La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

LECTURAS

'El llanto del trigo', la fuerza del lenguaje y del terreno

Luis Miguel de Dios, periodista de 'El Norte de Castilla' (Valladolid), firma un libro que le hubiera gustado disfrutar a Miguel Delibes

La novela de Luis Miguel de Dios transcurre en los pueblos de Castilla y León. LA PROVINCIA/DLP

En siete meses es normal que siempre ocurra de todo. Pero en los últimos siete meses, el ir y venir del viento nos ha echado encima una serie de situaciones rotundas: Brexit, Colombia, la bestia parda y cateta de Donald Trump plantada en la cumbre del mundo, quedaba por morir el Comandante Castro, e incluso en nuestro propio territorio el desfile también ha sido sonoro. Pero estos siete meses también nos han traído un sietemesino. Aquí lo tenemos, El llanto del trigo. Sabemos que los sietemesinos suelen entrar en el mundo con grandes carencias y riesgos, pero éste ha aparecido robusto y gozalón, porque resulta que el sietemesino venía bien nutrido desde tiempo atrás. Y es que ocurrió que, con motivo del lanzamiento de mi novela La curva del camino -que en estas páginas recibió tan generosa acogida-, tuve ocasión de poner en contacto al catedrático de Literatura en la Universidad de Valladolid Javier Blasco -animador, también, de una pequeña editorial- y al periodista Luis Miguel de Dios, autor de una serie de cuentos que disfrutábamos los amigos. Hablaron, y a los siete meses ha entrado en el mundo una obra con doce relatos, El llanto del trigo.

El llanto del trigo es un libro que le hubiera gustado disfrutar a Miguel Delibes. Primero, porque se interrelaciona con su escritura relativa al ámbito rural y, en segundo lugar, porque hubiera celebrado que finalmente haya entrado en el ámbito de la escritura de ficción aquel aprendiz de periodista que él vio llegar a El Norte de Castilla en la época de la muerte de Franco y al que luego conoció en sazón en el periodismo vallisoletano.

El llanto del trigo, que cuenta con prólogo del periodista canario Juan Cruz, contiene doce piezas bien cuajadas. Esa docena de relatos, mayormente aposentados en el ámbito rural, trasladan gentes y situaciones que, por parte de quienes somos de determinados espacios rurales y de determinados tiempos, se pueden identificar, resultan totalmente creíbles a través de la creación literaria que nos traslada el autor, con una escritura muy personal, muy plástica y viva, alegre y pícara. Una visión en la que no falta la crudeza, pero también campea la ternura, y sin que nunca se produzca condena por parte del autor que atina a dibujar sus personajes de ficción para que el lector deduzca la catadura de quienes literariamente salen al camino.

Palabras de pueblo

El lenguaje es precisamente el elemento fundamental de la ficción por la que Luis Miguel de Dios nos encamina en cada una de esas historias, en general breves y directas, con estructuras narrativas bien diferenciadas. Como sujeto de pueblo que yo soy también, quizá saboreo con reconocido aprecio ese lenguaje y su aire enroscado en lo que no es sólo terminología, sino entraña esencial de las gentes porque con esas palabras se penetra en lo que son raíces. Los surcos del libro se encuentran bien abonados por esa cosecha que permite el desahogo del recorrido de los relatos. No son 'palabras' que se siembran a boleo, sino que estamos ante el asiento que, con sencillez y potente propiedad, se ha empleado entre las gentes de los pueblos antes de que comenzara a colarse la terminología de la vulgaridad. Ahora resulta que muchas de esas palabras y giros tan propios y adecuados son considerados antiguallas mientras a nuestras gentes jóvenes los llenan de terminajos en inglés porque así marcamos 'jad-trids' (¿) a todo trapo y quien no lo use está fuera de juego.

