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Cioranescu: historia, mito, tiempo

El repertorio que Andrés Sánchez Robayna compendia para Biblioteca Nueva es la mejor antesala a la vasta obra del investigador y crítico rumano

Cioranescu (centro) con Juan Marichal (a la izquierda) y Andrés Sánchez Robayna en 1996. LA PROVINCIA / DLP

Seleccionar trabajos de una producción tan dilatada como la del crítico e investigador rumano Alejandro Cioranescu (Moroeni, Rumania, 1911-Santa Cruz de Tenerife, 1999) no es tarea fácil. Y no lo es porque supone ahondar en el universo textual de quien -bajo el lema nihil humani a me alienum- cultivó disciplinas tan diversas como la literatura comparada, la historia rumana, la bibliografía, la etimología (su especialidad lingüística predilecta), la crítica literaria, las implicaciones que se derivan de la noción de utopía, la investigación canaria o -por añadir otro ámbito más a este interminable inventario- los estudios colombinos. A pesar de esta multiplicidad, el repertorio que Andrés Sánchez Robayna compendia aquí para Biblioteca Nueva es la mejor antesala en la vasta obra de quien, como dice el editor, "a la luz de las lámparas estudiosas, ha contribuido en verdad como pocos a alejar el fantasma de la ignorancia (y la ignorancia de la ignorancia)".

La producción de Cioranescu -intelectual integrador, humanista, enciclopedista, polígrafo de la forma del tiempo, comparatista y mago preclaro de la verdad ("Si Dante se hizo guiar por Virgilio, era sobre todo porque Virgilio era mago", declara en Las palabras mágicas)- ofrece al lector y al estudioso un conjunto de más de medio millar de títulos. Queda aún mucho por recorrer hasta compilar y publicar de forma exhaustiva las 606 entradas bibliográficas que Lilica Voicu-Brey reordenó en Alexandru Cioranescu. Bibliografie 1930-2010 (2009). Mientras esto ocurre, Biblioteca Nueva nos ofrece un excelente anticipo a ese corpus. Recordemos, no obstante, que Cioranescu fue sobre todo conocido en nuestro país por haber sido el pionero de la literatura comparada con la edición por parte de la Universidad de La Laguna de lo que sería el primer estudio teórico de esta naturaleza en España: Principios de literatura comparada (1964). Apostillemos también que este libro sirvió como manual de consulta para los alumnos a los que impartía dicha asignatura y trajo a debate los principales aspectos del modus operandi comparatista.

Al margen de posibles dudas sobre la vigencia de los presupuestos teóricos del polígrafo rumano (todas ellas invalidadas cuando se leen reflexiones tan modernas como "¿Dónde está la verdad? O, en su caso, ¿para qué me vale?"), el presente volumen tiene el interés de brindarnos una visión panorámica de su cartografía crítica y personal. Y ofrece, además, la novedad de facilitar a los interesados el acceso en castellano a documentos póstumos o inencontrables de naturaleza heterogénea: conferencias, una entrevista, artículos de diversa procedencia en su mayor parte publicados en la recordada revista Syntaxis y, como anexo final, una semblanza biográfica escrita por el editor del epítome.

¿Qué es lo que aporta unidad a semejante conjunto? Con respecto al criterio de selección de los textos -ensayos correspondientes al periodo final de su investigación (1966-1999)-, todos ellos irradian en torno a una metodología y temática comunes: abordan temas afines y parten de una hermenéutica nutrida de argumentos extraídos directamente de obras europeas muy queridas de Cioranescu. No digo con esto que los textos compilados se especialicen en tal o cual tema, sino que se ensamblan recurrentemente a partir de dos hilos conductores: la "performatividad" del discurso literario (en el sentido de A. L. Austin) y la experiencia cíclica de la temporalidad. En este sentido, De la magia al discurso performativo (y al revés) y La forma del tiempo son capítulos axiales y culmina de este volumen. En el primero, junto a Eliade, retoma el término "hierofanía" (¿el signo?, ¿el poema?) como revelación transhistórica, espacio dinámico y -a través del objeto natural- ámbito de manifestación de lo sagrado e inmaterial en la realidad física. Aquí es donde el autor resulta más desconcertante, al considerar (como Novalis) que las voces literarias son al tiempo actos de magia (encantamientos, hechizos y sortilegios) y de fe. Con estas y otras reflexiones, Cioranescu se aproxima además a otro planteamiento novedoso como es el del "sentimiento oceánico", en el sentido de secularización del mito y experiencia en el mundo de lo sagrado. Más aún, la experiencia de la temporalidad y su representación mental son abordadas en La forma del tiempo de manera análoga a Eliade a través de dos constantes "universales" de la imaginación colectiva establecidas por anamnesis: el eterno retorno y el mito del fin del mundo, que presupone el resurgimiento de la Edad de Oro como estado de gracia que reactualizará y cerrará el círculo temporal. Sobre la figura del gran historiador de las religiones, en Mircea Eliade más allá de la historia y, especialmente, en Mircea Eliade y la literatura, el autor no escribe sólo una biografía al uso, sino que rastrea su obra clasificando su "escritura fánica" en tres ciclos y desplegando el tapiz de su relación personal con quien -por su eclecticismo, "sed de absoluto", hermenéutica y versatilidad multidisciplinar- se erigió como referente espiritual e intelectual de su generación.

