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La primera regla del arte

Con un estilo sencillo y naif, 'El cartero del espacio' muestra toda la esencia de un medio cada vez más complejo y prolífico

La utilización de la hipervelocidad obliga a que Bob tenga que repostar en el planeta más cercano. lp / dlp

En los últimos quince años la novela gráfica ha adquirido un ritmo de producción tan impresionante que resulta difícil mantenerse al corriente de todas las grandes obras que se publican regularmente. Algo nada extraño en una época como la actual en la que el mensaje visual se ha impuesto de forma contundente.

Atravesando una edad de oro en los tres grandes focos de difusión como son Estados Unidos, Japón y Europa, el noveno arte se ha convertido en vehículo perfecto para difundir todo tipo de proclamas sociales, políticas o filosóficas, además de servir como vehículo de adaptaciones de las obras maestras de la literatura.

A la multitud de estilos y sagas que surgen continuamente habría que unir unas tramas cada vez más sesudas y complejas que no solo no tienen nada que envidiar a los clásicos de las demás artes, sino que habitualmente las superan. Sin embargo, de vez en cuando resulta necesario regresar a la esencia primigenia y disfrutar de un trabajo tan sencillo y cándido como la saga que el canadiense Guillaume Perreault está realizando con el título de El cartero del espacio y del que acaba de publicar su segundo volumen, Los piratas galácticos.

Protagonizado por un algo huraño repartidor cósmico llamado Bob, que en esta aventura tiene que estar asistido por una becaria de nombre Marta, su cometido es llevar una única carta al rey de un planeta en el otro extremo de la galaxia. Ambos protagonista recogerán por el camino a un autoestopista sideral de nombre Pascual y serán perseguidos por una pandilla de zarrapastroso piratas galácticos que sospechan que en ese sobre hay un secreto de dimensiones estratosféricas.

Perreault utiliza un estilo naif, pero no por ello menos brillante, ya que la belleza de su trazo es producto de una inteligente comunión entre ángulos precisos, proliferación de detalles y colores suaves y sugestivos que recuperan la destreza gráfica de un autor algo olvidado como Andrea Romoli y sus series espaciales Altri mondi, Fuga de Issar o La última fortaleza. Sin embargo, lo más importante de El cartero del espacio es que refleja con inusitada fortuna la regla de oro del cómic y de su hermano el cine: los diálogos deben reducirse a un siempre apoyo a lo más importante que es la imagen. Lo contrario, el abuso de la palabrería, sería el anticómic o el anticine.

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