Dulce María Orán Cury, una de las personas más queridas en la gran familia de la música española, acaba de dejarnos. María Orán, nombre profesional de la insigne soprano que cantó en los espacios más exclusivos del mundo, abre con su ausencia un vacío profundo en la primera línea de la interpretación lírica. Después de una lucha durísima con la grave dolencia que la aquejó en los últimos años, esta noble persona, transparente en sus actos, admirable en su arte, generosa en su enseñanza, insuperable en la amistad, se ha ido al misterioso más allá de los ángeles, que sonaron muchas veces en su voz cuando hablaba en nombre de ellos como intérprete de la ópera de uno de los genios del siglo XX, Olivier Messiaen, invariable compañía de la soprano tinerfeña en cuantos teatros producían su San Francisco.

María Orán es un perfil único en la lírica de nuestro tiempo. La Naturaleza le dio una voz plateada y cristalina que ella acertó a educar con las mejores profesoras, primero en Santa Cruz de Tenerife, su ciudad natal, y finalmente en Madrid, donde también concluyó la carrera superior de piano. Desde muy joven fue dueña de todos los registros expresivos y supo aplicar la belleza del timbre y el color al dominio de un repertorio total: ópera italiana, alemana y francesa, lírica española, grandes oratorios sinfonía cantada y, muy especialmente, canciones de concierto, esas pequeñas joyas sobre poemas alemanes, franceses, ingleses o españoles en las que la voz ha de decirlo todo en pocos minutos sin recurso al alarde, con vocalización y entonación perfectas y autenticidad en el compromiso con el arte, la música y la trascendencia de la condición humana.

Su técnica impecable le permitió conservar la voz entera y joven hasta que decidió la retirada profesional en plenitud de facultades.

A lo largo de 45 años de carrera internacional, su sonido ganó en tesitura, consolidando los graves sin afectar la región alta, agregando calor e intensidad a una voz maravillosamente bella y expresiva. Muchos compositores escribieron para la voz de María, para su gran cultura de la historia, los géneros y los secretos de la música; en otras palabras, para su visionaria sutileza en el análisis de los estilos, desde Monteverdi hasta Zemlinski, Schönberg, Berg, como también de todos los creadores españoles que incorporó a su repertorio.

María Orán no cabe en un curriculum , aunque sea tan rico y diverso como el suyo, tan significativo en la nómina de autores, obras, teatros y directores que llenaron su agenda a largo de cuatro décadas. Ella es mucho más, pertenece al rango hiperselecto de intérpretes "coautores" por su inteligencia, su mucho saber y la penetrante intuición de lo que hay en las notas y detrás de las notas. Siempre atenta a la creación canaria en sus valores estéticos y en la poética de los contenidos, ayudó a algunos a descubrirse a sí mismos y facilitó a los más jóvenes el regalo de conocer sus posibilidades para tomar el camino seguro. Era "La Maestra", siguen ellos diciendo cuando ya están en plena carrera personal. El orgullo de haber recibido tan recto consejo y tan afinada musicalidad trasciende a cuanto hacen y dicen.

María Orán fue celebrada el pasado sábado en un homenaje público de su Santa Cruz natal. No estuvo presente pero pudo verlo en directo por medios digitales. Sin duda observó en cuantos asistieron dos sentimientos unánimes: el de amarla y el de admirarla. En todos se hacía visible la conciencia del homenaje y los comentarios abundaban en una afectividad casi familiar. Ella es la voz femenina de Canarias con mayor irradiación internacional, pero es también el retorno leal, la vivencia profunda de lo canario, que la movía a rechazar compromisos si exigían largas ausencias. Para mi familia y para mí mismo, ella fue claridad, transparencia del alma, placer de la cultura, risa dichosa, música viva, confianza fraternal...

Ahora es, de pronto, una ausencia dolorosa, pero la memoria de su incomparable calidad humana llenará el vacío, en tanto que sus grabaciones y videos serán por siempre garantía de la verdad del arte, voz del espíritu a salvo de toda mixtificación. Bien puede decirse que María Orán es la Música en una de sus más genuinas encarnaciones. Quienes junto a su Arte hemos recibido el privilegio de su Amistad, tenemos una poderosa razón para dar gracias a la vida.

Sus hijos y nietos, sus hermanos y sobrinos, sufren hoy el adiós de quien tanto embelleció sus vidas. A ellos la condolencia, la solidaridad y todos los sentimientos que puedan paliar la pena insuperable.

Hasta muy pronto, Dulce María. Hasta siempre, María. Tu legado seguirá en nuestro corazón mientras vivamos.