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Una temporada en el infierno

Reedición de dos clásicos de la literatura de viajes 'in extremis': 'La gente del Abismo', de Jack London, y 'Sin blanca en París y Londres', de George Orwell

Si buscamos en el siglo XXI algún escritor viajero equivalente a aquellos aventureros geniales y malditos del anterior, otro Melville, Stevenson o Conrad, pocos ofrecerían la entereza con la que éstos sacaron adelante su lucha con la naturaleza. Los viajes para saciar una sed de conocimiento tal vez ya no sean posibles. La culpa la tiene nuestra aldea global (y cada vez más digital), que ha hecho que se haya perdido la emoción, si no el sentido que tenía aventurarse por caminos inopinados arriesgándose en lo desconocido. Por eso hay que saludar con entusiasmo la reedición de dos clásicos de la literatura de viajes "in extremis", fuera de los circuitos turísticos convencionales: La gente del Abismo (Gatopardo) de Jack London, y Sin blanca en París y Londres (Debate) de George Orwell.

En La gente del Abismo, London cambió la naturaleza salvaje del Yukón, escenario de muchas de sus narraciones, por los bajos fondos de Londres. En 1902, el autor de La llamada de lo salvaje había aceptado cubrir como periodista la segunda guerra de los Boers en Sudádrica, que enfrentaba al Imperio británico con los colonos de origen neerlandés, llamados afrikáneres. Al llegar a Londres su misión fue cancelada, y London decidió tomar una habitación en un barrio obrero del East End. Su curiosidad le llevó a disfrazarse de vagabundo, con el fin de visitar los suburbios (slum) de la ciudad, donde se hacinaban miles de personas en condiciones terribles mientras las clases pudientes disfrutaban del expolio que el Imperio llevaba a cabo en sus colonias de ultramar.

Lo que vio allí (pobreza, marginación, exclusión social, palabras que encierran terror y angustia: "El miedo a la multitud me aplastó. Era como el miedo al mar"), no sólo conmovió a London hasta las entrañas, sino que también lo llevó a trazar un mapa desgarrador, más próximo a la crónica periodística que a la narración literaria, de ese infierno al que "año tras año, y década tras década, la Inglaterra rural enviaba para allí una oleada de vida fuerte y vigorosa que no solamente no se renovaba, sino que se extinguía en la tercera generación. [...] Puede que en el transcurso de sus vidas solamente iniciaran la caída, y dejaran que fueran sus hijos y los hijos de sus hijos quienes la completaran".

Al igual que London, Orwell cambió los paisajes exóticos de Birmania, donde había sido miembro de la policía Imperial India, y cuyas vivencias le sirvieron para escribir Los días de Birmania, por las calles de París y Londres, a donde llegó con poco o ningún dinero. En Sin blanca en París y Londres, Orwell narra en primera persona su propia experiencia con la pobreza: "El primer contacto con la pobreza resulta curioso. Has pensado mucho en ella, la has temido toda la vida y sabías que acabarías enfrentándote a ella tarde o temprano; pero resulta ser total y prosaicamente diferente de lo que imaginabas". También el hambre le proporcionó un material de primera calidad sobre el que escribir: "Te deja en un estado parecido a la convalecencia de una gripe, como si no tuvieras nervios ni cerebro, [?] como si te hubiesen sacado la sangre y la hubiesen reemplazado por agua tibia".

La miseria

Para Orwell París estaba muy lejos de ser una fiesta como el de las vivencias de Hemingway: "Los barrios bajos de París son un imán para los excéntricos: gente que ha caído en uno de esos surcos solitarios y medio desquiciados de la vida y ha renunciado a ser decente o normal. La pobreza los libera de los patrones normales de comportamiento, igual que el dinero libera a la gente del trabajo". Orwell vivía con seis francos al día para pagar la renta y comer al día siguiente, y continuar vivo al siguiente.

Sin blanca en París y Londres es un monumento literario a la capacidad de resistencia y entre sus páginas se encuentran los pasajes más brutales, sinceros y conmovedores que escribió el autor de Rebelión en la granja.

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