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Las sombras sientan bien a Dylan

El cantautor estadounidense edita 'Shadows in the night', relectura pausada del cancionero más introspectivo de Frank Sinatra

Las sombras sientan bien a Dylan

Como un niño atareado en recomponer los pedazos del jarrón roto antes de que lleguen sus padres, Bob Dylan lleva 20 años resucitando las viejas músicas que él y sus compañeros de la generación del rock habían arrojado a la cuneta. El reloj del cantautor va marcha atrás como una moto y ya no acertamos a saber a ciencia cierta qué edad tiene ni quién es. El folk rural, el western swing, los carols de navidad, el rhythm and blues prototípico... no queda palo rancio de la música popular norteamericana que no haya ensayado o recreado Bob en sus últimos y penúltimos discos, a través de canciones propias o ajenas. Todo ello aderezado con una garganta rasposísima, que parece haberse tragado todo el polvo de los desiertos de Arizona sin un mísero vaso de whisky al lado.

Recién horneada llega Shadows in the night, una grabación que bien haría su compañía en editar en disco de pizarra para gramófonos, porque tiene todo el glorioso pasado por delante. Dylan haciendo diez versiones de Frank Sinatra suena a suicidio artístico sin paliativos. Pero el veterano cantautor se las arregla para salir airoso a base de coger el rábano sinatresco por las hojas, entonando las melodías en un estilo bisbiseado que despeja cualquier posible comparación con La Voz.

El de Duluth habita esta vez un repertorio sentimental que conoce mejor que a sus hijos. Esas canciones dulcificaron su infancia y adolescencia; desde entonces las ha tanteado en sesiones de grabación y conciertos, buscándoles un acomodo en su quehacer, siempre inquieto y zigzagueante. Ahora, con más de setenta años, sedimentadas la vida y la música, siente que les ha llegado el momento.

No el Sinatra pop de Strangers in the night ni el del burbujeante swing de I've got you under my skin, Dylan nos propone aquél que aprendió a cantar a la luz de una vela, con el corazón hecho trizas por las garras felinas de Ava Gardner. Abrir semejante monumento de baladas y atreverse a entrar en él demanda una cierta humildad, y efectivamente Bob se quita el sombrero ante el maestro, pero también se lleva las músicas a su terreno. Para hacer suyos los standards no le hacen falta combos de jazz ni cascadas de cuerdas; para galvanizar a Sinatra ni siquiera le hace falta voz.

Los músicos merecen una importante cuota en el acierto del disco. Visten las melodías con ropajes austeros pero sentidos, en el borde del country aunque sin llegar a comprometerse con ningún estilo. La guitarra steel, en primer plano, es la que contornea el desamor, protagonista absoluto de este cancionero melancólico e introspectivo. Al frente, el cantante, descubriendo a estas alturas algunas sorprendentes sedas en esa voz maltratada y algunos desgarros en el corazón.

El amor perdido es el topicazo por excelencia del pop, pero estas canciones lo bordan, son de las que ya no se fabrican. Why try to change me now retrata a un idiosincrático soñador, decadente y romántico, arrebatado por la corriente de la vida, mientras que en Full moon and empty arms ni la luna logra prestar consuelo al amante abandonado.

Shadows in the night no es un mero ejercicio nostálgico, con él Dylan parece hacer por fin las paces con los años cincuenta, década a la que ha venido reservando una ambigua memoria sentimental. Fueron los años de la eclosión del rock and roll, pero también de la moralina macchartysta y la escalada de la guerra fría. Bob, que tanto ha cantado a la muerte últimamente, recapitula y salda con estilo las cuentas con aquellos años.

Rimbaud y Bing Crosby, Ezra Pound y Elvis Presley... A estas alturas parece claro que la magia de Dylan, aparentemente surgida de la nada, fue el resultado de un cóctel disparatado de influencias, que no sólo contemplaba el rock. El resto acháquenselo al talento.

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