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Risa y heterodoxia 'luthieriana'

Les Luthiers obtiene el Princesa de Asturias al cumplir medio siglo sobre las tablas

Les Luthiers en el Alfredo Kraus. LA PROVINCIA / DLP

Es significativo que les hayan dado el premio en la modalidad de Comunicación y Humanidades, en vez de en las Artes, como lo han obtenido, por ejemplo, Bob Dylan o Woody Allen, y en la que ellos mismos han sido finalistas en varias ediciones. Ahora compartirán esa rúbrica con intelectuales como María Zambrano, Aranguren, Mario Bunge, Umberto Eco o Zygmunt Bauman. Y su humor inteligente y culto -tal vez el que más sobre unas tablas hispanas, en las últimas décadas-, con una infrecuente capacidad de divulgación -léase comunicación justamente- lo merece. Oscilan entre el riguroso minueto o partitura para partirse de la risa y el protestantismo luthieriano, con un ejercicio de sátira tanto más eficiente cuanto se sirve engalanada.

Como sostiene Marcos Mundstock, cuya visible calvorota y portentosa voz declamatoria lo convierten en una suerte de Big Brother y maestro de ceremonias, "la esencia de nuestro espectáculo ha sido siempre la misma; una representación de algo en la cual pasan cosas que no deberían pasar, una serie de accidentes respecto a un supuesto guión inicial muy formal, que es el que nunca lograríamos representar". Más allá de un quinteto de músicos formidables -y célebres por sus instrumentos inverosímiles, como la Exorcítara, el Bolarmonio o el Thonet?-, son creadores de relatos y psicólogos sociales, que propagan la luthierapia, como se llama uno de sus recientes espectáculos, erigiendo una suerte de diván entre la la cuarta pared y la butaca. Van vestidos de etiqueta para pulverizar mejor la etiqueta. E inician la partitura con la solemnidad con que muestra el menú un maitre de cinco tenedores, para abrir mejor el apetito sobre sus suculentos lapsos freudianos.

Al fondo comparece la figura de Mastropiero, por ejemplo, "más tropiero que nunca"? Y aun conscientes de que por el tiempo no pasan los años, desmienten las coplas de Jorge Manrique con esta formulación incontestable: "Cualquier tiempo pasado fue anterior". O, en fin, está también esta perla ejemplarizante: "La pereza es la madre de todos los vicios y como madre hay que respetarla"... Las sutiles paradojas, los lapsos lingüísticos y las expresiones de doble vínculo son la base del humor bergsoniano que postulan, y como hecho del cruce de un Groucho porteño con un Valle-Inclán acicalado y afeitado; y, en ocasiones, hasta con un Cioran muerto de la risa. Son unos filósofos que se adelantaron a preconizar la posverdad con una bomba de relojería dentro: desmintiéndola y pulverizándola con sosa cáustica. Así cuando dicen, por ejemplo: "Toda cuestión tiene dos puntos de vista: el equivocado y el nuestro". O más aún, al afirmar: "La verdad no es lo que importa, sino tener razón". O con esta máxima poskantiana: "Si no puedes convencerlos, confúndelos". O con esta alerta predigital: "El que es capaz de sonreír cuando todo está saliendo mal es porque ya tiene pensado a quien echarle la culpa". O "lo importante no es ganar, sino hacer perder al otro". O "errar es humano pero echarle la culpa a otro, mas humano todavía". O como si estuviese formulado hoy mismo y no hace lustros: "Los honestos son inadaptados sociales"?

No pocas veces les basta con aforismos que les devuelva la acepción literal a las metáforas. "-¡Vaya, fuiste a Venecia y no viste mucha televisión!? -No, ¿por qué?? ¡Porque es la ciudad de los canales!". O "tener la conciencia limpia es síntoma de mala memoria". O "pez que lucha contra corriente muere electrocutado". O "el dinero no hace la felicidad: la compra hecha". O "hay dos palabras que te abrirán muchas puertas: tire y empuje". O, más woodyallenesco: "El instructor de la escuela de kamikazes les dijo a los alumnos: presten atención porque sólo voy a hacerlo una vez?".

Les Luthiers surgió en Buenos Aires como una coral universitaria de un grupo de amigos, en 1967, hace ahora cincuenta años. En esa formación inicial se encontraba el malogrado Jorge Masana, fallecido en 1973, a los 36 años de edad. Y en 1969 se sumaron Carlos Núñez Cortés, el de aspecto becqueriano, y, el mayor de todos ellos, Carlos López Puccio, de cana prematura y aspecto a lo Einstein. En 2015 falleció el carismático Daniel Rabinovich, quien con sus bigotes de mexicano perplejo y prodigiosa habilidad para tocar las cuerdas de su propia garganta, funcionaba, muchas veces, como el torpe contrapunto de las cautelas del personaje de Mundstock. Ambos antagonistas de la mayor parte de los espectáculos son autores de libros "serios", que nada tienen que ver con el humor, y que, por eso mismo, les ha costado Dios y ayuda promocionar. Rabinovich tuvo que llamar al suyo, directamente, Cuentos en serio, y Mundstock es autor del ensayo Los humoristas y el psicoanálisis. Aunque reconoce que, como buenos bonarenses ilustrados, los cinco miembros del grupo han coqueteado con el psicoanálisis, afirma que "no conviene cargar las tintas sobre un interpretación psicoanalítica de nuestro humor". Ése que, ataviado de un cierto refinamiento cultural, arremete contra el refinamiento cultural, y que, aun siendo tan mordaz, levita todo el tiempo entre guantes blancos, y se viste de gala para subrayar la irreverencia.

Cuando se le pregunta sobre los rótulos peyorativos que, a menudo, recaen sobre los porteños, Mundstock advierte que "es tan exacerbado como decir del marinero que se emborracha y se pelea en la cantina. Otra cosa distinta", agrega, "es que, ciertamente, el avisparse esté en la esencia del exiliado; y no hay que olvidar, desde luego, que un argentino que emigra de su país, huyendo cuando menos de una economía desquiciada, está emigrando de un lugar en el que previamente ha sido un inmigrante". Eso no quita para que hayan explotado ese inevitable filón, al proclamar, por ejemplo: "El ego es ese pequeño argentino que todos llevamos dentro".

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