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Baloncesto

Pepe Moriana: «El baloncesto me hizo sentir que hacía algo más que correr»

Pepe Moriana hojea su libro ‘Mis tiempos muertos, epístolas de una pasión’, en la Plaza de España de la capital grancanaria. | | JUAN CASTRO

Tres años para encauzar ideas, apuntes y fotografías de un archivo enorme que está resumido hoy en un libro que comparte memorias y pasajes. El próximo sábado, Pepe Moriana presenta en la Parroquia de San Pedro su última obra donde repasa una vida ligada al balón naranja para escribir una página irrepetible en Gran Canaria.

Ya va para escritor de renombre. Este es su cuarto libro.

Cuarto o quinto, la verdad es que ni me acuerdo. Sobre todo por la cantidad de cosas escritas que tengo sin publicar. Tengo un libro escrito que se llama Cuentos para leer en la Metroguagua si algún día llega y si no váyase a Las Canteras. A ver si lo edito.

Este que tiene entre manos se llama Mis tiempos muertos, epístolas a una pasión. ¿Qué se va a encontrar el que acceda a este libro?

Pues un diálogo entre el papel y yo, una conversación entre el libro y yo, desde que descubro el baloncesto hasta que lo dejo. Es un diálogo constante a través de cartas escritas con amor y poniendo auténticamente toda la verdad de las vivencias, recogiendo a todos aquellos que me ayudaron muchísimo en toda mi vida en el baloncesto y de los que aprendí tanto, de mayores y de pequeños. Al jubilarme pensé que todos estos sentimientos tenía que ponerlos en negro sobre blanco. Hacerlo de manera llana, como libro, me parecía una cosa muy árida, por eso intenté hacerlo con cartas, escribiendo historias distintas, causas distintas, pero siempre en torno al baloncesto.

Pero también pasajes de los primeros pasos de la historia del baloncesto en distintos puntos Gran Canaria. ¿Cómo fue ese trabajo de investigador?

Me costó muchísimo. No están todos los municipios, pero hay una representación importante. Ahí Tony Esparragón me ha ayudado mucho, al igual que la Asociación de Exjugadores. He ido por los pueblos, he hablado con los pioneros y ha sido muy gratificante ese camino andado.

Y curiosidades para reventar, imagino.

Un montón de anécdotas, como la del plátano que me comí en Burgos mirando a la cámara de televisión en la fase de ascenso a la Primera B. O también cuando entré en directo con José María García en la radio por la bronca que se formó en un partido con el Caja Madrid, donde algún espectador saltó a la cancha y fueron a por los árbitros. Le colgué en directo.

¿Qué es lo que más le ha costado para parir este libro?

¡Concretar! Es que tenía 500 páginas [Se ríe]. El editor me dijo que ni de coña, que el tope eran 350. Quedan muchas cosas fuera, pero he tenido que reducir.

¿Qué es lo que más le ha satisfecho tras revolver en sus apuntes y memoria?

Hablar de la revolución del minibasket, cuando aparece la Operación 100.000, una campaña para captar a nuevos jugadores... Aquello fue una revolución, había gente de todos los pueblos, de todos los barrios conociendo el baloncesto. Aquella fue mi mayor satisfacción. Y después los clínics que hacíamos, con entrenadores de nombre o jugadores de la NBA como Hakeem Olajuwon o Arvydas Sabonis. Eso era una locura.

¿Más que el primer ascenso a ACB?

Ahí estaba acojonado [Se ríe]. Claro, yo prefería quedarme en Primera B, reforzar al equipo. Confiaba en que como iba a empezar la Universidad en Las Palmas íbamos a tener la posibilidad de mantener a jugadores por un tubo, que montón de chicos se me iban a quedar por aquí y no iban a tener la necesidad de irse fuera a estudiar. Pensaba que con la universidad aquí iba a tener un equipo ACB en cinco años. Y subimos con la misma. El plan pasaba por buscar un solar para establecer el club también. Pensamos en la zona donde estaba el Agua de San Roque, pero era un follón.

¿Y la mayor decepción?

Algo que sigo sin entender. Quedamos campeones de España Juvenil con el CN Metropole en 1967. El club tenía una subvención para cubrir la cancha y el club se negó. Ahí perdimos 20 años de baloncesto en Gran Canaria por un capricho de un directivo del Metropole. Está aquí explicado [golpea el libro con un dedo].

Al menos aquello valió para crear otra historia, volver al Claret y edificar un club que es hoy un clásico de la ACB. ¿Por qué no se dio por vencido?

Como buen deportista nunca tiro la toalla. Cuando tengo una idea voy con ella hasta el final. Alguna me ha salido porque he fracasado mil veces. Mi mujer Pepi lo sabe, y mis amigos también: cuando meto la cabeza por una pared, aunque sea de hormigón, sale por el otro lado. Me empeñé y lo conseguimos.

Ahora cuando mira al CB Gran Canaria, aquel que nació en el patio de un colegio, ¿qué es lo que ve?

[Se piensa la respuesta] Ahora se habla de equipo de autor. El equipo no tiene autor, el autor es su historia, los años de baloncesto de Gran Canaria, de sus pueblos, de los del Claret y de los del Salesianos, de La Isleta. El autor es el espíritu creado. ¿Qué es eso de equipo de autor? Gran Canaria tiene un concepto de baloncesto y ahora no se puede cada cuatro años traer a alguien que intente inventar el baloncesto. Nuestro baloncesto está inventado y el que venga es un instrumento al que se le tiene que decir cómo somos aquí y eso no me lo cambies. No me cambies eso porque si no se rompe todo.

