Reflexión ante las urnas

Folclore electoral

Carteles de los diferentes partidos que se presentan a las elecciones europeas.

Carteles de los diferentes partidos que se presentan a las elecciones europeas. / LP/DLP

Joaquín Anastasio

Joaquín Anastasio

En esta campaña de trampas y de cartón piedra tan alejada de los grandes retos concretos a que se enfrenta Europa en los próximos cinco años nada resulta tan irritante y descorazonador como esas proclamas en las que se vociferan consignas tan vacías de contenido político y propositivo como rebosantes de insultos e insensateces. Aún sin intención de apuntar con el mismo énfasis a todos los candidatos y partidos, porque hay mucha diferencia entre ellos, la tónica dominante es la de un debate alejado de lo importante y con argumentos fulleros o farfulleros, según los casos, y con nula voluntad pedagógica o siquiera explicativa desde las propias convicciones respecto de lo que se propone para la nueva legislatura comunitaria. 

Está dicho y escrito hasta la saciedad que se están repitiendo las claves de las elecciones generales de hace casi un año, y que todo el esfuerzo de los partidos, coaliciones y candidatos va en ese sentido, trasladándolas a un escenario que no corresponde con argumentos travestidos de folclore político nacional. 

Aunque hay excepciones, la mayoría de contendientes apenas si hablan de Europa, o lo hacen como mera extensión geográfica de la eterna controversia patria. Casi nadie se toma en serio la política comunitaria pese a todo lo que los ciudadanos de los países miembros nos jugamos en esta cita del 9J al Parlamento Europeo, y menos que nadie incluso los propios electores si no volamos a las urnas ese día, pero no para forzar tal o cual otra interpretación en clave de política interna, sino para decidir qué tipo de Europa queremos y el qué y el cómo del futuro del proyecto comunitario. En definitiva, a qué Europa aspiramos en el marco de la gran confusión social en esta nueva era del capitalismo financiero postindustrial y tecnológico, un marco geopolítico internacional por definir, y de la nueva guerra cultural emprendida por el autoritarismo postdemocrático, los populismos amparados en los bulos, la desinformación, el fango mediático y la proliferación de mensajes lanzados a cuatro patas y sólidas orejeras con tanta desfachatez como escaso rigor político y nula ética pública. 

El «márchese señor Sánchez» o el «convoque usted elecciones» con el que la derecha quiere echar al presidente del Gobierno por pactar con los «enemigos de España» y con los «amigos de la ETA» por amnistiar a Puigdemont no puede servir para tantas elecciones durante tanto tiempo. Fue argumentario en las elecciones gallegas de febrero, en las vascas de abril, en las catalanas de mayo, y también están siéndolo para estas europeas. No puede ser que Puigdemont y Bildu-ETA (acompañados ahora por Hamás) vuelvan a ser los protagonistas del debate europeo y elementos de decisión sobre el sentido del voto. 

Si la derecha y la extrema derecha ya fracasaron en julio en su objetivo casi con los mismos argumentos, no pueden tratar de hacer de ello el leit motiv de las nuevas votaciones. Serán legítimos, si acaso, cuando se convoque a los españoles para elecciones generales, pero hasta entonces se estará engañando a los electores sobre la esencia de cualquier cita ciudadana ante las urnas. Más en esta ocasión en que la UE se juega su razón de ser y la gestión de los grandes asuntos que debe afrontar el club de los 27 (y de los países que quizá se sumen en un futuro inmediato) en los próximos años.

Tampoco la izquierda, empezando por los dos socios del Gobierno central, puede reducir la campaña a un mera resistencia contra el ascenso de la ultraderecha española antieuropeísta, xenófoba y autoritaria como en buena parte ocurrió en la campaña del 23 de julio para evitar entonces su llegada a la gestión del Estado de la mano de la supuesta derecha liberal. Asumiendo que ese es un argumento importante porque de ello dependerá el tipo de Europa y de sociedad que queremos, no es el único al que la izquierda debe recurrir. 

Los partidos de índole territorial (los nacionalismos, para más señas) suelen ser, por cierto, bastante mas serios en este sentido por mucho que se les reproche que siempre barren para su casa. 

El inevitable teatrillo de toda campaña electoral debe tener un límite, y el ruidoso folclore político nacional solo conseguirá enardecer a los forofos de uno y otro lado, pero instalar el tedio en los demás y alejarlos de una urnas que nos necesitan más que nunca.