Teoría de la dimisión

Pudiera compararse la dimisión del presidente del Gobierno con lo que ocurrió con la Primera República y la dimisión o abdicación de Amadeo I de Saboya

Concentración en Ferraz en apoyo a Pedro Sánchez

Concentración en Ferraz en apoyo a Pedro Sánchez / / A. PÉREZ MECA

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

La renuncia de un líder político puede ser tanto un acto de valentía como un gesto de derrota.

Vamos a intentar poner ejemplos de ambas circunstancias.

A Ángela Merkel, como primera ministra de Alemania, un país que se toma en serio los títulos académicos, se le presentaron tres dimisiones, ministeriales, por plagiar tesis doctorales. La ministra de Familia, Juventud y Mujer, Franziska Giffey, socialdemócrata del SPD, se doctoró en la Universidad Libre de Berlín, y en 2019 se sospechó de plagio de su tesis El camino de Europa hacia el ciudadano. La Política de la Comisión Europea y la participación de la sociedad civil, y una vez verificado el plagio, dimitió en 2021, tras decir en noviembre de 2020 que dejaría de utilizar el título de doctora. En 2013, la ministra de Educación y Ciencia, Annette Schavan, también dimitió por plagio cuando el consejo académico de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Düsseldorf le canceló su título de doctora en filosofía, que había obtenido 33 años antes por su tesis Persona y consciencia, y Merkel informó: «Con dolor de corazón he aceptado la dimisión de Annette Schavan, la más reconocida y prestigiosa ministra de Educación y Ciencia en la historia de Alemania». En 2011 también el ministro de Defensa, democristiano del CSU, Karl-Theodor zu Guttenberg, dimitió por plagio del 68,7% del texto, el 21 de febrero de ese año, declarando: «Tomo esta decisión no solo por mi error en la tesis doctoral, aunque entiendo que éste sería ya un motivo para la mayor parte de la comunidad científica. La otra razón es si estoy en capacidad de ejercer al máximo nivel mi responsabilidad». Pedro Sánchez Castejón fue acusado de plagio de su tesis doctoral, pero solo en la minucia del 21% conforme noticia de Markus Goldbach, CEO de Plagscan, el software utilizado para detectar el remedo del doctorando.

También se dimite por otros temas, más de orden moral, como lo hizo la ministra del Interior Jacqui Smith, de Reino Unido, del gobierno de Gordon Brown, en 2009, cuando utilizó dinero público para el pago de películas pornográficas, aunque no había sido ella quien había visionado las películas, sino su marido, Richard Timney. Smith devolvió el importe del impúdico gasto. Sobre Pedro Sánchez Castejón caen sospechas de investigaciones periodísticas que involucran a un conchabo de él con su esposa Begoña para conceder favores y sinecura a empresarios prebendarios. Él dice que son noticias que le malsinan en medio del tráfago político y que le hacen daño porque está enamorado.

Viniendo a cuento para aquel tiempo, el 15 de abril de 2011, el profesor de Derecho Civil en la Universidad Complutense, Rodrigo Tena, se preguntaba. «¿Por qué dimiten las personas que ocupan puestos de responsabilidad? O mejor dicho, dado que las hay que no dimiten, ¿por qué razón se espera que lo hagan», y él decía que la diferencia estaría en distinguir el error de la falta moral. Si hay errores no se espera una dimisión, sino una destitución, por torpeza, pero la dimisión lo sería por un principio de responsabilidad social: «Ocurre que ciertos errores especialmente notorios en puestos de responsabilidad demandan que sea el propio protagonista el que se anticipe al cese. Es casi un pacto incluido de forma tácita en la aceptación del cargo». En base a ello: «El reconocimiento de esta circunstancia honra al dimisionario y evita que al descrédito profesional se una el moral. Cometer errores es una cosa, carecer de dignidad y de ética, aferrándose al cargo a cualquier precio, otra».

Sigue el profesor Tena: «la diferencia con la dimisión motivada por faltas de ética (por mentir, cometer un delito, o aprovecharse del cargo) no puede ser, por tanto, más evidente. La falta de competencia profesional pasa completamente a segundo plano, mientras que el principio de responsabilidad adquiere una relevancia todavía mayor».

Y finalmente: «Cualquier comparación con la situación española produce rubor. Aquí ni siquiera se pretende convertir la mentira en error, sino que simplemente se niega la evidencia, y cuando eso resulta ya imposible, se pretende perdonar la falta de ética como si de un error subsanable se tratase. Si algo tienen en común nuestros escándalos cotidianos referentes a políticos y financieros es precisamente eso. Primero se lucha hasta la última instancia judicial negando los hechos, y cuando ya no es posible, siempre terminan llegando las próximas elecciones que todo lo sanan».

El camino, pues, ya está señalado ante el análisis que podamos hacer acerca de la actitud dimisionaria del presidente del Gobierno durante cuatro jornadas meditabundas. No plagió nada, las noticias malsinas que se le imputan son falsas, pero se plantea irse por la presión del lawfare de los ultraconservadores.

