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CRITICA Orquesta Sinfónica de Tenerife

Inmersión en el universo wagneriano

Inmersión en el universo wagneriano

Impresión muy positiva la de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, que en pasados festivales dio muestras de decadencia achacable al desacierto en la elección de dos directores titulares, uno chino y otro polaco. El actual, Antonio Méndez, español, ha proyectado una imagen espectacular de su arte y oficio en El anillo sin palabras, arreglo de Lorin Maazel con todo el material orquestal de los cuatro dramas de El anillo del nibelungo, de Wagner, por él mismo presentado hace años en el Festival al frente de la Orquesta Filarmónica de Viena.

La versión de Méndez y los tinerfeños (con plantilla lógicamente muy reforzada) es clarísima, brillante, ajustada a un conocimiento exhaustivo que le permite dirigir de memoria y estimular con gran riqueza de gesto una respuesta válida a los muchos problemas de esta recopilación en poco más de una hora de las quince que dura el grandioso drama musical, para muchos el más trascendente de la historia.

El mayor problema (sin culpa ni culpable) es que las mejores páginas de la Tetralogía no son las orquestales, sino muchas de las cantadas. Eludirlas, significa para el conocedor la mutilación de algo que espera como imprescindible. Una decepción dolorosa.

Dos ejemplos entre muchos: ver en escena cuatro arpas es evocar la entrada de la primavera al final del primer acto de La Valquiria, con la consumación del amor de Siegmund y Sieglinde, uno de los dúos, junto al de Tristán e Isolda y el del tercer acto de Sigfrido, más memorables de la ópera universal. Y en la inmolación de El ocaso de los dioses es fundamental como condensación de toda la obra el trágico Starke Scheite de Brunilda.

Es frustrante que nada de eso suene, porque induce un efecto erróneo en la interpretación: al no primar mentalmente la versión completa, repite a muy corta distancia los grandes tutti orquestales, de gran sonoridad en todos los casos, pero monótonos si son atacados sin variables de intensidad y color. Y lo mismo ocurre con algo mucho más importante, que son los leitmotive del cuádruple drama, comprimidos en el tiempo y repetidos como "mantras" sin lograr del todo que cada aparición despierte en el oyente un entendimiento diverso, al igual que ocurre en la obra completa con todos sus momentos cantados.

En cualquier caso, es la de Méndez y la orquesta tinerfeña una lectura escrupulosa y muy cuidada, que pone ante la audiencia no frecuentadora de Wagner un panel brillante de su motívica y de su magistral escritura para orquesta, sonorizada con rigor y sin desmayo pese a las muchas dificultades.

Muy buena entrada en el Auditorio y densos aplausos al final.

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