Quiero reflejar, como indicador de esa fineza del autor, un sólo caso que en el libro se multiplica por un buen número de términos. Por ejemplo, en una de las líneas del relato titulado Menos mal, Luis Miguel escribe 'albarcas', así. No 'abarcas', que es el término finolis y académico, sino el que en nuestros pueblos se ha empleado (y también es académico) para denominar ese calzado rústico y adecuado para moverse con soltura por el terreno. (En ese ámbito, él y yo compartimos una misma experiencia en esos dominios. Los dos hemos sido corresponsales de El País, y a los dos nos ocurrió un mismo caso: al dictar -porque entonces se hacía así- en situaciones diferentes un artículo, utilizamos el término "cerro" para trasladar con precisión la elevación geográfica en que había ocurrido lo que trasladábamos. Y la secretaria que tomaba nota planteó que qué era eso, para terminar diciendo -al enterarse- que se trataba de un monte, que por qué utilizar esa palabra rara. Costó dios y ayuda convencer a ella -y al redactor que llamó después-- de que un cerro, al igual que un teso, no es un monte).

Los que somos de pueblo podemos electrizarnos ante descripciones que a otros dejan indiferentes. Por ejemplo, el día que leí en un texto novelado premiado que "el yugo se asentaba con aplomo sobre el cuello de los bueyes". Y, claro, pegué un brinco. ¿Un yugo sobre el cuello? Aparte de que nunca utilizaríamos el término cuello, sino el de pescuezo, es que ¿cuándo se ha visto un yugo sobre el pescuezo? El yugo siempre ha ido asentado sobre la testuz y sujeto con las coyundas a la cepa de la cornamenta de los bueyes o vacas, uncidos así al carro, al arado o al trillo. Lo que se porta sobre la zona troncal del pescuezo, arropado con la collera o belfa (por estos pagos), es la canga en el caso de mulos o burros como yunta. Precisamente, en el mismo texto se afirmaba: "el arado, sujeto al yugo". ¿Y desde cuándo el arado va sujeto al yugo? Del yugo iba colgado el barzón, de madera o de metal, por el que entraba la pértiga del arado que se acoplaba con una clavija.

Sin desatinos

No pretendo pecar de pretencioso al enmarcar ese par de situaciones, a las que seguramente no falte quien las califique de antiguallas, porque ya ni hay arados ni hay yuntas..., ni casi hay gentes. Tampoco aspiro a desarrollar -lejos de mis intenciones- una alabanza de aldea, desde luego. Lo que sí quiero es señalar que en los relatos de Luis Miguel de Dios nunca se encuentra ese tipo de desatinos, sino que las palabras, los términos, las descripciones siempre son precisas y ajustadas a la función que describen, que enmarcan y que nos acercan a las personas o los hechos. Y lo hace sin forzar nada, sino con naturalidad y fluidez, sin disonar. Ese lenguaje, sin embargo, no supone en absoluto un territorio perdido en el tiempo de esos relatos; todo lo contrario, en los cuentos reluce una modernidad narrativa y estructural, una visión recia del mundo de hoy o del pasado con atalaya desde este momento.

Igual que no disuena como pie forzado esta descripción que el autor introduce con justeza y plasticidad en un pasaje del relato De muerte natural: "Recorrí a pie aquellos parajes tantas veces vistos y tantas veces añorados. Subía al Teso Calvo para deleitarme ante el inmenso tapete verde en que se había convertido el páramo. Un verde salpicado por los fogonazos rojos de las amapolas, los destellos amarillos de las pamplinas, las pinceladas blancas de los rebaños de ovejas comiendo en las lindes, los añiles de los azulejos abiertos sobre sus troncos pálidos, los ocres de algunos barbechos. Debajo de mis ojos, sobrevolando los labrantíos en dirección a la vega y al pueblo, los vencejos, las golondrinas, los tordos, la cigüeña, los pardales y, más arriba, los planeos y los vuelos raudos de las águilas, los gabiluchos y los alcotanes oteando nidos, vivares de conejos y el tímido aprendizaje de los pollos de perdiz".

El paisaje es uno de los referentes de Luis Miguel de Dios a la hora de escribir literariamente, porque se mantiene muy cercano a lo que le escuchó a Delibes a la hora de referir la base de la trama una historia: no pueden faltar una pasión, un paisaje y un personaje. Ya hemos oteado -pero el libro está plagado de esas muestras- el paisaje, pero para no cambiar de relato, sigamos con las pasiones en otro pasaje del mismo texto, el punto de vista de un topo castellano de los tiempos del terror franquista: "Fue ella, en medio de mi terror, la que encontró una solución, la más dura para su reputación, la más hiriente para una mujer que pasaba por ser buena esposa y mejor madre.