No obstante, el tema más apreciado por Cioranescu y el más abordado en sus últimos años fue el de las implicaciones literarias y filosóficas del principio de utopía de Tomás Moro (y su evolución en la cultura occidental). Este halla su presencia en La utopía y el mito, donde trata de pergeñar una definición satisfactoria del concepto a partir de la "biografía histórica" de la palabra y su polivalencia semántica. No faltan entre las páginas del volumen la omnipresencia de Borges o sabias consideraciones de carácter pedagógico: "la universidad es su [de la escuela] pura contradicción y encasqueta una obstinada especialización, cuya primera obligación consiste en suprimir todas las curiosidades colaterales". Y, al hilo del pensamiento eliadeano, el mito y su recuperación como objeto de deseo (para Viera y Clavijo, los canarios vienen a ser descendientes de los antiguos habitantes de la Atlántida que sobrevivieron en los guanches), o lo imaginario como fórmula inteligible para comprender la historia, que se concreta en El mito de la Atlántida. O, ya remontándose hasta Petrarca, las ruinas y sus connivencias de uso moral en Las ruinas, cadáveres exquisitos, donde formula cómo estos vestigios se manifiestan por catacresis como cadáver y -tras la sacralización de éste y su culto- también como alma inmortal. Bajo esa misma visión temporalista, en Mihai Eminescu, una poesía de la indeterminación aborda la espinosa cuestión de la asfixia del tiempo ("la eternidad no se da sino en sí y para sí. Para nosotros quedan las migajas del tiempo, el desequilibrio trágico de la nada que se acumula detrás de nosotros y la nada que se acerca para envolvernos") en la voz única de este poeta moldavo tan apreciado por Cioranescu, al que el presente volumen dedica también el capítulo Mihai Eminescu y los traductores. En una línea más académica o menos "especulativa" se halla también Tercera articulación: la literatura, reflexión sobre los presupuestos estructuralistas del léxico y su paralelismo con la química orgánica. Pero, incluso en esta otra tipología, surge la dimensión intelectual de Cioranescu al problematizar el término "discurso literario" como contradictio in terminis y lastre de las indefectibles relaciones entre literatura y lingüística: "la literatura empieza ahí donde desaparece el referente", o "la literatura se alimenta de mentiras y no soporta la presencia de un referente real". "La ignorancia y la confusión no son incompatibles con la belleza", sostiene en su artículo Las palabras mágicas, verdadera revelación del lenguaje irracional como propio del discurso literario y su inutilidad como primum movens. En El arte de la traducción aborda la cuestión de la traducción como ejercicio de literatura comparada (recordemos su versión de la Divina Comedia al francés de 1964) y como hecho literario de elevado alcance estético y filosófico: "el traductor debe ser, antes que nada, escritor nato". En la línea del pensamiento de Walter Benjamin, Ezra Pound, Roman Jakobson o Haroldo de Campos (evoquemos su neologismo transcriac?a?o), Cioranescu plantea la labor del traductor como la de un "transcreador" del texto ("a menudo se nos ofrece la duda de si el traductor puede ser calificado como escritor"), que en su esfuerzo performativo de crear realidades tropieza con dos escollos: "la fidelidad a la forma métrica del original", en el caso de la traducción de versos, y una profesionalización cada vez más habitual que convierte su prístina función creadora en trámite laboral. Por último, cierra el volumen un artículo escrito por Sánchez Robayna, Alejandro Cioranescu (1911-1999), cartografía personal, intelectual y crítica de uno de los hombres que -como Viera y Clavijo- mejor entendió la ineludible armonía entre insularidad y universalidad.

Mientras aguardamos la definitiva reordenación de su voluminosa obra ensayística y la traducción castellana de obras imprescindibles de Cioranescu ya conocidas en el ámbito internacional como L'Avenir du passé: Utopie et littérature (1972) o Le Masque et le visage. Du baroque espagnol au classicisme français (1983), sirva como delicioso introito a su producción y aproximación a su personalidad este selecto florilegio de ensayos correspondientes al periodo final del autor. A pesar de que se echa en falta algún escrito de tema histórico o de temática canaria (suponemos que reservados para otros volúmenes de la serie), rubriquemos la apreciable tarea de ordenación simétrica, recopilación y selección de textos dispersos por parte de un Sánchez Robayna que aquí nos conmina a una lectura fluctuante de estos; y, por otra parte, el loable esfuerzo de rigor filológico, fidelidad interpretativa a los artículos originales y pulcritud por parte de los diferentes traductores (Clara Curell, José M. Oliver Frade, Blanca Luz Pulido, Fátima Sainz, Lilica Voicu-Brey y el mismo editor del volumen).

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