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'Bob Esponja'

Dylan lo tiene todo para erigirse en pope global

Cuando, en una de sus últimas entrevistas, en coincidencia con el Nobel de Dylan, le preguntaron a John Berger (1926 -1917) qué opinaba de esa concesión -nunca mejor dicho-, el gran escritor británico atajó, sonriente: "¿No sabía que hubiera un Nobel de Música?". Lo dijo sin resentimiento, este místico vitalista, que ha quedado en eterno candidato, acaso por su excesiva autenticidad literaria. Otro que quedó en puertas -curiosamente, al igual que el genial cantautor de Minessota, estadounidense, heterodoxo y de ascendencia judía- fue el narrador Philip Roth, fallecido el pasado año. Demasiado literario para ganarse ningún Nobel; incluido el de Química o, sobre todo, el de la Paz, por incomodar al american way of life y los valores del americano medio, en la era Trump. En sus novelas, ha golpeado demasiado fuerte contra la mediocridad avara de los comerciantes judíos de su país, y en el tejido adiposo del matrimonio-tipo del sueño americano: parejas cuya razón de ser es -explicó- "tener a alguien de quien huir todo el tiempo"?

Bien es verdad que a la Academia sueca le salió rana su apuesta por caballo ganador, premiando al excelente compositor Robert Allen Zimmerman, que así se llama, en el afán de transustanciar los CDs en libros como rosquillas. Dylan lo tenía -¡y tiene!- todo para erigirlo en insuperable Pope global de la era de los cantautores disfrazados de poetas. Incluso, tomó su nombre artístico del galés Dylan Thomas, uno de los poetas más puramente poetas del pasado siglo, cuyo reconocimiento quedó en veremos, gracias a su iniciativa de quitarse de en medio, ingiriendo "18 whiskies seguidos", a sus 39 años. En cambio, su ya casi octogenario tocayo es una consumada estrella en el firmamento del pop-art; un referente ineludible de la educación sentimental de varias generaciones planetarias. En rigor, un emergente y mediático Bob Esponja, con el fiel aspecto del gato con botas. Nadie discute la valía de sus decibelios, con propiedades cuasi-divinas si se le ve subido a un escenario, profiriendo himnos amadísimos, a la par que disolventes, pues la respuesta está en el viento, por ejemplo, es la misma que la que el viento se llevó...

Ya puestos a premiar a músicos poematizados, ¿por qué no Leonard Cohen -otro que se se marchó-, o al genial Silvio Rodríguez, o al carismático Joan Manuel Serrat, con connotaciones, además, de Nobel de La Paz, dado el procés? En una era posliteraria, en la que paradójicamente todo es literatura, ¿por qué no abrir el listón a cineastas o artistas plásticos reconocibles como poetas de la pantalla o de los lienzos? Tras la rara concesión y deserción de Dylan, todo es posible. The answer, my friend, is blowin' in the wind.

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