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libros

Virtudes y sombras del 'pájaro solitario'

Premio Nacional y Premio Cervantes, ningún otro escritor disidente ha tenido tanto predicamento como Juan Goytisolo, fallecido el pasado domingo en Marrakech

Juan Goytisolo posa ya en la madurez de su prolífica trayectoria literaria, viviendo en Marruecos.

Hacia 1963, a sus 32 años de edad y con unas cuantas novelas heterodoxas en su haber, Juan Goytisolo (Barcelona, 1931 - Marrakech, 2017) era -según sus propias palabras- "un globo prodigiosamente hinchado". Así lo reconoce en el segundo tomo de sus memorias, En los Reinos de Taifa (1986), libro en que, con suma valentía y desnudez, habla de sus metamorfosis internas y externas, desde la pública asunción de su homosexualidad a su buscado trastierro del letrado París más glamuroso al retirado emplazamiento de Marrakech. Con él revalidaba el éxito cosechado el año anterior por el primer tomo, Coto vedado, en la misma editorial, Seix Barral, un elocuente documento sobre los sinsabores de un niño y un adolescente que crecía con una "tal vez merecida fama de hombre huraño y esquinado", entre el páramo franquista y la burguesía catalana.

En esos mediados de los años ochenta, corrían tiempos en que los periodistas free-lance aún recibían dignos encargos a la vez lucidos y nutricios (por más que hoy nos pueda parecer tan inverosímil, como que alguna vez, por ejemplo, pudiéramos fumar impunemente en los aviones), y recuerdo las semanas previas de zambullida en su obra, con especial atención a aquella su reciente no ficción, goytisoleándome a goteo, para una entrevista en una importante publicación de la época en papel satinado. Las dos largas horas de conversación son una de las escasas grabaciones que conservo en cintas magnetofónicas del jurásico, como si atesorara una oportunidad única de entrevistar a un disidente difícil de localizar, de mística chilaba, ignorante, por mi parte, de que aún recibiría varios encargos más, pues el autor de Las virtudes del pájaro solitario devendría en recurrente ave de paso. Eso sí: siempre en el modesto hall del mismo hotel de tres estrellas -muy próximo a la madrileña glorieta de Bilbao- en que acostumbraba a hospedarse, aún en las convocatorias más postineras, donde aquel otoño de 1986 (cuando aún desconocía lo que en técnicas de seducción pública se denomina circunspección exhibicionista) hasta disfruté el contraste entre su desnudez y lucidez hipercríticas, lo elemental del vestíbulo y el aparatoso despliegue del desconocido y aplicadísimo fotógrafo con focos y biombos, conminándole a posar como una estrella de cine, maqueándole el aspecto hasta miméticamente arábigo, con un mohín esquinado en la boca, nariz de tubérculo y ojos claros.

"No me interesa representar ningún papel en la comedia social", me dijo no muy avanzada la entrevista; y cuando le pregunté por un fragmento de sus memorias en que habla de su homosexualidad peculiarmente xenofílica, con prioritario interés por "jóvenes de la zona sotádica", me ratificó: "Claro, yo nunca me interesaría [sexualmente] por un señor de mi misma edad, clase social y procedencia, porque para eso ya estoy yo; sería como hacerse un bocadillo de pan con pan". Franco y congruente me pareció, en efecto, este aspecto de la personalidad de (por decirlo con uno de sus títulos) Juan sin Tierra.

Para ilustrar hasta qué punto era un influyente treintañero en el París de los años sesenta, en el libro expone también el siguiente inventario: En un anuario de la Unesco, su nombre figuraba inmediatamente después del de Cervantes en la lista de escritores en castellano más traducidos; el piso de la Rue Poissoniere, que compartía con su compañera y más tarde esposa, Monica Lange, era antesala para todo proyecto cultural referente a la Península, y tenía acceso directo a importantes periódicos y revistas de París, además de gran predicamento editorial para asesorar sobre qué obras españolas son dignas de publicación. Y por contraste, nos advierte de que sin embargo, junto a esa aureola, una fuerte neurastenia y propensión al trago, "un soporte insomníaco y depresivo", le alertaba de la sufrida espita a presión de aquel "globo prodigiosamente hinchado"; una inercia que se prolongaría justo hasta aquella tarde de su encuentro fortuito con Mohamed, el árabe con el que Juan Goytisolo haría realidad -confiesa- su sueño largamente reprimido, en una sórdida habitación de la Rue de Clignencourt, próxima al cafetín: el que le daría cuerpo, además, a su latente fascinación por el mundo musulmán.

