La calle La Naval, la Chinatown canaria, vive uno de sus peores momentos. No hay ciudadanos del país asiático infectados en las Islas, pero el virus ha provocado que los comercios chinos de esa calle se vacíen como consecuencia de la alarma social. Por la mañana la afluencia de clientes en las tiendas es mínima, y por las tardes inexistente. Razón por la que muchos dueños han optado por bajar sus cancelas en la histórica calle capitalina. Algunos escogen el cierre temporal con la excusa de tomarse unas vacaciones para prevenir, y otros mantienen la verja a medio cerrar para poder atender solo a los mayoristas, siempre con el mínimo contacto posible.

Cuesta ver algún cliente dispuesto a entrar en las tiendas que ya presentan carteles en sus puertas anunciando que dentro del local existen medidas preventivas. "Sentimos que usemos las mascarillas para trabajar", comienza diciendo el folio que recibe a los compradores. La mitad de los pocos clientes que continúan acercándose a los comercios dan media vuelta al ver que los dependientes tienen puestas las mascarillas, pero los trabajadores no lo dudan: salud antes que ventas.

"La mascarilla es importantísima, yo las compré hace dos meses porque sabía lo que venía y mira ahora, no quedan en las tiendas", lamenta Marcos Gu, dependiente de uno de los comercios de la calle. Para este trabajador todas las medidas son pocas ya que, según él, "los canarios todavía no son conscientes del verdadero peligro del virus, pero los chinos sí". Gu alerta de la rapidez con la que la enfermedad se propaga en las Islas y recurre a su móvil para explicar, con el poco español que sabe, que amigos y familiares le recuerdan cada día que se proteja y que siga las tres reglas básicas de seguridad: mascarilla, gel desinfectante y distancia con el cliente.

Gu no se separa de un pulverizador de limpieza lleno de un producto fabricado por él mismo. "Alcohol de 96 grados es imprescindible para mantener el espacio de trabajo en condiciones", explica. La mujer del dueño de la tienda en la que trabaja este dependiente asiático ha decidido aislarse con sus hijos en su casa por miedo a que algún cliente pueda pegarle el virus, pero los trabajadores siguen en primera línea de guerra.

Discriminación

La llegada del virus chino a Canarias ha traído consigo una ola de discriminación hacia esta comunidad asiática, que en la capital grancanaria aglutina ya a 2.000 ciudadanos. Son más de 10.000 chinos en el Archipiélago. Personas forzando un ataque de tos en la puerta de la tienda, insultos desde ventanillas de los coches, o gente tapándose la boca por miedo al contagio, son solo algunos de los episodios que Gu ha experimentado desde que se conociera que la pandemia tiene origen chino. Allí, en el país donde surgió todo, ya se ha superado el pico de la epidemia del virus y hay casi 63.000 personas recuperadas.

Gu lamenta que haya canarios que le recriminen su nacionalidad aunque reconoce que la mayoría lo trata con respeto. El dependiente asiático solo quiere que la sociedad se dé cuenta de la solidaridad de su país, que actualmente está prestando ayuda a Italia y España, no solo aportando toneladas de material médico sino también especialistas que han gestionado la crisis allí.

El trabajador va más allá y llega a plantear que el virus realmente no nace en China sino que surge por primera vez en Estados Unidos. "¡Los americanos son los que han liado todo esto!", exclama exaltado Gu cuando habla del inicio de la pandemia.

Sijin Wu, dependienta de otro de los comercios de La Naval, también ha sufrido racismo durante los últimos días. La trabajadora aguanta como transeúntes le gritan "¡ahí viene el coronavirus!" cuando monta en bicicleta por las calles de la capital grancanaria. Wu lleva diez años en las Islas con sus padres y, aunque sus abuelos se quedaron en el país asiático, la dependienta se muestra muy tranquila porque la situación allí ha "mejorado mucho".

En la tienda de carcasas y telefonía en la que trabaja Wu las medidas de prevención también han llegado con fuerza. Las mascarillas y guantes son obligatorios y hay gel desinfectante junto a la caja registradora. "Tenemos que cuidarnos mucho ya que estamos en continuo contacto con los móviles de la gente, que es el mayor foco de suciedad que hay", explica Ana Umpiérrez, compañera de trabajo de Wu. Ambas dependientas prefieren usar el gel de manos a cada rato antes que pasarse el día con los guantes ya que consideran que es "mucho más higiénico".

Umpiérrez, natural de Gran Canaria, asegura que los chinos son los que mejor saben lo que va a pasar en los próximos días y explica que muchos se le han acercado para expresarle que "los españoles no acaban de entender lo que está pasando", lo que da mucho "miedo a la comunidad china". Están escandalizados con la calma del Ejecutivo a la hora de establecer medidas de control, indica la dependienta. Los asiáticos no entienden la tranquilidad de la población canaria cuando en España se toman medidas de prevención del virus y tampoco comprenden lo poco que utilizan los isleños las mascarillas y los guantes por la calle.

Miedo a los italianos

Umpiérrez se une a sus compañeros chinos y denuncia el acoso que ha sufrido Wu durante los últimos días como consecuencia de su nacionalidad, pero reconoce que cuando escucha a un italiano entrando a la tienda se "enciende una alerta dentro de ella". Los trabajadores de los comercios que permanecen abiertos aseguran que en el barrio se comenta que si los casos siguen aumentando en Canarias los locales echarán el cierre -como mínimo- durante un par de meses. Algunos ya lo han hecho con la excusa de tomarse unas vacaciones durante un mes. Han optado por cerrar y hacer cuarentena en casa. "Que un chino se tome un mes entero de vacaciones es muy extraño, ellos tienen la cultura de trabajo muy interiorizada", explica Umpiérrez.

La ubicación de la calle La Naval, muy cerca de la playa de Las Canteras, provoca que la afluencia de turistas en la zona sea continua, lo que ha llevado a Serena Zhao, dueña de un supermercado cercano, a obligar a sus trabajadoras a utilizar guantes y mascarillas. "Queremos cuidar a nuestros clientes, que son vecinos de toda la vida", explica la empresaria, que además asegura que lo más importante es seguir en todo momentos las indicaciones de las autoridades sanitarias.

Un pequeño porcentaje de los locales de la calle restan alarmismo a la situación y se mantienen abiertos sin ninguna medida preventiva. Susana Ní, trabajadora de uno de estos comercios, asegura estar muy tranquila porque hay "muy pocos infectados en las Islas", pero reconoce que el miedo en la calle es "cada día mayor". Para ella todavía las mascarillas no son necesarias y el contacto con los clientes es el pan de cada día. La dependienta cree que el Archipiélago está fuera de peligro y considera que lo realmente importante es "evitar cualquier tipo de viaje". Ní pide a las autoridades españolas que copien el ejemplo de China donde la ciudadanía "respetó desde el primer momento las restricciones establecidas".

Los últimos días puede apreciarse como algunos locales chinos de otras zonas de la capital, como los de la calle León y Castillo, han tomado medidas que van más allá de taparse la boca y lavarse las manos. Algunos han decidido proteger la zona de cobro con papel film transparente y así evitar cualquier contacto con los clientes. La preocupación y los mecanismos de protección varían según cada comercio, pero lo que comparte la mayoría de la población asiática es que "el problema ahora no son los chinos, sino los mismos españoles".