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Una depresión enquistada

La UD Las Palmas, en el primer duelo de Pako Ayestarán como local, no encuentra ante el Celta de Vigo la manera de salir de su crisis

La bandera bordada que lució la UD Las Palmas en el partido del Camp Nou no cayó en el olvido. Ultra Naciente recordó la polémica acción del club con una pancarta: 'Dos colores una bandera'. Por otro lado, ambos equipos saltaron al campo con una camiseta bajo el lema 'Dolor y rabia', en repulsa por los incendios provocados de Galicia. En la primera foto, el público abandona el campo.

Al minuto 70 de partido el Estadio de Gran Canaria se desinfló -más aún de lo que estaba antes de empezar el choque-. El Tucu Hernández había puesto el cuarto gol del Celta -que andaba jugando con uno menos- en un marcador que se descomponía en la frente de la UD Las Palmas: 0-4. El cachetón era durísimo. En el 75, cuando Iago Aspas marcó el quinto, el golpe elevó su categoría a la de salvaje.

Mientras algún aficionado replicaba al palco, la mayoría desfilaba por las escaleras de cemento de Siete Palmas con la cabeza entre los hombros, abonados a la resignación, el desespero y la impotencia. Una mezcla de sentimientos que invadió a la UD Las Palmas sobre el césped, incapaz de encontrar respuestas para corresponder a su causa: volver a ganar. Alguno, con sorna, celebró también los goles de Vitolo y Rémy, mientras atronaba la música de los goles en el estadio como si aquellos tantos tuvieran alguna trascendencia.

Una de las cosas más difíciles que existe en este mundo del loco fútbol es la de cambiar tendencias. Esa transición, ese golpe más o menos rápido para revertir una situación y hacer que el devenir más próximo tenga un cambio total de guión no es fácil; asumir una depresión y que ésta se enquiste es algo más que habitual.

La UD Las Palmas, en su propio estadio, tenía ante el Celta de Vigo la oportunidad de empezar a salir del hoyo, de levantarse hoy con otra cara, otro ánimo. Ese punto de inflexión para romper con un pasado -tenebroso, con un par de victorias y cinco derrotas, seis tras la de ayer ya- que alumbraba más dudas que certezas no llegó. No lo hizo con ninguna de las situaciones de un partido que, como equipo triste, se descalabró muy pronto para la UD.

Apenas cuatro minutos, los que transcurrieron del 16 al 20 de partido, fueron suficientes para desmembrar a la UD. Con un 0-2 de inicio, las buenas mañas que había demostrado la UD hasta el momento se desvanecieron por completo. Porque a la UD Las Palmas le falta algo de alma. Un carácter del que sólo le rescatará un fútbol que carece a día de hoy.

De momento, la UD no encuentra cómo cambiar de ánimo. La llegada de Pako Ayestarán se traduce en cero puntos, una idea aún por concretar ante un calendario peliagudo -sale a Villarreal, recibe al Deportivo y visita el Santiago Bernabéu- con un objetivo primordial: la necesidad imperiosa de devolverle de cualquier manera la convicción a su equipo.

Porque ayer, con el doble gancho que le enmendó el Celta en los dos primeros tantos, Las Palmas empezó a sentir la frustración. No lo había hecho del todo mal y un par de errores flagrantes le condenaban. El cuadro amarillo, una vez más, tenía la soga alrededor del cuello.

La imagen se podría trasladar a cualquier otro equipo atrapado por sus propios miedos, regido por la imposibilidad de girar hacia otra dirección que no le condene al abismo. Es octubre y la temporada acaba en mayo, pero el tiempo pasa. Lo saben los jugadores, lo sabe el cuerpo técnico, lo sabe la directiva, con su presidente a la cabeza, y lo sabe una afición que ayer se marchó del Estadio de Gran Canaria más preocupada que nunca en la presente campaña. El reloj corre en contra para una UD que va peor en sensaciones que en puntos -una victoria en El Madrigal podría sacar a Las Palmas del descenso-.

Ni siquiera cuando el guardameta Rubén Blanco, el hombre que más había negado a la UD hasta el momento, salió expulsado ya con el 0-3, la UD dio una señal de vida. De hecho ofreció todo lo contrario y el Celta de Vigo consiguió perforar su portería hasta en dos ocasiones más. El problema y el dolor era mayúsculo.

¿Cómo lograr convencer ahora a sus hombres? Probablemente ésa fue una de las grandes preguntas que asaltó a Pako Ayestarán cuando salió del Estadio de Gran Canaria el día de su debut. El planteamiento del técnico vasco no funcionó, sus cambios tácticos tampoco voltearon el partido y la primera bala para ganar esa confianza mutua que necesita el jugador con el entrenador -transferible al palco y a la grada- se esfumó.

La vida, por ahora, sigue igual para una UD Las Palmas que mantiene un rumbo cada jornada más preocupante en una tendencia que apunta cada vez a mirar más abajo.

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