-Haré ver que me ha preñado otro, que tengo apetencias y no tengo macho que me las sofoque. Tú te has fugado hace meses, yo estoy harta de esperar y ha pasado lo que tenía que pasar cuando se juntan el hambre y las ganas de comer. No faltará algún fanfarrón que haga creer por ahí que ha sido él el que se ha acaballado con la Agripina.

-Lloré de rabia mientras ella me acariciaba las largas guedejas que empezaban a caerme por la espalda y posaba sus dedos cerca de la causa de aquel desatino. Y fue entonces cuando supe ver, como hoy, en el fondo de su alma. Unos segundos que duraron siglos, dos cuerpos jóvenes que vibraban ante la posibilidad de no volverse a encontrar, el precipicio, la sangre golpeando en las sienes como un martillo de lujuria, la pasión que vencía al miedo, la vida fresca brotando de las entrañas frente a una muerte temida..... Aquella vez no hubo precauciones. Ni ella acalló sus gritos ni yo me contuve. Permanecimos abrazados hasta que el canto del gallo me anunció que tenía que volver bajo la pesebrera. Era otoño, época de sementera, y los gañanes solían madrugar para aprovechar el tiempo y evitar que los frecuentes chubascos retrasaran la siembra. Cuando despuntó el alba yo llevaba ya más de una hora añorando sus chillidos y maldiciendo mi estampa."

Del lenguaje, del paisaje y del paisanaje forman parte los nombres, ciertamente llamativos en su mayoría, que emplea el autor para sus personajes, porque por esos pueblos de dios se ha bautizado casi a porfía. (El autor ha confesado que lleva anotados unos 1.600 'nombre raros'). Y los motes, que esos sí que suponen un desfile glorioso, motajos que en parte tienen origen de lo captado por el oído en su entorno, pero que en gran número son fruto de la imaginación y habilidad de Luis Miguel de Dios, captado por la misma capacidad creativa que las gentes de su entorno natal.. Los que somos de pueblo, también en esto, somos conscientes de que en esos lugares cada cual arrastra su mote que en ocasiones procede de tiempo inmemorial y que se hereda cuando se nace dentro de una familia..., a no ser que se hagan méritos para ganar un mote nuevo ajustado a una índole y condición que sobresale, aunque sea por tontería. En los pueblos se es rápido y certero en los calificativos. Suele contar con gracejo Luis Miguel que en un pueblo zamorano próximo al suyo la nueva boticaria que llegó al lugar se ganó el mote en el mismo momento en que bajó del coche de línea: como era muy alta y delgada, a escape se la empezó a conocer por 'las 6 en punto'..., la verticalidad de las agujas del reloj.

En el trasfondo de los cuentos de Luis Miguel de Dios, aunque ni el territorio ni los núcleos correspondan a nombres reales, es evidente que se advierte su ámbito zamorano de La Guareña, comarca lindera con Salamanca. Y también porque esos pueblos del entorno de su Guarrate natal (ojo: nos retrotraemos a tiempos árabes: aguas que se cruzan) aportan una tipología con personalidad propia que queda debidamente captada con viveza en los relatos que nos hacen disfrutar de El llanto del trigo. Y, desde luego, esas piezas que ha establecido el autor de lo que dejan constancia es de las situaciones de carencia y a veces marginalidad que han tenido que soportar esas gentes en los pueblos, cómo han vivido, cómo viven. Corretea la melancolía, pero manda la vida de gentes que se explican en función de su tereno de asiento o procedencia. Sin demagogia ni proclama alguna, Luis Miguel de Dios ha hilado unos surcos por los que se extiende mucho dolor y mucha queja, no falta la miseria material y moral, pero tampoco quedan fuera gozos y solidaridad, arrojo y coraje para hacer frente a la vida.

Compartir el artículo

stats