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Complicidades

El Algoritmo

El Algoritmo

Algunas palabras meten miedo, muchísimo. Porque las palabras tienen su peso histórico, su retroceso moral, su carga diabólica de sentidos distintos (las palabras las carga el diablo, más que las armas, el diablo del conocimiento, que es el diablo con más olor a azufre, con cuernecillos más rojos en la frente, con el tridente más largo y afilado para cazar almas desorientadas).

A lo largo de la vida van cambiando las palabras que nos asustan, porque nuestros miedos son cambiantes, como la meteorología. De niños nos asustan unas cosas, y de mayores otras. A veces son más asuntos los que nos atemorizan, y a veces menos; pero el caso es que a uno no se le terminan de ir las aprensiones jamás, porque estar vivo, entre otras cosas, consiste en asustarse del hecho de estar vivo, en primer lugar, y después de casi todos los hechos que nos depara el hecho de estar vivo.

Durante mi infancia, pongamos por caso, me asustaba la palabra "Permanencias". Las permanencias, en el colegio de los Padres Dominicos, eran el castigo que nos infligían los profesores a toda la clase, cuando entendían que nos portábamos mal. Después de las horas lectivas, nos quedábamos una o dos horas más estudiando en el aula, o nos tocaba ir a hacer lo mismo las mañanas de los sábados. Permanencias: y era echarme a temblar. Qué aburrimientos infinitos, sin orillas, qué tristeza silenciosa la de los fines de semana con el libro abierto, mientras fuera el universo libre jugaba al fútbol en el patio del cole, o estaba en su casa tumbado en el sofá viendo la tele en blanco y negro.

Ahora me da tembleque, por ejemplo, el Algoritmo. Lo acabo de escribir y un escalofrío me ha recorrido la médula espinal, interesando no sé decir cuántas terminaciones nerviosas. El Algoritmo -siempre con mayúscula tétrica en mi imaginación- y me sube la fiebre.

El Algoritmo es el vigilante insomne de nuestras vidas, el Gran Hermano que no para de observarnos, el que lo sabe todo. Para quienes las matemáticas forman parte de la brujería, el algoritmo es el mayor atributo de la divinidad, una divinidad oscura y maligna. O, incluso, es la divinidad al completo: una divinidad que ha decidido transformarse en fórmula numérica para obtener más poder sobre el mundo.

Me da que el Algoritmo sabe lo que quiero comprar y lo que no, lo que me gusta y lo que detesto, lo que me gustará y lo que detestaré, lo que he escrito, lo que escribo y lo que escribiré en el futuro.

El Algoritmo ya conoce mi destino y lo está amasando ahora mediante ecuaciones lineales, y cálculos de computación que suceden en los insondables discos duros de ciertos ordenadores más que humanos.

No es nocivo para tu salud mental el hecho de que creas que eliges lo que haces, pero la verdad es que el Algoritmo había programado esa elección hace quién sabe cuánto. Más nos valdría dejar de firmar con nuestro nombre todo lo que escribimos, y ceder la Autoría -también con mayúscula- al único autor verdadero.

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