Tom Cruise no tiene un pelo de tonto. El bajón en taquilla de la última entrega de sus misiones imposibles, que apostaba por un subidón sombrío y rascaba en la psicología de los personajes más de lo acostumbrado en este tipo de norias cinematográficas, encendió las alarmas y, como no quiere convertirse en un Bruce Willis de calva caída, reclutó para el rescate a un director procedente del cine de animación. Vayamos a la acción pura y dura, sofisticada y con el acelerador de partículas intrascedentes a tope. Y con algunos brotes de ironía con los que aligerar de peso al artefacto.

Misión cumplida. Este protocolo fantasma dura más de lo que parece gracias a un ritmo endiablado, a pesar de que todo el guión se concentra en un puñado de grandes momentos sin apenas tiempo para que los personajes hablen de otra cosa que no sea cómo colarse en sitios inverosímiles y robar objetos de deseo mortífero. El arranque es modélico: una huida a tumba abierta con sorpresa letal incluida y una fuga de prisión amenizada con una canción de Dean Martin y unos títulos de crédito brillantes e imaginativos en plan avance de lo que veremos. Las cartas están boca arriba y aquí no se engaña a nadie.

Vamos a divertirnos. Y como nada funciona mejor en una cinta de este tipo que un héroe enfrentado a todos, incluidos "los buenos", Cruise y su equipo (la colega guapa y amartillada, el genio de la técnica simpatiquillo, el analista con pasado oculto) se lanzan a salvar a al mundo de un malvado con ansias nucleares (lo más flojo de la función, la verdad es que resulta muy poco inquietante el tipejo de marras) y en una sucesión de carreras contrarreloj saltan de un país a otro para poner de manifiesto que no hay objetivo que se les resista. Con saludables gotas de humor (el teléfono que se estropea después del clásico "este mensaje se autodestruirá en cinco segundos") y un afortunado olvido del fastidioso uso de disfraces por parte de Cruise (sólo uno, y discreto), Misión imposible empalma la destrucción del Kremlin con una operación a varias bandas en el edificio más alto del mundo, en Dubai, con tormenta de arena hostigando durante una inquietante persecución y alardes acrobáticos de Cruise ciertamente meritorios. Y, para el final, un tramo decididamente deudor de James Bond, con fiesta glamourosa como escenario y una pelea entre plataformas que tiene también sus chispazos de autoparodia. En fin, que esta cuarta entrega es la más divertida de todas, que Cruise está más joven que en la primera, que Paula Patton está impresionante, que Jeremy Renner no desentona y que el final tiene un toque emotivo muy de agradecer.

(Este comentario se autodestruirá en cinco segundos. Uno, dos, tres, cuatro, cin...).