En tiempos de gran banalización, o sencillamente, naturalidad, para las salidas del armario, es justo reconocer el sobrecogedor testimonio de primera mano sobre la ardua asunción, con dificilísima explicación, por vía epistolar, a su esposa, y que le significó el comienzo de la renuncia a una acomodada vida en París para reinventarse una nueva, sin militancias ni cartografía, ni ismos, en "la zona sotádica" de sí mismo o de Marruecos. "Decidí convertirme en responsable de mis propios errores, y, para ello no declararme portavoz de nada ni de nadie. Cuando te conviertes en portavoz de una causa rodada, lo que te preparas a hacer, impúdicamente, es situarte de modo tal que puedes transformar cualquier crítica dirigida a ti en una crítica dirigida a esa causa", me explicó.

De modo que no lancemos ninguna crítica a causa alguna, sino, en todo caso, al propio Juan Goytisolo. Vecino de la céntrica plaza de Xemáa-el-Fna, el ermitaño autor de Las virtudes del pájaro solitario (donde pertrecha su esencial proyección de arrobo, con una elocuente ecuación entre la obra de Juan de la Cruz y la mística sufí) desplazó siempre sus críticas al fundamentalismo islámico, y, por último, al yihadismo, si no a las metrópolis europeas, sí, hacia Oriente Medio o Próximo, pero jamás de los jamases, ni por equivocación, esbozó la menor mención crítica a su entorno marroquí y menos aún a la monarquía alauita; y hasta mitigaba la sumisión de las mujeres en el mundo árabe, con defender que eran portadoras de una muy aplicada "sabiduría ancestral"... Eso sí: celebré muchísimo el mapa inverso que me ofreció para pasear por La Medina: "El turista occidental cree que en los abigarrados y sombríos espacios interiores de los mercados árabes todo es opaco; ocurre a la inversa: aquí todo se sabe, mientras que si uno quiere pasar desapercibido, va a la plaza pública, a la luz de la intemperie", sostiene.

Justo reivindicador de importantes proscritos, como el escritor Blanco White o el historiador Américo Castro -repudiados por la "madrastra Patria"-; del incomprendido intelectual y político argentino Sarmiento o del protomarginal Jean Genet -ahora vecino suyo en el cementerio civil de Marrakech-, se me hace difícil rememorar las imágenes televisivas del hábitat de algún escritor español, heterodoxo o no, como no sea la casa (modesta, es cierto) de Juan Goytisolo, de visita obligada para influyentes escritores hispanos y franceses. Es como si, tras su paso por París, "aquel globo hinchado" hubiese encontrado su mejor reposo aerostático por la periferia del sur para mejor tomar impulso en la megafonía del centro. Tenía tribuna garantizada y rápida no en uno sino en los dos diarios nacionales más influyentes de la Transición, para devenir (ignoro si a su pesar) en el disidente oficial: el ostentor de la dosis de ruido necesario que precisa el sistema mediático para perfeccionar su propio orden...

Su elástica ubicuidad le alcanzó, incluso, para que Carlos Fuentes lo incluyera en su nómina como canónico de la novela latinoamericana, dada sus peculiares técnicas narrativas, al margen ciertamente del cliché peninsular; algo que difícilmente habría sucedido, conjeturamos, si hubiese residido en la Península. Ha sido algo así como un periférico a la inversa: un hiper(peri)férico... Como es sabido, Juan Benet lo bautizó como Juan "Wojtysolo", en son de caricaturizar su sacerdotal proyección literaria; y otros, se limitan a destacar, a secas, su "goytisolipsismo".

¿"No quiero representar ningún papel en la comedia social"? Por lo pronto, el autor de Juego de manos ostenta en solitario el título de ser el único Premio Cervantes que ha obtenido el galardón tras proclamar públicamente que si alguna vez se lo diesen lo rechazaría. Así, por ejemplo: "Estoy dispuesto a ponerlo ante notario: no pienso aceptar el premio Cervantes nunca" ( Abc, 10 / 02 / 2001). Ese era el modo en que Goytisolo remataba sus invectivas de un mes antes ( Vamos a menos, El País, 11 / 01 / 2001) contra el devenir de las últimas ediciones del galardón, y muy especialmente, de la decisión del jurado del año anterior, en 2000, cuando lo ganó su declarado antagonista Francisco Umbral (1935 - 2007. Que hubiesen premiado al autor de Mortal y rosa le merecía entonces "una prueba concluyente de la putrefacción de la vida literaria española, el triunfo del amiguismo pringoso y tribal, la existencia de fratrías, compinches y alhóndigas, la apoteosis grotesca del esperpento. Sí, Spain is different, y lo es sin remedio". Goytisolo aprovechaba a criticar ahí, muy razonablemente, "la ignorancia y desfachatez que permiten galardonar no a Valente [desaparecido el año anterior], sino a don José García Nieto", cuatro ediciones antes, uno de los premios Cervantes más reprobados en la historia del galardón.

