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El color de Berlín

David Wagner firma un cuidado, minucioso y multifacético retrato de 'fláneur' de la capital alemana

El color de Berlín

David Wagner (Andernach, 1971) ha mirado al cielo para preguntarse de qué color es Berlín. Muy pertinente, porque adivinar el color de una ciudad nos ayuda a entenderla. Igual que nos ayuda a situarla su olor. Pero del cielo berlinés sólo se obtienen dos respuestas: el azul Prusia reluciente, y otro nuboso grisáceo, descolorido y apagado. Ni siquiera en Alemania existe un férreo reglamento de diseño cromático para el distrito histórico del Mitte, salvo en la plaza Gendarmenmarkt o en la Unter den Linden, donde los tilos prevalecen sobre la fachada pétrea neoclásica. Si alguna tonalidad caracteriza a Berlín, concluye el autor de este libro, es el rojo ladrillo de algunos de sus edificios característicos.

Cuesta menos guiarse por el olor de los puestos de currywursts, la grasa y la fritura de las salchichas con o sin tripa típicas berlinesas. Algo que identifica a la ciudad del mismo modo que a Nueva York y los perritos calientes. Wagner, un perspicaz observador del lugar donde vive, escribe que alguien que se come una currywurst sabe que se ha comido algo que hubiera sido mejor no comerse. Todos los nutricionistas la desaconsejan y, sin embargo, todos la consumen. Igual es por eso, dice.

¿De qué color es Berlín? es un caleidoscopio de sensaciones visuales en las que el lector que conoce la capital alemana caerá con felicidad, se dejará transportar y acabará disfrutando de la mirada de un flâneur agudo y mordaz, lejos de la idealización de otros autores hacia otras ciudades.

Wagner demuestra ser un cronista sin pretensiones. Hay en su escritura una propensión al detalle, pero rara vez se permite extraer conclusiones rotundas de tipo sociológico en su multifacético retrato. Salvo cuando se refiere al mito de Kreuzberg, un barrio del que en los años noventa, tras la reunificación, se hablaba y escribía mal por la conflictividad, debido en parte a la coexistencia difícil de diferentes comunidades y la proliferación de vecindario turco. "La sociedad multicultural de Kreuzberg, como todas las sociedades de una gran ciudad, funciona a través de la ignorancia tolerante. Pero funciona, además, porque los mayores rechazos sociales todavía se disimulan con las generosas medidas de fomento de años previos de más abundancia". A su vez, viene a decir, los turistas ya están allí y el desorden étnico es lo que lo hace atractivo.

Lo que más atrae, sin embargo, del libro de Wagner es precisamente la capacidad que tiene para llevar al lector de la mano y de visita por otro Berlín alejado del torbellino turístico. Sus historias, cuarenta fogonazos, son capaces de desafiar cualquier interpretación cultural teórica. Abunda en la lectura una interrelación simple y acertada del individuo y las cosas a su alrededor. Algo que Georg Simmel, a comienzos del siglo XX, encuadró en el último desafío de la modernidad.

La bolsa de basura, el primero de los episodios de este microcosmos berlinés de Wagner, es la prueba del algodón del libro. En él, el autor pasea por la noche con una bolsa de basura en la mano por el centro de Berlín. Observa carteles hechos jirones, botellas vacías y un cochecito roto. Huele a primavera y no es difícil percibir, además, la dulce podredumbre de los desperdicios. El resultado es una atmósfera misteriosa y rancia. Dos estadounidenses le preguntan en inglés dónde pueden comprar droga. No se le ocurre otro sitio al que mandarlos a Weinbergspark. El pretexto de bajar la basura le sirve al flâneur para pasear, observar, posar por un momento la bolsa con los deshechos y tomarse una cerveza en el bar de una amiga. Domingo por la noche, es Berlín.

La mirada de Wagner resulta completa, distinta y también algo distante. Minuciosamente descriptiva, aguda y hasta mordaz, pero poco pródiga en conclusiones, que quedan para el lector. David Wagner lleva recorriendo Berlín de punta a punta desde los veinte años en estado de semitrance, como él mismo dice, pero con la vocación del cronista meticuloso. Imprescindible para viajeros fuera de circuito.

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