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De nacer en un rellano a reinar en Turquía

Bobby Dixon, hoy Ali Muhammed tras nacionalizarse turco, ha tenido una vida plagada de pequeños milagros

Bobby Dixon, durante un partido de esta temporada con el Fenerbahçe. FENERBAHCE

Para que Bobby Dixon (Chicago, Illinois, Estados Unidos, 1983) llegara a convertirse en uno de los mejores y más cotizados bases del baloncesto europeo tuvieron que darse varios pequeños milagros en su vida. El primero, su propio alumbramiento en el rellano de un portal, al pie de una escalera de un bloque de apartamentos en el distrito de Thorndale and Winthrop. "Traté de subir las escaleras, pero no pude. Fue doloroso, muy doloroso", relató Lawanda Dixon, su progenitora, en un reportaje sobre la vida de Bobby publicado en el periódico local de Chicago DNAinfo. Fue en 2014.

Que un periódico local pusiera su foco sobre Dixon no sucedió por casualidad. Ese año el base hizo historia en Turquía. Tras convertirse en jornalero del baloncesto europeo, en el Pinar Karsiyaka de la Superliga turca de baloncesto, encontró su puerta al mundo. Había pasado por Saint-Étienne, Gravelines, Polpak ?Swiecie (Polonia), Treviso, Le Mans, ASVEL, Brindisi o Dijon hasta que en Izmir se hizo un nombre. Ese año, ganó la Copa en Turquía con él como MVP de la final. Al curso siguiente, lideró al Pinar Karsiyaka al título de la Superliga turca, en un curso donde el Herbalife dejó en la cuneta a los otomanos en los cuartos de final de la Eurocup. Todo acompañado de jugadores como DJ Strawbery -hoy en el Granca-, Jon Diebler, Kenny Gabriel o Juan Palacios. Y ahí también repitió como MVP, ya con 32 años. Ese era el último de sus milagros.

Su hermano mayor, asesinado

Sobrevivir a Chicago y a su entorno fue el primero. No solo por su rocambolesca forma de llegar al mundo. Con diez años, su hermano mayor, Brian, recibió un tiro por la espalda que le costó la vida. Su madre entraba y salía de prisión. La razón: las drogas. Traficaba y consumía. Criado entre parientes, sus próximos pasos no parecían ser distintos a los de sus familiares directos. Ni siquiera el baloncesto, donde apuntaba maneras en el Instituto de Sullivan, le parecía el camino. Acabó arrestado e ingresado en un centro de internamiento por tráfico de drogas. "Eres el menor de cinco, y lo ves a diario, ¿y qué vas a hacer?", aseguró Dixon hace cuatro años en declaraciones a DNAinfo.

Estar encerrado le ayudó a cambiar su visión. Comenzó a trabajar e intentar encontrar una oportunidad en el mundo del baloncesto. Lo hizo a través de un entrenador local, que le dio cobijo en su programa deportivo local. La relación se consolidó y Dixon se lanzó en busca de una universidad que le abriera las puertas. Una tarea que no parecía fácil con un pasado tan conflictivo.

Encontró la oportunidad en el Kankakee Community College, en el mismo estado de Illinois. Dos años buenos le hicieron saltar a la NCAA I con los Troy Trojans. Sus números allí antes de graduarse: 16.3 puntos, 4.6 rebotes y 5.3 asistencias por partido. Pero con sus 178 centímetros de altura, ser elegido en el Draft de la NBA era una quimera.

Empezó entonces una aventura europea que aún está viviendo su apogeo en el Fenerbahçe. Por el medio, una vida reconstruida, una familia recuperada de sus problemas y la distinción de ser uno de los mejores bases de los últimos tiempos en Europa. Firmó dos años con el gigante turco y ahora irá a por su tercero. Idolatrado en Estambul, en 2015, el mismo año en el que hizo las maletas al Ülker Sports Arena, comenzó a jugar con la selección turca de baloncesto y cambió su nombre.

Él lidera en la pista a un Fenerbahçe que quiere volver a dominar Europa. Subcampeón el curso pasado y triunfador en la Euroliga hace dos -con Dixon de genio-, quieren volver a recuperar el trono. Y el primer escollo en el camino es el Herbalife Gran Canaria.

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