Cuatro años más joven que Goytisolo, y catorce antes, Umbral, que era, asimismo, tildado, desde otros derroteros, de autor heterodoxo y con gran predicamento mediático, lo había obtenido también, curiosamente, bajo un Gobierno del Partido Popular... ¡Y qué bien le venía éste, por cierto, en 2014, en medio de la depauperada semiótica cultural y con la cosa catalanista abierta, aquella reconsagración de un catalán cosmopolita largamente proscrito en ambos frentes...!.

Aquellas invectivas contra el devenir del galardón parecían que iban a dejar para siempre, a Juan Goytisolo en una suerte de asumido Premio Cervantes honoris causa. Alguien que mereciéndolo, a todas luces, como el clásico en vida que era, de la trilogía narrativa, sobre todo, Señas de identidad, Don Julián y Juan sin Tierra, o del mentado memorialismo punzante de Coto vedado y En los Reinos de Taifa, dos de los documentos más valientes y necesarios aparecidos en la España de la Transición, acompañaría a su venerado José Ángel Valente, entre otros, en un restringido Olimpo de rotundos premios Cervantes eternamente potenciales o, en rigor, "no contaminados"... Su batería de declaraciones -incluso algunas de las efectuadas tras recibir el galardón- parecieron apuntar siempre en ese sentido, con ejemplarizante rebeldía; así, desde lo general: "En España, los premios de las editoriales más conocidas suelen otorgarse de antemano y los jurados que los avalan se limitan a plebiscitarlos, como en los referendos de Franco o del socialismo real"; o bien: "Algo huele a podrido no en la lejana Dinamarca, sino en nuestro hiriente Parnaso"... a lo particular: "Los escritores del siglo XX que realmente admiro son los desarraigados, los que han vivido fuera de sus países y dedicado toda su energía a nutrir su propia y personalísima voz, al margen del ruido social"... o bien: "Mi experiencia es que uno es responsable de su propia esquizofrenia. Siempre llega un momento en que uno puede controlar el nacimiento de la mitomanía, a la que hay que saber ponerle freno, y esto no abunda".

Ignacio Echevarría, uno de los críticos más incisivos y frontales de algunas de sus últimas obras, tildaba, justamente, de "mitomaníaca infatuación" su trabajada proyección mediática: el trastrueque entre su obra y su proyección social y personal. "La parodia retórica sigue regodeándose en la más rancia oratoria franquista", ha afirmado, para advertir la flagrante contradicción de que así como "Goytisolo practica el plausible empeño de deshacer los clichés cerrados con que la cultura occidental juzga y cataloga el islam", no paga a la inversa con la misma moneda: "Abona insistentemente el cliché de un país y de una cultura (la española, y por extensión la occidental) al que la tontería y la pereza de no pocos hispanistas se adhiere con fuerza igual, cuando no superior, a la empleada en su día por Goytisolo para perfilar, a partir de ese mismo cliché, sus propias señas de identidad".

Unas señas de identidad que, en lo más íntimo, alcanzó por caminos tortuosos, como expone con valentía en sus memorias. Aunque ahora parezca pan comido, es necesario reiterar que a Goytisolo le honra haber sido de los primeros intelectuales no sólo en la declaración pública de su homosexualidad, sino en exponer su dolorosa génesis y asunción sin escatimar detalles. Y encima nos ofrece la data del testimonio exacto. Comprendió, loablemente también, que "pensar y escribir son actividades que no admiten una cartografía previa; y mucho menos un corsé, completamente monocarril. Yo me pregunto -me dijo- que si un escritor ya sabe de antemano a la conclusión a la que va a llegar, entonces, ¿para qué escribe? Particularmente, cuando sé a dónde voy a llegar, nunca escribo. Comparto lo que decía al respecto Jean Genet a propósito de ese tipo de literatura tan frecuente, basada en ideas preestablecidas: eso no es una aventura literaria es un viaje en autobús".

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