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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Esa bestia negra

Toda obra de ficción puede verse también como un documento sobre la persona que la escribe, esta premisa se cumple en muchas novelas de Patricia Highsmith,

La escritora americana Patricia Highsmith. LA PROVINCIA/DLP

En el desorden de la adolescencia, cuando uno quiere ser escritor y tener su propia voz y esa voz ya la tienen otros, primero quise ser Dashiell Hammett (o quizás quise ser Raymond Chandler, no estoy seguro del orden) y luego James M. Cain, Horace McCoy, David Goodis, Jim Thompson, Mickey Spillane, Ed McBain, Georges Simenon, Léo Malet, etcétera. Y ya por último, quise ser Patricia Highsmith, esa bestia negra de la literatura policíaca que en cada novela se marcaba el reto de unir dos lenguajes: uno criminal y otro amoral. Highsmith es noticia estos días porque la editorial Anagrama acaba de lanzar una Anagrama Negra, con seis títulos de la escritora americana: El talento de Mr. Ripley, Extraños en un tren, Ese dulce mal, El grito de la lechuza, Crímenes imaginarios y El diario de Edith.

Goddard decía que toda obra de ficción puede verse también como un documento sobre la persona que la escribe. Esta premisa se cumple en muchas novelas de Highsmith, especialmente en El talento de Mr. Ripley. La prosa de Highsmith, a diferencia del 95% del resto de autores de novela negra, dice cosas, cosas que ella misma confirmó en Suspense: "Comencé El talento de Mr. Ripley en lo que creía que era un ánimo fantástico, con un ritmo perfecto. [...] Pero más o menos hacia la página 75, empecé a sentir que mi prosa estaba tan distendida como yo, casi diría flácida, y que un ánimo distendido no era el correcto para Ripley. Decidí romper las hojas y comenzar de nuevo, mental y físicamente sentándome en el borde de la silla, porque es la clase de joven que Ripley es, un joven al borde de la silla, si es que lo encontramos sentado".

Highsmith fue toda su vida una escritora al borde de la silla, en permanente equilibrio para no caerse al vacío donde han caído otros grandes. Sus novelas no están contadas en esa primera persona a la que tanto recurrieron los maestros del género, ni tampoco por un clásico narrador omnisciente tocado por la superstición de la neutralidad. El narrador cuenta con la objetividad de una cámara de cine (de hecho, sus novelas han sido llevadas al cine en numerosas ocasiones), pero desde luego no es neutral. Más aún: puede llegar a ser tendenciosa. Y ello, gracias a una notable capacidad de observación y a una más notable utilización del lenguaje, dentro de la sobria tradición behaviorista americana: la narración a través de los actos de los personajes, en la idea de que eso es lo realmente significativo.

Muchas de las grandes emociones que recuerdo de la adolescencia provienen de la lectura de Highsmith. Recuerdo la noche en que leyendo El talento de Mr. Ripley (entonces publicada por Anagrama con el título de la versión cinematográfica dirigida por René Clément, A pleno sol), descubrí el bien y el mal indisolubles. Quizás sea la novela negra más profunda que haya leído, debido precisamente al desconcierto que produce el mal aflorando del bien. Hay también otra novela suya que leí pronto y me impresionó, El temblor de la falsificación. Su prosa personaliza una narratividad en la que lo criminal cursa con naturalidad.

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