La Provincia - Diario de Las Palmas

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Diario de un viaje en el tiempo (VII)

Una isla dentro de una isla

Recorrido por Borneo y Sumatra con una visita a Samosir, tierra de los Batak que cultivan el café más caro del mundo - Lamirada de una hembra oranguntán, como la de un ser humano

Una hembra orangután con su cría en la reserva natural de Semenggoh, Sarawak, isla de Borneo. ARTURO RODRÍGUEZ

Los indonesios me han transmitido la sensación de estar luchando por sobrevivir las 24 horas del día. La ley del más rápido y más fuerte impera en este país. Van corriendo a todos lados, te empujan en cualquier cola, se te meten delante y conducen como psicópatas sin empatía por el resto de usuarios. Mi teoría es que, en un país tan superpoblado, se les enseña a ser así desde pequeños, porque de otra manera tus vecinos te arrollan.

El jueves volamos de Miri a Kuching, con la determinación de encontrar a los Orang Hutan, gentes del bosque como se les conoce en Malasia. Nosotros, los conocemos como Orangután, si esos primates pelirrojos en peligro de extinción por culpa del aceite de palma. Es curioso e interesante, pero muchos pueblos de Borneo no diferencian entre ellos y nosotros, los humanos. De hecho, los antiguos pobladores de Borneo, les creían una tribu más con la que hacer la guerra por el terreno o comunicarse.

La sensación que tuve cuando una hembra enorme me miró directamente a los ojos, como tratando de adivinar si pretendía hacerle daño a ella o a su pequeño, fue de estar cruzando la mirada con un ser humano. Me descubrí a punto de preguntarle cómo se llamaba. Solo el sentido común evitó que hiciera el ridículo. Selu y yo pasamos nuestro último día juntos en la reserva natural de Semenggoh, lugar de obligatoria parada si queríamos ver Orangutanes en libertad.

Surabaya, Java

En el aeropuerto, después de años viajando con el paraguas fotográfico en la mano, un policía de frontera en Kuching, me obligó a dejarlo en tierra. Traté de explicarle que no era más que un paraguas fotográfico y no un arma de destrucción masiva pero no hubo manera de convencerle. Afortunadamente tenía buenos contactos en Johor Bahru; mi amigo Maha Bishnu. Un domingo es muy complicado encontrar material fotográfico en cualquier lugar, también en Malasia, pero Maha me llevó, probablemente, al único lugar en JB donde podía conseguir un sustituto para mi paraguas caído en combate. Acabé comprando una ventana de luz y no otro paraguas, para evitar futuros problemas, a pesar de que es más difícil de trabajar con ella sobre el terreno.

El lunes por la mañana, ya en Surabaya, tuve muchas complicaciones para encontrar a alguien con quien pudiera hablar en inglés y explicarle lo que quería. Además el hotel que reservé estaba en un barrio, al parecer, bastante malo de la ciudad y la dueña me recomendó no salir una vez que oscureciera. La habitación estaba llena de mosquitos, no tenía ventanas, el aire acondicionado funcionaba a trompicones, además de estar bastante sucia, pero eran seis euros la noche así que, tampoco podía esperar más.

Conseguí, a través del recepcionista del hotel y utilizando el traductor de Google, contactar con Alvin, un veiteañero que estudia filología inglesa. A partir de ahí todo fue rodado. Tardamos unas dos horas en atravesar el tráfico de la ciudad para llegar al puente que une la isla de Madura con la isla de Java. Bajo el puente conseguí a varios pescadores Jawa a los que fotografié caminando sobre el pringoso barro de la playa. Me quedaba enganchado cada dos metros, así que decidí quitarme las cholas y seguir descalzo, no se si fue una buena idea para la salud de mis pies, pero no me quedó otra opción.

Cruzamos el puente con la determinación de encontrar a un mecánico de motos Madurense. Había escuchado que son muy buenos mecánicos y que hacen carreras de motos casi cada fin de semana. Como motero, me atraía la idea de conocer a alguien a quien le gustara ese mundo tanto como a mi, pero al otro lado del mundo. Después de dos horas preguntando y dando vueltas por la isla, encontramos a Zainal un Madurense de 26 años con el que pasé un buen rato compartiendo opiniones sobre mecánica.

Al volver de Madura, Alvin me preguntó que si me apetecía cenar en su casa con sus padres. Supongo que estaba tan excitado de haber pasado el día con un extranjero, que tenía la imperiosa necesidad de mostrarme ante sus padres, como el que se a encontrado un pájaro en la calle. A mi me apetecía la experiencia hogareña, siempre es una buena manera de conocer más a las personas y su cultura. Fuimos desde mi hostal hasta su casa en scooter, por las calles de Surabaya, un viaje bastante arriesgado teniendo en cuenta la locura de tráfico de una ciudad con cuatro millones de habitantes y sin transporte público colectivo.

