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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

El negro blanco

Al Jolson en 'El cantor de jazz'. LA PROVINCIA / DLP

La violencia racial es un fenómeno de signo plural que cada vez cobra más fuerza en todo el mundo. Sólo hace falta asomarse a la prensa, a la televisión o a las redes sociales para ver que la palabra discriminación lejos de estar ya obsoleta, es la realidad pura y dura de nuestra sociedad. Ésta es, en parte, la razón por la que libros como Negro como yo de John Howard Griffin, recientemente publicado por la editorial Capitán Swing, siguen estando de actualidad como si en el fondo la sociedad no hubiera cambiado tanto. El 28 de octubre de 1959, Griffin, un periodista tejano nacido en Dallas, de complexión fuerte y robusta, y blanco para más señas, se oscureció la piel e inició una odisea por el Sur de los Estados Unidos para conocer de primera mano el problema de la segregación racial.

Cuatro años antes de que Griffin se cambiara el color de la piel con un fármaco llamado Oxsoralen, la escritora Flannery O'Connor había publicado un cuento titulado El negro artificial (incluido en el libro de relatos Un hombre bueno es difícil de encontrar) que ya daba cuenta de los innumerables prejuicios de los blancos hacia los negros. El relato narra el viaje a la ciudad del señor Head y su nieto Nelson. El abuelo quiere que su nieto descubra por sí mismo "que la ciudad no es un lugar maravilloso [...] para que se sintiera contento de estar en casa el resto de su vida". Nada más llegar a la ciudad se pierden en un barrio lleno de negros, incluso los hay de yeso apostados en la entrada de las casas: "No tienen bastantes negros de verdad por aquí. Tienen que tener uno artificial".

Se ha dicho con acierto que los relatos de O'Connor son una especie de pequeña y gran comedia humana del Sur profundo, y sin más literatura que la que proporciona la imaginación para darle forma a los detalles. Esos detalles de los que habla Griffin en Negro como yo: "El negro. El Sur. Eso son los detalles. La historia real es la universal de hombres que destruyen las almas y los cuerpos de otros hombres (y se destruyen a sí mismos en el proceso) por razones que en realidad nadie entiende. Es la historia de los perseguidos, los defraudados, los temidos y los detestados. Yo podría haber sido judío en Alemania, un mexicano en ciertos estados o un miembro de cualquier grupo inferior. Sólo los detalles habrían cambiado. La historia sería la misma".

Si hubiera alguna duda sobre el trato que los blancos reservaban a la personas de color en los estados de Louisiana, Mississippi, Alabama o Georgia, bastaría con leer el libro de Griffin para resolverla. En Negro como yo conviven dos historias, protagonizadas por dos hombres: "el que observaba y el que se aterraba, que se sentía negroide hasta en las profundidades de sus entrañas". El estereotipo con que tradicionalmente hemos visto a los negros en películas como El cantor de jazz, Lo que el viento se llevó o El color púrpura, queda pulverizado desde las primeras líneas, líneas que dan la razón al escritor afroamericano James Baldwin, cuando dijo que "ser negro y consciente en América implica vivir en un estado constante de rabia".

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