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Nicolás Guillén.LP

Nicolás Guillén, el negro de sí mismo

Se cumplen 30 años de la desaparición del 'Poeta Nacional' de Cuba, un rótulo inexacto para su universalidad y heterodoxia

A diferencia de su colega y compatriota Roberto Fernández Retamar (La Habana, 1930 - 2019), fallecido el pasado mes de julio, que derivó de una honda e intimista poesía hacia la prosa dura del Régimen castrista, erigiéndose en su más fiel intelectual orgánico, Nicolás Guillén (Camagüey, 1902 - La Habana, 1989), de cuya muerte se acaban de cumplir 30 años, no se sentía cómodo en la oficialidad de su proclamación como "Poeta Nacional" de Cuba. Unidos por el nueve (el 59 del triunfo de la Revolución, el 89 de la muerte de Guillén y este 19 de la muerte de Retamar), bien es verdad que la cabeza pensante de Fidel Castro -autor de una brillante y libérrima poesía, como decimos, en sus precoces inicios, ineludible en la historia de la lírica cubana- era coetáneo exacto del dictador, mientras que a Guillén le pilló la Revolución siendo casi sexagenario, y ya para entonces, un poeta consagrado. Lo ha proclamado sin ambages su nieto y presidente de la Fundación que lleva su nombre, Nicolás H. Guillén: "Mi abuelo se sentía incómodo bajo el título de 'Poeta nacional', cuando, en realidad, es un poeta universal, que canta sobre todo a la sensualidad y el amor, lo único que permite acumular, decía, un fondo de vida...". Dada su militancia comunista y el color de su piel, al Régimen le resultaba sin duda propicio este icono que reivindicaba las raíces de lo afrocubano y proclamaba la igualdad, con composiciones tanto de naturaleza social, desde la celebérrima "Muralla" ("¡Tráiganme todas las manos...! Los negros sus manos negras / los blancos sus blancas manos...") a observaciones muy estilizadas, como pronosticar, por ejemplo, que "Del espíritu hacia la piel nos vendrá el color definitivo".

Uno de sus más sutiles estudiosos, el exilado Antonio Benítez Rojo, y, asimismo, de procedencia negra, ha catalogado la existencia de hasta cinco poetas distintos en la heterodoxa y poliédrica figura de Nicolás Guillén; por cierto orden cronológico, estarían el Afrocubano, el Comunista, el Controversial, el Subversivo y el Filosófico.

El primero sería el muy difundido autor de Motivos del son (1930) o Sóngoro cosongo (1931), con sus famosas onamotepeyas percusivas y conjuras de antiguos esclavos con lo ojos abiertos como platos tras su liberación, para enarbolar el deseo de una Cuba mulata, con las sangres fundidas. El comunista estaría representado en Elegías (1958) y en Tengo (1959), donde -en propicia coincidencia con los fervores e inmediatas mutaciones revolucionarios- ahora se proclama la llegada de "un azúcar ya sin lágrimas" y un presente triunfal.

Variando los registros, en el siguiente libro fundamental, El gran zoo (1967) aparecería ese Guillén que Benítez Rojo llama "controversial", cuando, tan temprano, comienza a mostrarse ya escéptico con la posibilidad de emancipación histórica. "He aquí la jaula de las culebras", dirá, atisbando irresoluble, sin síntesis de redención posible, la dialéctica del amo y del esclavo, aunque, sagazmente, extenderá ese escepticismo al conjunto del orbe completo. Sin embargo, apenas un año después, en el poemario Digo que yo no soy un hombre puro (1968), que publica significativamente en México, Benítez advierte a un Guillén subvertidor del Régimen cubano. Pues, mientras la oficialidad del Régimen predica amarrarse el cinto y acogerse a una solidaria frugalidad, su Poeta Nacional no se corta en confesar: "Y me gusta comer carne de puerco con papas, / y garbanzos y chorizos, y / huevos, pollos, carneros, pavos, / pescados y mariscos". Y frente a la proclama del cubano nuevo y puro, expresa Nicolás Guillén: "Soy impuro, ¿qué quieres que te diga? / Completamente impuro. / Sin embargo, / Creo que hay muchas cosas puras en el mundo / Que no son más que pura mierda".