En este sentido, pudiera compararse la dimisión del presidente del Gobierno más mayestáticamente con lo que ocurrió con la Primera República y la dimisión o abdicación de Amadeo I de Saboya –hijo de Víctor Manuel II, unificador de Italia–, quien fue elegido monarca en 1870. Lo trajo el general Prim, después de haberse expulsado a los borbones, y quiso Amadeo simpatizarse con la población acatando floridamente la Constitución, fundando escuelas, hospicios y asilos, pero una xenofobia popular y una adscripción de los españoles a los borbones terminaron por aburrirlo y provocar su abdicación dimisionaria, su renuncia irrevocable, el 11 de febrero de 1873, mismo día en el que se proclamó la Primera República. Y también, como Pedro Sánchez Castejón, escribió una carta a los españoles: «Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatiros; pero todos los que, con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos, invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien». Amadeo, respetuoso, aludía a que «grande fue la honra que merecí a la nación española eligiéndome para ocupar su trono», pero le fue imposible gobernar «un país tan hondamente perturbado», y a pesar de estar dispuesto a «hacer todo linaje de sacrificios por dar a este valeroso pueblo la paz que necesita», se lo llevó la parca.

Pero Amadeo, en su misiva, se empieza a enfadar: «entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cual es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males. Lo he buscado ávidamente dentro de la ley, y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla».

Esta es la parte más preocupante de su misiva: fuera de la ley no lo busca porque ha prometido observarla, pero indica que la solución está fuera de la ley. Y ese peligro, hoy día, está latente, a no ser porque parezca europeamente imposible.

Amadeo I de Saboya, finaliza: «Estas son, señores diputados, las razones que me mueven a devolver a la nación, y en su nombre a vosotros, la corona que me ofrecía el voto nacional, haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y sucesores. Estad seguros de que al despedirme de la corona no me desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada».

Amadeo salió al día siguiente para Portugal y luego a Italia, algo así como decir que hoy saldría a República Dominicana. Y la Primera República española duró un par de años.

El profesor Tena seguía en su artículo: «Cuando se trata de una empresa privada, allá los consejeros o accionistas que quedan contaminados, pero si hablamos de un representante público el tema es todavía más grave. Si el electorado no castiga una falta de ética está asumiendo públicamente la normalidad de esa conducta y de otras semejantes. Y ya no es sólo que se transmita a los representantes políticos un mensaje extraordinariamente peligroso –todo vale si se ganan las elecciones–, es que de esa manera nos degradamos nosotros mismos, como sociedad y como ciudadanos. La dimisión política es un acto solemne y significativo en la historia política de cualquier nación, y la proclamación de la Primera República española no fue la excepción. Este evento marcó un cambio profundo en el sistema político de España, resultante de una combinación de factores internos y tensiones acumuladas a lo largo del tiempo».

Pareciera que estamos en este caso en un momento de cambio semejante. La ruptura de España en varios territorios independientes entra dentro de las conversaciones posibilistas. Debido justamente a los problemas de corrupción con enormes sumas de dinero, en la Andalucía socialista, en la Cataluña pujolista y a lo largo y ancho de España como forma natural de gobernanza donde había siempre una parte para los servicios públicos y otra para los políticos, tanto en el orden municipal, autónomo o estatal, todo ello ha conformado un entramado del que resulta imposible salir limpios. La avaricia y la política van unidas y una de las formas de ser políticos es el disimulo de la honestidad pero, a la vez, la práctica de la coima. Se ha utilizado esa doble moral de forma continuada y erradicarlo es como intentar erradicar el fraude, que existe en todo orden social. La corrupción, cuando, por motivos políticos o no, es utilizada por el contrario como arma de guerra para abatir a su enemigo político y ocupar su lugar, genera una dinámica que pasa, luego, a ser política y, si las cosas se complican, autoritaria o militar, y eso es lo que ha instaurado las diversas regiones independentistas y la deriva actual en el gobierno del dimisionario.

Solo haría falta, por ejemplo, imaginar un escenario donde se descubrieran pagos inapropiados en cuentas de paraísos fiscales como las Islas Vírgenes o Bahamas. Esta hipótesis, aunque meramente especulativa, podría llevarnos a preguntarnos si no estamos solo ante un líder en crisis como Amadeo, sino ante una posible trama delictiva. Por supuesto, esto es solo una suposición para ilustrar cómo podrían cambiar las percepciones sobre la integridad de una figura pública, y cómo tales descubrimientos hipotéticos podrían alterar la naturaleza moral de las discusiones públicas. Y eso cambiaría la naturaleza moral de las misivas.

Después de Amadeo vino una republiqueta de dos años, ahora podría pasar lo mismo, una crisis semejante, si hubiera actos innobles. Si, por el contrario, los actos no fueran innobles o se escondieran pertinentemente al público, de forma que pasaran a ser inexistentes, lo cual es un arte, pues seguiríamos despacio el camino hacia la nada europea.

Es cuestión de esperar ya no al dimisionario, sino a la naturaleza de los motivos que le hacen pensar en eso. A ver si estamos ante un Amadeo, ante un líder o ante una banda facinerosa.

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