¿Le duele ver al Granca de hoy?

Sí, sí. Me duele.

¿Lo dice por esto que acaba de exponer?

Sí. Y voy a todos los partidos, allí a la gradita, con mi mujer y con mis amigos. Y me duele. Esto está inventado y hasta ahora los entrenadores que han venido al Gran Canaria se han adaptado a nuestra filosofía y a nuestra idiosincrasia. Los presidentes que hemos tenido, desde Lisandro Hernández a Joaquín Costa, han intentado conservar esa historia. Y ahora me da la impresión de que no se ha hilado bien, que no hay una simbiosis con la grada. Estamos creando niños espectadores, pero no practicantes al baloncesto que vayan a ver al equipo.

¿Por qué el Granca no ha terminado de llegar a esos niños?

En Gran Canaria hay más de 3.500 licencias federativas.

¿Y la cantidad de gente nuestra que se va fuera a jugar? ¿Por qué?

Uno de mis mayores disgustos fue cuando se amplió el plazo de extranjeros. Estábamos muy bien con dos americanos y el resto nuestros. Como no estamos muy bien es con 11 jugadores de fuera y un canario que juega un minuto con el partido resuelto. Veo mucho fútbol también y la gente, esté el equipo en Primera o en Segunda, va al Estadio. Y los niños que juegan al fútbol van al fútbol. En el baloncesto eso se está perdiendo. ¡El Centro Insular de Deportes lo llenábamos! ¿Dónde está la Peña del Humo que nació en Tamaraceite? Es que aquello era una historia increíble.

¿Tendemos a no valorar lo nuestro en el baloncesto?

Podríamos ponernos a retirar camisetas, pero aquí se trata de otra cosa. Eso es marketing, intentamos imitar flashes publicitarios, populismos. Yo lo que quiero es la esencia. El deporte vertebra la sociedad. No nos podemos olvidar de eso. El deporte es un instrumento que lleva a una sociedad y a un mundo mejor. Ese es mi forma de pensar.

¿Es posible darle la vuelta?

Que venga otro, que yo estoy mayor.

Repasando estos pasajes, ¿cree que se fue bastante pronto del baloncesto, de la primera línea cuando dimitió en 1990?

Es la última carta del libro. Ahí está dicho también. En la vida hay que saber cuál es el sitio de uno en cada momento. Me marché muy en paz. Me quedaron dos cosas por hacer que tenía encaminadas. La primera, el homenaje a Carmelo Cabrera, que era la hostia. Tenía a la selección europea preparada y a Drazen Petrovic, que ya estaba en la NBA. Había hablado con Raimundo Saporta y nos lo pagaba todo. Y también tenía pendiente la fusión con el Kerrygold [el Islas Canarias]. Ninguna de esas dos cosas se hicieron después.

¿Nunca pensó en volver?

No. A mí la política... En el capítulo Echando las redes explico uno de los ofrecimientos que me hicieron para entrar política. Nunca me interesó.

¿Se ha imaginado alguna vez la vida sin el baloncesto?

¡No! Voy a ser un pedante, pero el baloncesto soy yo [Se ríe]

Los hechos están ahí...

Hay dos fundamentos en mi vida muy importantes: mis padres y el baloncesto. Mis padres me enseñaron a hacer las cosas con amor y el baloncesto me enseñó a compartir ese amor. A partir de ahí, está dicho todo.

¿Qué razón encontró para enamorarse del baloncesto?

En la primera carta del libro cuento cómo descubrí el baloncesto en Garachico cuando tenía 10 años. Aquello era un coñazo, con un balón que pesaba una barbaridad, unos tíos que no tiraban al aro... Cuando fui para Santa Cruz a estudiar me encontré la Ciudad Juvenil, donde llegaban todas las tardes un montón de niños, cada uno de su padre y de su madre, de condiciones distintas. Esa vertebración tan auténtica al vernos todos, al irnos a merendar, a jugar, de excursión, a entrenar, a compartir, en aquella época de adolescencia, el baloncesto fue el engrudo que nos unía. Tuve la fortuna de tener como entrenadores a Alfredo Bautista y a Jerónimo Foronda que eran unos filósofos del deporte. Te metían valores, te hacían sentir lo importante para tener valores, te hacían sentir el baloncesto iba más allá de sudar, de correr, de ponerte una camiseta y un pantalón corto.

Es justo lo que expresa en la dedicatoria del libro.

Así es. Ahí pongo la máxima de Lou Carnesecca, mi querido entrenador americano que me enseñó mucho. Dice así: «Debemos crear un espíritu de tal manera que el que tira reconozca que su oportunidad de poder tirar se ha debido a que cuatro jugadores han trabajado para que pudiera ejecutar el lanzamiento». Esto es el baloncesto y me ha servido para mi vida familiar, para mi vida profesional. Cuando uno consigue algo es porque alguien alrededor me ha ayudado a lograrlo.

¿Ese espíritu lo ve hoy en el baloncesto actual?

No. Se ha perturbado. El espíritu del baloncesto se ha perturbado. Lo hemos perturbado. Hablo ahí del amateurismo marrón y hablo de cómo cuando subimos a la ACB yo les decía que venía de un patio de colegio, que me dieran tiempo, que qué me decían de profesionalismo, que esperan a que sacara niños, jugadores, que me diera tiempo de trabajar. Ahí se perturbó. El jugador de baloncesto es como una alcayata en una ferretería tiene precio y no sabes en qué cajón estará mañana.

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