La última parada de la ruta canaria

Las derivaciones de migrantes a la Península son la vía para descongestionar el sistema de acogida de las Islas

Los destinos más demandados son Barcelona y Almería

Migrantes acogidos en un centro de Accem en Sanxenxo (Pontevedra) durante una clase de español.

Migrantes acogidos en un centro de Accem en Sanxenxo (Pontevedra) durante una clase de español. / Europa Press

Isabel Durán

Isabel Durán

Una vez superada la dura travesía a bordo de una barquilla precaria con rumbo a Canarias, los migrantes miran hacia la Europa continental. Casi cada día se trasladan en grupos a la Península, donde sienten más cerca ese futuro mejor que tanto anhelan. Organizaciones como Accem les acogen, les informan sobre cuál es su situación y se aseguran de que lleguen al lugar en el que quieren empezar su nueva vida.

En fila, en silencio, guardando el orden y la disciplina; con apenas una bolsa en la mano para llevar sus pocos enseres personales, van pasando uno a uno el control de seguridad del aeropuerto. Una vez dentro, hasta la apertura de la puerta de embarque, algunos aprovechan para llamar a sus familiares y otros simplemente esperan con paciencia el momento en el que poner rumbo a un nuevo destino que les acerque a ese futuro mejor que tanto anhelan. Una escena que se repite casi cada día en los aeropuertos canarios y que desató un cruce de reproches y acusaciones entre las diferentes administraciones de los territorios donde se reubica a los miles de migrantes cuya atención no puede asumir el Archipiélago en solitario. A ellos poco les afectan las tensiones políticas, pues por fin ven que el final de su trayecto está más cerca. 

Después de una peligrosa travesía por mar para llegar a Canarias desde algún enclave de la costa africana, los migrantes pasan unos días en algún centro de acogida humanitaria, pero su objetivo no es instalarse en las Islas, la gran mayoría mira hacia la Europa continental. Al bajar del avión les espera una nueva etapa. Es la última parada de la ruta canaria y la primera de su nuevo camino. 

«Una vez en la Península todo cambia. Pueden descansar después de sobrevivir a la travesía en el mar. Es un tiempo para recuperarse y para ubicarse», apunta Mar García, adjunta responsable territorial de Accem en Extremadura y exdirecotra de Las Raíces, en Tenerife. Ya no hay tanta prisa, la angustia por salir se disipa y se sienten más relajados. Estos factores influyen en que el nivel de conflictividad de los centros sea mínimo en relación a los incidentes que se registran en los dispositivos de acogida del Archipiélago, donde la incertidumbre, la ansiedad, la preocupación y la frustración se convierten muchas veces en detonantes de un enfrentamiento. El traslado supone para ellos un choque emocional, pero «enseguida buscan wifi para comunicarse con sus familias en el país de origen y llamar a sus contactos en Europa», explica Mohammed Kebaili, responsable de Accem en la Región de Murcia, quien detalla que algunos entran en el centro muy asustados, «porque saben que empieza lo peor», y otros están muy felices por haber superado la travesía.

Las derivaciones a distintos puntos de la Península se están produciendo de forma muy ágil. Los procedimientos se establecieron en el anterior pico de llegadas y eso ayuda a que ahora no se colapse el sistema de acogida de Canarias, donde el Ministerio de Migraciones pretende que la ocupación nunca esté por encima de las 1.500 personas. A medida que quedan plazas libres en alguna comunidad autónoma se inician los trámites para realizar las derivaciones que, en octubre ya habían superado las 5.000, según afirmó el entonces ministro de Migraciones, José Luis Escrivá.

El personal de Accem, una de las entidades que gestiona centros de migrantes tanto en Canarias como en la Península, ofrece una atención personalizada. Se interesan por conocer el proyecto migratorio de los usuarios y les preguntan a dónde quieren llegar. Los destinos más demandados son Barcelona, Almería, Valencia y Murcia, aunque también hay un porcentaje pequeño que solicita un billete hasta Irún, para después cruzar a Francia. Cuando están preparados para abandonar el recurso de acogida, se organiza el traslado en guagua o en tren y el Gobierno de España sufraga el coste de sus billetes.

«Les acompañamos hasta la estación y son conscientes de que en ese momento empieza lo más duro», explica la adjunta responsable territorial de Accem en Extremadura, quien aclara que desde la oenegé promueven un enfoque «muy realista» y les ayudan a contextualizar su situación social, administrativa y jurídica. «Ponemos encima de la mesa las dificultades, pero también lo bueno que tiene de haber llegado a este punto de su tránsito migratorio, que es violento, agotador y lleno de incertidumbre. Nosotros acogemos, informamos y protegemos», afirma García. 

En los centros de internamiento trabajan equipos multidisciplinares. El personal jurídico les orienta sobre las posibles peticiones de asilo y los integradores sociales organizan actividades para fomentar su socialización y su formación en el idioma. Los psicólogos juegan un papel importante en la vida de los recién llegados, pues están encontrando muchas dificultades a la hora de abordar las expectativas de trabajo. «Todos esperan llegar, conseguir un empleo y poder aportar a su familia. Les cuesta entender la burocracia que hay detrás del poder empezar a trabajar», señala Kebaili.

Los migrantes, a juicio de García, «resisten tanto porque le ven sentido a su sufrimiento, a seguir adelante y a subirse en un cayuco, aunque no sepan si van a llegar o no, pues es la forma que ven de cambiar su futuro». Kebaili sostiene que se les debe atender con la mayor dignidad posible, porque todo el mundo tiene derecho a mejorar su nivel de vida. «Coger un cayuco no es la vía más adecuada, pero no se les da otra opción», afirma el responsable de Accem en la Región de Murcia, quien recuerda que desde 2005 su organización está pidiendo que se habiliten vías legales para la inmigración. «Lo único que se ha hecho es externalizar las fronteras, pero la gente va a seguir saliendo de sus países huyendo de la pobreza, de la inestabilidad política y de la inseguridad», concluye Kebaili.

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