Cuando era estudiante, David Bramwell sabía que existían las Islas Canarias, pero no exactamente dónde. Desde niño las oía nombrar porque el puerto de su ciudad natal se convertía casi en una fiesta cuando llegaban los barcos cargados de plátanos. La primera vez que pisó el Archipiélago fue en 1964, cuando visitó La Gomera. Estaba estudiando Biología en la Universidad de Liverpool y vio un cartel de la Sociedad de Exploradores en el que solicitaban botánicos para ir a una expedición a Canarias. Así que buscó bibliografía y se apuntó.

Todavía recuerda lo diferente que era la Isla por ese entonces, pasaban muy pocas guaguas y había muchos caminos de tierra. Tenían que caminar bastante, pero era ideal para explorar. Un año después regresó y estuvo nuevamente en La Gomera, pero también en Tenerife, La Palma y Gran Canaria. En 1968 le concedieron una beca y decidió hacer la tesis doctoral sobre la flora canaria y se la aceptaron. Estuvo un año realizando trabajos de campo y le nombraron profesor de investigación en la Universidad de Reading, en 1971. Lo que le llamó la atención para estudiar las especies canarias era la diversidad y bromea con el hecho de que los endemismos británicos ya estaban muy bien estudiados. En Canarias tenía mucho más por descubrir.

Tras la trágica muerte del impulsor del Jardín Canario, Eric Sventenius, en 1973, le ofrecieron ser el director. "Inicialmente dije que no", recuerda ahora, "hacía muy poco tiempo que había sido nombrado profesor y tenía miedo de abandonar el puesto", pero pidió una excedencia de cinco años y se instaló en Canarias. Nunca más volvió y sostiene: "no me arrepentí de la decisión".

A David Bramwell se le nota la pasión que tiene por la botánica y por la flora canaria. No cumple los estereotipos que los demás podemos tener de los investigadores, de retraídos y huraños. Todo lo contrario. Sus casi dos metros de estatura no pasan desapercibidos y su carácter abierto y su buen humor tampoco. Es una persona muy querida en las Islas y jamás ha sentido algún tipo de xenofobia por ser extranjero y dirigir un jardín que investiga y conserva especies autóctonas. "Siempre ha sido al revés, a mí me han permitido hacer más cosas que a una persona de aquí", bromea. Reconocimientos no le faltan. En 1999 recibió el premio César Manrique de Medio Ambiente y en 2005 fue nombrado Hijo Adoptivo de Gran Canaria, también ha sido galardonado con el Premio a la Conservación Excelente del Instituto de Investigación Botánica de Texas, en Estados Unidos. En su haber tiene 14 libros y más de 150 artículos científicos.

Es consciente que todavía quedan cosas por descubrir "ya que los estudios de ADN y moleculares podrían dar alguna sorpresa". Se están encontrando relaciones no esperadas con especies de otros lugares. En estos días, incluso, una compañera presentó una tesis sobre un grupo de plantas en donde aparecen nuevos descubrimientos que, promete, causarán impacto. Por eso mismo, no esconde su preocupación por la propuesta del Gobierno canario de descatalogar algunas especies protegidas. "Yo creo que tiene motivos que no son realmente biológicos", aunque no cree que prospere.

Afirma que el principal peligro que tiene la flora es el desarrollo no sostenible, incontrolado. Pero tiene esperanzas porque cree que las nuevas generaciones están más concienciadas en la conservación. Él seguirá luchando. Sólo le quedan tres años para jubilarse, pero también está embarcado en la cátedra Unesco de Biodiversidad. Aunque se jubile, amenaza con seguir trabajando, "espero que me dejen un cuartito en el Jardín para hacer muchas cosas", bromea. Dejaría el puesto de director, pero también un legado inmenso a la investigación en Canarias y un Jardín que, asegura, está entre los 10 mejores del mundo, gracias a que Sventenius "fue un visionario". Muchas décadas de adelanto le otorgaron un gran prestigio, que conlleva que lo visiten 200.000 personas al año, pero que ahora hay que seguir manteniendo.