Con todo, será en el siguiente libro, El diario que a diario (1972), donde Guillén descomponga la historia cubana, ironizando sobre cualquier redención posible. Con elegante elipse, apunta, por ejemplo: "Ha caído Martí, la cabeza pensante y delirante de la Revolución cubana"; y en general -sostiene Benítez- "escribe ahí el pasado en presente, en términos de noticia de última hora, y esto ironiza el propio espacio desde donde escribe, es decir, el de la Revolución Cubana". El último Guillén sería, según su exégeta, el filosófico apesadumbrado de Sol de domingo (1982), que frente al mestizaje blanquinegro proclamado con vehemencia desde su juventud, habrá de conformarse con mascullar el claroscuro de lo irresoluble, el triste "recuerdo del porvenir".

En El diario... nuestro poeta ha sellado el acta de defunción de José Martí, nada menos (al que cataloga a la vez de "cabeza pensante y delirante de la Revolución"); una herejía ante ese icono sagrado que no admite ser nombrado en vano, pues para la oficialidad cubana, con Fernández Retamar a la cabeza, el libertador constituye el gran artífice del Régimen. Por un trastrueque de malabar, colocándole una barba postiza, ya Martí era castrista de nacimiento, y junto con Fidel, representa el Jano de la más heroica encarnación del Calibán esclavizado por el Próspero del bloqueo del imperialismo yanqui, según el esquema de las múltiples ediciones de Calibanes de Fernández Retamar.

En la sensualidad y vitalismo guillenianos señalados por su nieto no cabe semejante reducción maniquea. Para nuestro Poeta Nacional de Cuba, tan hábil en el empleo de fórmulas lúdicas, irónicas y contrapuestas, la Isla-Caimán -como él mismo la bautizaría- es también la "Jaula de las culebras", según la define en El gran zoo -otra sugerente metáfora, acaso, del recinto insulario-. Calibán está, en efecto, enjaulado, pero con los barrotes entresoleados y la puerta abierta... A imagen de las culebras, "los ríos, los sagrados ríos" primero duermen "enroscados en si mismos", luego despiertan, "se desenroscan lentamente, / engullen todo, se hinchan, a poco más revientan / y vuelven a quedar dormidos". Del mismo modo que las culebras pacen en "la jaula", los ríos acometen el ritual de los meandros en sus cauces; como en una homeóstasis circular e infinita; ríos o culebras indistintos, que pudieran ser los barrotes (de agua) mismos, en ese sempiterno movimiento de repliegue y despliegue de que precisan por igual un acordeón o una resaca marina. Y en el entreacto, esta lúdica y hermosa conjura de cualquier atisbo de violencia: "Riendo los niños les arrojan [a los ríos, pero también pudiera ser a las culebras, a través de la verja de la jaula abierta...] / verdes islotes vivos, / selvas pintadas de papagayos, / canoas tripuladas / y otros ríos".

Tal y como lo interpreta Antonio Benítez Rojo en La isla que se repite, Guillén obtiene, a partir de este poemario, la neta "ambivalencia y circularidad" que definen el recinto insular. Espoleado acaso por su negritud, el poeta consigue conjurar aquí la larga violencia acumulada en las que, para Benítez, constituyeron las verdaderas islas primigenias del Nuevo Mundo: las plantaciones-esclavistas. Según observa, Guillén rompe aquí con su maniqueísmo anterior, y se inserta en una de las claves de lo que él mismo denomina "el pensamiento acriollado" como ritmo identitario atlántico-caribeño: "No hallamos la síntesis derivada de la dialéctica binaria [propia del logos occidental] sino una paradoja sin solución donde los ríos-culebras son circulares y rectos, no circulares o rectos; esto es, música". Es el sensual minueto de aquel vate negro en el irreductible 'jam-sesion' de su poesía; mucho más heterodoxo y libérrimo de lo que el Régimen llegó a sospechar sobre su "Poeta Nacional de Cuba".

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