La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

cómic

El fin de un monstruo

'La muerte de Stalin' desarrolla la teoría de que el óbito del dictador soviético fue causado por la pianista María Yudina

Una de las viñetas de 'La muerte de Stalin'. LP / DLP

Las muertes de personajes importantes de la historia siempre han estado envueltas en un halo de misterio, pero cuando se trata de la desaparición de dictadores, este velo se convierte en un manto totalmente opaco que rodea los hechos convirtiéndolos a veces en un enigma. La prueba es que no se sabe a ciencia cierta cómo fenecieron Franco o Hitler, e incluso hay quienes aseguran que este último no falleció en 1945. Pero en el grupo de las defunciones misteriosas Stalin ocupa un lugar relevante, por lo que existen varias versiones acerca de su óbito, y esta obra de Fabien Nury y Thierry Robin, relata una de ellas.

Lo más curioso es que comienza contando una historia increíble pero cierta. Durante el apogeo de las represiones, el tirano llamó a una emisora de radio diciendo que en la víspera había escuchado una música que le había sorprendido y pidió que le enviasen la grabación al día siguiente. Se trataba del Concierto para piano n.º 23 de Mozart interpretado por la pianista María Yudina, pero el problema es que no había sido grabado?Como nadie podía rechazar una orden de Stalin, Yudina y la orquesta fueron reunidos de forma inmediata esa misma noche para realizar la grabación y el único disco de la sesión fue enviado al sátrapa soviético.

Al cabo de un tiempo, la pianista recibió un sobre con una generosa cantidad de dinero enviado por orden de Stalin, y ella le contestó en una carta: "Voy a rezar por usted noche y día y le pediré al Señor que perdone sus graves pecados contra el pueblo y la nación. El Señor es misericordioso, él os perdonará. Y el dinero lo entregaré para reparaciones en la parroquia a la que acudo a rezar". A pesar del atrevimiento de la pianista, el asesino de masas no hizo nada, pero el guionista Fabien Nury se toma la licencia de convertir la lectura de esa misiva en el desencadenante del ataque cerebrovascular que lo mató. De este modo, la curiosa anécdota da paso a la noche en la que un miembro de su servicio lo encontró tendido en el suelo de su habitación. El Politburó, el máximo órgano de poder, acude a la residencia del dictador y a partir de aquí la historieta describe su agonía al tiempo que retrata a los tejemanejes de los miembros de su gobierno para hacerse con el poder.

Es cierto que Stalin experimentó cierta mejoría y una enfermera comenzó a darle de beber leche con una cuchara, lo que le hizo señalar un cuadro que mostraba una niña dando leche a una oveja. Pero en otros aspectos el guionista se toma muchas libertades, especialmente acerca de los hijos de Stalin. Aunque es verdad que su retoño había insistido, en estado de embriaguez, que a pesar del mal tiempo los aviones volaran en un desfile militar provocando que dos bombarderos se estrellaran, no cayeron sobre los espectadores como aparece en las viñetas. También es cierto que la hija de Stalin se enamoró con dieciséis años de un guionista de cine de cuarenta, que luego fue exiliado a una inhóspita ciudad minera situada al norte del Círculo Polar Ártico; pero la causa del destierro es que Stalin no aprobaba la relación por la gran diferencia de edad. Si Nury trastoca ciertos elementos de la historia para dar más agilidad al texto, lo más brillante es que el dibujo de Thierry Robin muestra a través de sus líneas angulosas la deshumanización de toda una sociedad en los rostros de sus dirigentes y unos paisajes a un paso del expresionista. Todo ello unido al efectista color de Lorien Aureyre para crear una historia que podía ser de terror si no hubiera sucedido de verdad.

Compartir el artículo

stats