaugurado en 1969 e inspirado en La divina comedia de Dante. En el mismo eje que el monumento, el Camino del Homenaje y la Memoria conectan con el mausoleo justo al final de la senda.

Más allá de la alambrada, Lublin crece al ritmo de las ayudas europeas que se ven por todo el país, con carteles que muestran las estrellas de la Unión a la orilla de las carreteras o delante de algunas instituciones. Ahí se mezclan con edificaciones del más puro estilo soviético que recuerdan el yugo del comunismo impuesto por la URSS tras el fin de la guerra. Después del infierno, la vida finalmente se abrió paso y el campo es el recuerdo de los días más duros de la ciudad. Quizá Dios, aunque tarde, sí que terminó por escuchar a Kowcz y sus duras plegarias, pero cuesta creer en algo cuando se deja atrás Majdanek.

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