En casa de Alvin, en cada hueco de la pared y del techo, había una jaula con pájaros, una obsesión de su padre al parecer. Peluquero y fumador de un tabaco negro horrible. Mientras saludaba a su padre vi al fondo del oscuro pasillo que su madre se cubría el pelo al verme en su casa. Al cabo de un rato compartiendo con los hombres, apareció su madre, ya bien cubierta, me saludó muy amable y risueña y me preguntó si tenía hambre. Sirvió té para todos los que compartíamos la alfombra y se marchó a cocinar. Al cabo de muy poco tiempo, nos trajo unos pinchos de pollo y otros de ternera, bañados en una salsa de cacahuetes y cebolla y acompañados de arroz blanco, aquello fue lo mejor que había probado en mucho tiempo. Llevaba sin comer todo el día, así que tuve que hacer un esfuerzo para mantener la calma y no saltar sobre la comida como un lobo.

Indonesia tiene más de 700 grupos étnicos, repartidos entre las miles de islas que componen este fragmentado territorio, las comunicaciones son penosas, en algunos casos inexistentes, así que se pueden hacer una idea de lo que me ha costado decidir a que grupos fotografiar.

El martes por la mañana me cruce con un alemán alojado en el mismo hotel que yo y me enseñó unas imágenes que había tomado con su móvil en la isla de Flores, justo el lugar de donde procede uno de los últimos eslabones perdidos de nuestra especie, el homo floresiensis. Descubierto en 2004 y apodado el Hobbit, porque apenas medía un metro y pesaba 25 kilogramos. Cohabitó con el homo sapiens, y se sabe que desapareció hace apenas 12.000 años. Lo que me enseñó removió algo dentro de mi. Ya había descartado Flores por las dificultades añadidas que supone llegar allí pero ahora estoy a punto de cambiar de opinión.

Samosir, Sumatra

Samosir es una isla dentro del lago Toba, que está en la parte norte de la isla de Sumatra. El Toba es el lago cráter más grande del mundo, con 100 kilómetros de largo, 30 de ancho. Allí viven los Batak. Viven principalmente de la agricultura, sobre todo arroz y café. En esta zona, se produce el café más caro del mundo y son los Batak quienes lo cultivan. El Kopi Luwak (kopi es café y Luwak es una civeta) es un café extraído de los excrementos de estos animalillos, al parecer, ellos saben cuando la semilla está en su punto justo de madurez y los ácidos de su estómago hacen el resto del trabajo. Un kilo de este café, en Europa, cuesta unos 900 euros y los sitios donde se puede tomar uno auténtico, suelen ser muy exclusivos y cobrarlos a 50 euros la taza. Aquí, vale 4 euros una taza, lo que es una barbaridad teniendo en cuenta que puedes almorzar por menos de un euro. Con este precio, me propuse probarlo.

El jueves, subimos a la montaña en busca de agricultores Batak, los que cultivan este café tan especial. Paramos en una curva de la carretera, en lo que parecía un bar y me ofrecieron Kopi Luwak. Está muy bueno pero, en mi humilde opinión, no vale la pena el precio que se paga en occidente. Es un muy buen café si, pero los he tomado mejores, de Colombia o Jamaica por ejemplo, y apenas por un poco más de lo que se paga por cualquier otro café en un bar de las islas.

Mi guía preguntó a la dueña del lugar por los agricultores y nos dijo que no empezaban a trabajar hasta las 8 y eran las 6:30 de la mañana. De pronto, salió de la casa-bar un joven, justo con esa apariencia especial que busco en mis retratos. Le dije al guía que le preguntara si le importaba que le hiciera unas fotos. Respondió que sin problemas pero que tenía mucha prisa, que podíamos acompañarle si queríamos y hacerle la foto hasta su lugar de trabajo. Sin dejarme tiempo para pensar, se subió a su scooter chino y se marchó. Lo perseguimos durante media hora en moto. Por carretera y por barro hasta que nuestro cacharro se atascó. Fernando, que es como se llama el personaje, se dio la vuelta y al vernos atascados se ofreció a llevarme en su moto. Mi guía se quedó atrás con un amigo suyo y tuvieron que caminar un buen trecho más. Paró al lado de una palmera en medio de la jungla y sin decir nada comenzó a andar campo a través. Iba en cholas y había tanto barro que me resbalaba dentro de ellas así que decidí quitármelas y rezar para no pisar algo cortante o que me picara algún bicho de la selva. Al llegar al lugar tuve que esperar por Jefry, mi guía para poder comunicarme con Fernando y explicarle qué hacer. Estábamos en medio de una selva que no la atravesaba ni la luz. Me recordó mucho a los Tilos, en La Palma, pero con monos y serpientes por todos lados. Al llegar Jefry, ya tenía todo preparado e hice las fotos en apenas diez minutos, nos invitaron a café de puchero y hablamos un buen rato de que hacía allí y lo que quería para el futuro de su familia. Fue otra de esas experiencias que no olvidas nunca, pase el tiempo que pase.

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